Por Luciana Martuchelli*
Por Luciana Martuchelli*
En la historia de las invasiones, de las guerras y del terrorismo, cuando cualquier obra de arte es destruida y atacada, eso es un síntoma no solo de desvalorización del arte, de la belleza y de la grandeza humana, sino también un expurgo cobarde de la impotencia que paira en sus agresores: ¡quieren herir la libertad expresiva y creativa de una nación, ¡manifiesta en objetos observables atemporales!
Pero algo de más profundo también se revela. ¡El ataque a obras de arte y a la cultura -así como a lo que es puro, preciso y diferente- viene de un resentimiento primitivista guiado por un trastorno tomado de obscurantismo, odio, envidia, celos, miedo, dicotomización y asepsia!
Tal violencia no soporta ver la lucidez, la diversidad, la armonía, la pertenencia...
Precisan destruir, en el mundo, lo que está en ruinas dentro de sí mismos, precisan luchar fuera contra lo que están luchando en el interior, así solo queda una salida (violar como violan a sí mismos) - no pueden convivir con el contraste de una realidad diferente de aquella en que viven y creen.
Fruto de la colonización que nos fue impuesta y enseñada, que nada incluye, solamente aliena, superponen y destruyen.
Asombrémonos, pero ese tipo de agresión viene de un orgullo oficial de la mediocridad, un narcisismo herido tomado por sentimiento de inferioridad y autodesprecio...
*Actriz, directora, cineasta, dramaturga, compositora, formadora de actores, media trainer, productora de casting. Gestora de la residencia artística “A arte secreta do ator”. Radicada en Brasilia.
Revisión de traducción: André Aires
Pintura “Mulatas”, de Di Cavalcanti, pintor modernista, diseñador, ilustrador, muralista y caricaturista brasileño (1897-1976), fue vandalizada con por lo menos seis cuchilladas, entre otras obras destruidas o saqueadas del Palacio del Planalto, Congreso y Supremo. Las obras del pintor pueden llegar a R$ 20 millones.
Aproximadamente 20 obras fueron destruidas/robadas, algunas con más de 100 años de historia. Entre ellas:
“Flautista”, de Bruno Jorge, y “Galhos e Sombras”, de Frans Krajcberg.
“A Justiça”, hecha por el artista de Belo Horizonte Alfredo Ceschiatti en 1961.
La escultura de bronce “A bailarina”, de 1920, por Victor Brecheret: robada.
El retrato de José Bonifácio de Andrada, “O Patriarca da independência”, del artista Oscar Pereira da Silva y hecho en 1922: pintado.
El panel “Araguaia”, vitral de Marianne Peretti, de 1977: dañado.