Lunes 7.2.2022
/Última actualización 12:34
Nacida en México a fines de los ‘80, Aura García-Junco es narradora, ensayista y traductora. Pese a su juventud, acredita una intensa colaboración en revistas y proyectos de investigación vinculados con la literatura, disciplina que también la llevó a convertirse en becaria, en su país, del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) y la Fundación para las Letras Mexicanas. Escribió la novela “Anticitera, artefacto dentado” (2019) y el año pasado fue seleccionada por la revista Granta como una de las 25 mejores narradoras jóvenes en español.
El nuevo trabajo de Aura se titula “El día que aprendí que no sé amar”. Allí combina literatura, sociología y feminismo para desarrollar un ensayo en el cual apunta a analizar lo que se nos dice acerca del amor. La autora plantea que se nos educa para aspirar a la utopía del amor verdadero, la idea de hallar a la “media naranja”. Pero esa fantasía del amor romántico, “lejos de ser la eterna felicidad que nos promete, es el origen de muchas de nuestras miserias, y está atravesada por expectativas que conjuntan contexto político, cultural e historia personal”. Frente a esto, el libro propone, según su propia autora, “repensar los patrones que mantienen a la sociedad dividida en un binarismo violento que cosifica al otro y nos impide crear expectativas más realistas y relacionarnos con un humano, y no con un ente abstracto en nuestra imaginación”.
En una entrevista exclusiva concedida a este medio, García-Junco se refirió a las motivaciones que la impulsaron a desarrollar “El día que aprendí que no sé amar”, que le llevó varios años de investigación. “Hablo con gente que me dice que quiere tener una relación abierta, pero no quiere que nadie sepa. Hay un choque en el sistema, porque no somos solo unas personas que queremos hacer algo, tenemos una comunidad alrededor que tiende a penalizar ciertas conductas o a alentarlas. En el libro quise poner de manifiesto esto”.
-Señalaste que el libro, que podría catalogarse como un ensayo, “no pretende ser un manual para amar, sino una revisión sobre los vínculos en el siglo XXI”. ¿En qué condiciones surgió, cómo fue el proceso de escritura y cuáles fueron tus fuentes?
-Lo de que no surge como un manual lo aclaré, aunque me parecía innecesario, porque en ningún momento la idea fue por ahí. Empecé a escribir este libro por un interés personal, una investigación propia por circunstancias que estaba viviendo. Terminé una relación y no entendía nada, como suele suceder cuando terminas una relación. Entonces, me pareció que era interesante ponerme a hablar de eso. Más que interesante, me resultaba vital. Fue a partir de ese momento que empecé a escribir sin un objetivo concreto. Luego, vi que me llevaba a algo y pensé que podría llegar a resultar interesante para más personas. Fue ahí cuando empecé a ampliar la investigación. Al inicio, me interesaba más entrevistar personas, pero luego me di cuenta que eso podía ser algo limitado y ahí entraron otras fuentes, más bibliográficas y teóricas. Eran cosas que estaba leyendo, pero no me lo había planteado como una investigación tan amplia como la que terminó siendo.
-Intuiste que eso que te pasaba a vos podía tener resonancia en otras personas en situaciones similares.
-No solo lo intuí, lo constaté cuando hablé con otras personas. Constaté que había una gran duda que recorría las relaciones. Una suerte de pérdida de las reglas del juego. Mucho debate, incipiente y a veces muy poco pensado. Eso también me sorprendió. Al final, había un tema crucial que no se estaba hablando tanto como debería. Hay que considerar que empecé este libro hace cuatro años, por lo cual fue un proceso largo. Cuando arranqué, en México casi no había nada escrito sobre el tema. Obviamente había cosas dispersas como las escritas por Esther Perel, a quien cito varias veces. Pero no había mucho en México y menos todavía sobre relaciones abiertas, un tema que me interesaba mucho tratar. De modo que me pareció interesante abordar el tema de la no monogamia.
Gentileza de la autora D.RFoto: Gentileza de la autora
-Dijiste en una entrevista que en las relaciones no monógamas recaen algunas de las penalizaciones más fuertes de la sociedad y que estamos “en una encrucijada entre querer cambiar nuestras formas de relacionarnos y una educación que nos lo dificulta”. ¿Qué aspectos de la educación deben cambiar para construir formas diferentes de relacionamiento?
-Creo que lo primero es postular al amor como algo que se puede pensar y no solamente como algo que se puede sentir. Ese es un paso gigantesco. Si el amor es algo nunca se toca, ni siquiera colateralmente, ya no digamos en los planes de estudio sino en la casa, si es solamente una serie de reglas de juego que se dan y no un “vamos a pensar conjuntamente algo”, parece ser que es nada más que un monolito que no puede ir cambiando. Sin embargo va cambiando, lo pensemos o no lo pensemos. Porque las circunstancias económicas y tecnológicas cambian y como tal impactan en nuestras vidas íntimas. Por eso, para mí, el primer gran paso tanto en el hogar como, idealmente, en la escuela, sería pensar el amor, quitarlo de este ámbito tradicionalmente íntimo femenino y ponerlo en un lugar más alto dentro de nuestra concepción de las cosas que vale la pena desarrollar desde otro ángulo. Creo que, empezando por ahí, ya estamos del otro lado.
-Llevará tiempo, porque son cuestiones que no están demasiado puestas en agenda.
-Hay un cierto prejuicio generalizado respecto a que hablar de amor está mal, que es como matar el encanto. Lo mismo con las emociones. Mucha gente cree que no se pueden pensar las emociones. Realmente no es así. Cuando las personas tienen una educación emocional desde la infancia, tienen más posibilidades, en la vida, de entender sus impulsos. Quizás no de controlarlos, pero si entenderlos.
Gentileza Seix Barral D.RFoto: Gentileza Seix Barral
Un baile que hay que aprender
-El libro es, en el fondo, una mirada crítica de la naturalización de ciertos patrones y conductas. Al respecto utilizaste una metáfora: La entrada al mundo de la no monogamia “es como un baile lento en el que los participantes tienen que leerse los pasos, pegar los cuerpos y sentir los impulsos de sus parejas”. Es interesante, porque un baile implica un aprendizaje y ponerse de acuerdo.
-La idea de aprender el amor y aprender también, gradualmente, las relaciones. Muchas veces se sintetiza con la palabra madurar, pero creo que es más que eso. A veces, la maduración parece un proceso natural que simplemente sucede, como ocurre con una fruta. Y aprender requiere un impulso adicional, no solamente que seas la fruta colgada de un árbol, sino que te esfuerces. La metáfora del baile aplica también a la monogamia y a cualquier relación. Pero en la no monogamia, siento que hay una tendencia a forzar cosas, a pensar que porque lo quieres, lo puedes. Por eso creo que es importante esta idea de que estás en un proceso de aprendizaje, con errores, con pisotones. De repente sale bien una vuelta, vuelves a pisar y pierdes el equilibrio. Es un proceso lento y a veces veo un deseo de perfección que supera en velocidad a las posibilidades reales de quienes están involucrados.