Lunes 16.9.2019
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En los años 80 los giros continentales hacia derechas políticas de distinto tipo y pelaje tuvieron amplio correlato en el cine comercial de Hollywood. Así, aparecieron justicieros solitarios, policías capaces de tumbar un edificio lleno de maleantes y forzudos con la idoneidad para cargarse a un regimiento entero a tiros y piñas. Sobre todo si en ese regimiento estaban los enemigos de la paz y el orden, suficientemente identificados según las oscilantes necesidades del poder de turno. En este contexto, cobraron fama global dos actores que representaron la síntesis del macho súper poderoso y ultraviolento: Arnold Schwarzenegger y Sylvester Stallone. Este último, en efecto, interpretó al más icónico de todos: el ex combatiente de Vietnam, el guerrillero entrenado para “matar o morir” John Rambo. Cuya presencia en el imaginario colectivo está tan vigente, que se filmó la quinta entrega de sus andanzas, que llegará el jueves 10 de octubre a los cines argentinos. Será un Rambo veterano (Stallone ya tiene 73 años) y en declive, que se ve obligado a volver a alzar las armas para enfilar hacia México (hace rato que terminó la Guerra Fría, en la era de Donald Trump la amenaza es otra) y tratar de rescatar a una sobrina desaparecida en una supuesta red de trata de personas. Novedad que sirve de excusa para recordar a un personaje cuyo origen está en el tuétano de la década de 1980 y la popularidad que obtuvo es inconmensurable.
Antes de llevar el rostro de Stallone, Rambo existía. Era uno de los personajes centrales de “Primera sangre”, novela de David Morrell que se convirtió en best seller en los 70. La trama era, más o menos, la siguiente: un ex boina verde de Vietnam viaja por el interior de Estados Unidos. Llega a un pueblito, es detenido y sufre el hostigamiento del jefe de policía local, veterano a su vez de la Guerra de Corea. Esta situación le trae el recuerdo de las torturas sufridas en combate y reacciona en forma violenta, lo cual desata una guerra a pequeña escala. Stallone, ya conocido por su labor en “Rocky” fue elegido para la versión cinematográfica de 1982, que pese a ofrecer altas dosis de acción, ponía énfasis en los traumas post-Vietnam, que no solo afectaban a Rambo, sino también al resto de la sociedad norteamericana, representada en el sheriff Will Teasle (Brian Dennehy).
Casi todo cambió en 1985. Con el éxito garantizado por la presencia de Stallone, George Pan Cosmatos dirigió “Rambo II” y llevó al ex combatiente de nuevo a la jungla vietnamita, ahora con la misión de encontrar y rescatar a un grupo de soldados norteamericanos secuestrados. Es tal vez a partir de este film, que abandona definitivamente el thriller psicológico para entrar de lleno en el plano de la acción, que Rambo adquirió la dimensión de ícono que se reforzaría, para bien o para mal, en los años posteriores. Para dimensionar esto, basta recordar que en “Gremlins II: la nueva generación” (1990) una de las criaturas se disfraza de Rambo, con arco y flechas. La capacidad de “Rambo II” para fabricar estereotipos tiene que ver también con las cualidades de uno de sus guionistas, James Cameron, que ya había hecho lo propio en “Terminator”.
Si luego del atentado a las Torres Gemelas de 2001 los talibanes pasaron a ser los enemigos principales de Norteamérica, no lo eran en 1988, durante el enfrentamiento afgano-soviético, coletazo de la Guerra Fría. De hecho, en “Rambo III”, hasta ayudan al protagonista a rescatar a su amigo Trautman, prisionero de los rusos. A través de una metodología similar a la que había utilizado unos años antes en “Rocky IV”, Stallone se pone al servicio de la propaganda anticomunista ya en el ocaso de las tensiones entre Oriente y Occidente. Para eso, coloca todos los atributos positivos en los “libertadores” norteamericanos y las maldades en los “invasores” soviéticos. Por supuesto, Rambo se ocupa de sofocar a los malvados y salvar a los buenos, para tranquilidad del capitalismo. Aunque se trata de una de las entregas más mediocres de la saga, la capacidad de atracción del personaje se mantuvo, al punto de que generó fuerte impacto en la taquilla. En su primer fin de semana en las salas solo lo superó otro hijo de los 80, bastante más simpático: Cocodrilo Dundee.
Tras la caída del Muro de Berlín, a Rambo le costó reacomodarse. El mundo se complejizó, se llenó de grises ante su mirada unidimensional. Ya no era tan claro dónde estaban los malos. De modo que se dedicó a vivir tranquilo en Tailandia. Pasó el tiempo hasta que, en 2008, Stallone decidió sacarlo de esa vida apacible para llevarlo de regreso al frente. Para eso escribió, dirigió y protagonizó la cuarta entrega de la saga, donde misioneros católicos le proponen al ex combatiente que los guíe a la frontera con Birmania para ayudar a los refugiados asediados por el ejército. El film no aporta mucho, es casi un calco actualizado de las entregas II y III. “Rambo mata. Punto”, diría el coronel Trautman (Richard Crenna) con una mueca de amargura. Tal vez hubiera sido refrescante algo de ironía para matizar tanta violencia, por momentos gratuita.
La próxima aparición del personaje, prevista para fines de septiembre en USA y para octubre en Argentina, abre ciertas expectativas. Es que, cuando Stallone se ocupó de ponerle la piel de nuevo a Rocky Balboa en “Creed”, conectó con la memoria emotiva de muchos. Es cierto que el boxeador tiene más matices que el antiguo soldado, pero las posibilidades están. Debemos intuir que, en el fondo, Rambo no se halla cómodo en el retiro. Sus allegados lo dirían así: “Eso que ustedes llaman infierno, él lo llama hogar”.