Juan Ignacio Novak
“Moana: un mar de aventuras”, última producción de la factoría de dibujos animados, presenta una joven aventurera, independiente, dispuesta a romper esquemas. Este perfil, poco apegado a la figura clásica de las princesas, ratifica una tendencia que lleva más de dos décadas.
Juan Ignacio Novak
jnovak@ellitoral.com
Más de 400 mil personas vieron “Moana: un mar de aventuras” en el tiempo que lleva en las pantallas argentinas. Esto pone de relieve la intacta capacidad de atracción que tienen los productos desarrollados por la compañía Walt Disney. Pero también ratifica la acertada decisión de la factoría de dibujos animados de proponer un perfil diferente a sus personajes femeninos, casi del todo alejado del estereotipo de la clásica princesa de cuento de hadas. De hecho, la protagonista de “Moana...” es una joven que, en las islas del Pacífico sur hace dos mil años, desea explorar otras costas del mundo. Y debe asumir el liderazgo de una peligrosa misión.
Ya en la “La bella y la bestia” (1991) los estudios Disney proponían una heroína diferente. “Una muchacha de lo más extraño, siempre en las nubes suele estar/ nunca está con los demás/ no se sabe a dónde va/ nuestra Bella es una chica peculiar”, le cantan sus coterráneos cuando la ven pasar con una pila de libros bajo el brazo. Su misógino pretendiente Gastón le advierte: “Todo el pueblo habla de ti, no es bueno que la mujer lea, eso le dará ideas, la hará pensar”. Ella es la que toma la iniciativa al ocupar el calabozo donde está encerrado su padre (no por casualidad un extravagante inventor) y así salvar su propia vida. Y es ella, con su amor incondicional, la que terminará redimiendo a la bestia. No a la inversa.
La protagonista indígena de “Pocahontas” (1995) es también una mujer independiente, que se libera de los dogmas cuando decide relacionarse con el europeo colonizador John Smith, a contramano de lo que su padre (un jefe tribal de férreas convicciones) ha determinado para ella.
En el caso de “Mulan” (1998) la cosa va más allá todavía. La historia transcurre en la China feudal, donde las mujeres estaban (de acuerdo al filme) completamente relegadas al rol de madres y sirvientas. “Harías bien en enseñar a tu hija a contener la lengua en presencia de un hombre”, le llegan a decir en un momento al padre de la heroína. Quien decide tomar precisamente el lugar de su progenitor enfermo para defender al emperador de la invasión de los Hunos, para lo cual debe asumir una identidad masculina y someterse a un duro entrenamiento militar. Y termina convirtiéndose, paradójicamente, en un guerrero admirado por sus pares, todos ellos varones.
Desenredar el destino
“La princesa y el sapo” (The Princess and the Frog, 2009) propone una dinámica subversión de todas las reglas del cuento de hadas clásico. En lugar del “palacio” de un “país muy, muy lejano”, la acción se desarrolla en la Nueva Orleans de los años ‘20, construida con influencias que van desde el jazz hasta el vudú. La realeza, representada por el perezoso Naveen, está en decadencia. Y los nuevos valores sociales, los intentos de modernización, están resumidos en la decidida Tiana, una joven de color, de origen humilde pero con un objetivo bien claro: tener su propio restaurante. El príncipe, convertido en sapo, la confunde con una princesa y en lugar de romper el hechizo lo duplica, con resultados divertidos, no carentes de ironía. Algo que está presente también en “Enredados”, sobre todo en los jugosos diálogos que mantienen Rapunzel y su pretendiente:
“—Algo te ha traído aquí, Ryder Flynn. Llámalo como quieras, la suerte, el destino. Un caballo. Así que he tomado la decisión de confiar en ti.
—Una decisión horrible, de verdad”.
Tampoco es una heroína típica la pelirroja Mérida de “Valiente” (2012): criada en un universo típica (o tópicamente) masculino, decide romper con una antigua costumbre, la de unirse en matrimonio con un referente de los otros clanes. “Algunos dicen que no podemos cambiar nuestra suerte, que el destino no nos pertenece. Pero yo sé que no es cierto. Nuestro destino vive dentro de nosotros”, le dice su madre. Y ella, indómita, lo toma al pie de la letra.
Inclusive en la Elsa de “Frozen: Una aventura congelada” habita un espíritu diferente al de Blancanieves o Cenicienta. Hija de reyes, arrastra un don (¿maldición?) desde su nacimiento: es capaz de congelar a través de una magia que crea con sus manos. “Escúchame, Elsa. Tu poder sólo se hará más fuerte. Hay belleza en él pero también mucho peligro. Debes aprender a controlarlo”, le dice el rey de los trolls. Y será ella misma (con convicción y la única ayuda de su hermana, no de un príncipe ni nada que se le parezca) la que superará los demonios íntimos que la persiguen desde su infancia. Todo un logro.