Susana Merke *
Enfrentarnos como lectores a “La Inocencia” (Editorial Tauro, 2021), última obra literaria del escritor santafesino Miguel Ángel Gavilán, que en su larga trayectoria ha abordado variados géneros literarios, es ingresar a un mundo donde los personajes surgen para hilvanar los hilos de la historia mientras nos producen escozor con su hacer, su dejar de hacer, sus dichos, los recuerdos que se apoderan de ellos y el engaño cobrando forma de asco y remordimiento.
Susana Merke *
“Esa inocencia que no se puede disimular, esa falta de dolor, esa irrenunciable voluntad de ignorarlo todo que se porta con orgullo, como si se tratara de un estandarte”. “La Inocencia”, pág. 28.
Enfrentarnos como lectores a “La Inocencia” (Editorial Tauro, 2021), última obra literaria del escritor santafesino Miguel Ángel Gavilán, que en su larga trayectoria ha abordado variados géneros literarios, es ingresar a un mundo de palabras e imágenes en la construcción de la trama narratológica, donde los personajes surgen para hilvanar los hilos de la historia mientras nos producen escozor con su hacer, su dejar de hacer, sus dichos, los recuerdos que se apoderan de ellos y el engaño cobrando forma de asco y remordimiento.
Según el académico y crítico literario español Ricardo Martínez “...cuando el interior del texto encierra una comunicación decididamente personal, un mensaje, éste, el texto, se hace más exigente para favorecer la lectura demorada, para solicitar del lector una compañía explícita; para acordar que entre ambos, lector y autor, han de coordinar su sensibilidad a fin de que lo que pretende decirse, exponerse, contiene un interés ontológico y sería oportuno acomodar los ritmos ‘sentientes’ de los dos protagonistas, lector y autor, a fin de que ni una parte pequeña se quede en el aire sin significación; a fin de que el uno repare en el discurso interiorizante del otro”.
Siguiendo este criterio podemos decir que en primera instancia aparece en la novela el rostro amargo de la inmigración en esta inmensa pampa gringa, donde las angustias y fracasos superaron los logros de los que llegaron “inocentemente” para quedarse.
Hombres y mujeres fueron estafados por ciertos intermediarios en sus miserables vidas del otro lado del mar, asolados por la hambruna, las pestes, la guerra y la miseria como condena, sin una luz que mostrase un futuro digno para vivir y construir trabajo, familia y hogar.
Miles y miles perdieron la “inocencia” al plantar sus pies en esta tierra, donde las promesas quedaron más allá de los barcos y todo estaba por hacer, construir, con esfuerzo denodado y con manos como garras para cavar surcos, buscar agua, plantar árboles y sembrar las primeras semillas.
Las mujeres que acompañaron a esos hombres intrépidos, madres, esposas, hijas, fueron el sostén indiscutible para ver otro amanecer; sin quejas ni lamentos caminaron a la par con sus rosarios en los bolsillos y una inmensa fe que las mantenía en pie por ser las elegidas, para dar batalla a la soledad de la llanura.
Muchas de ellas no llegaron a puerto y quedaron en el camino, murieron en alta mar, al dar a luz en la promiscuidad de los barcos, enfermaron de gravedad, no resistieron perderlo todo para empezar otra existencia... sólo las fuertes de cuerpo y espíritu se pusieron al hombro el mañana sacando de las entrañas de la tierra el coraje hecho carne. Lo transformaron en empuje, en nunca bajar los brazos guardando lágrimas y rezos para la oscuridad de la noche. Parieron la pena amarga para ver nacer y partir a hijos de corta edad; perdieron a sus hombres en atajos y emboscadas de gauchos forajidos... otro compañero fue indispensable conseguir para sostener familia y hogar.
Ya no se podía mirar atrás, siempre había que buscar el poniente esperando el alba, aunque llegara con eternas sequías, lluvias torrenciales, mangas de langostas, la muerte temprana y el engaño que retornaba cargado de ilusiones desvanecidas.
La “inocencia” atesorada en esos corazones fue derrumbándose y los distintos escenarios presentados en lo cotidiano vio a jóvenes partir del hogar con algún amor indebido en la noche cómplice; las sumisas esperaban que los hombres de la casa les eligieran esposo para acrecentar bienes y propiedades, y las otras, las desafortunadas por carecer de una belleza natural estaban condenadas a criar hermanos, sobrinos y cuidar padres en la vejez, mientras las arrugas borraban las esperanzas y perdían el brillo de los ojos claros cargados de confianza.
En aquellos barcos arribados al puerto de Buenos Aires, la mayoría de los pasajeros seguía viaje al interior del país donde los esperaban las pequeñas ciudades y pueblos que crecían a ritmo acelerado; otras jóvenes inocentes en su desesperación buscaban encontrar el esposo prometido en falsos papeles. El matrimonio fraguado con artimañas por inescrupulosos hombres, que veían en la lejana Polonia y otros países europeos cuerpos abundantes en mujeres inmaduras casi niñas prometiendo buena carne para saciar apetitos en la tarea requerida, era el primer paso para introducirlas en el aberrante territorio de trata de mujeres.
La prostitución a gran escala ya conformaba una estructura de buenas rentas en estos desvariados países de la América del Sur, donde había que poblar el territorio, hacer producir la tierra y por qué no, ampliar organizaciones de nombres prestigiosos, para prestar servicios sexuales a hombres ansiosos de carne fresca y en lo posible virgen.
El negro mar trajo mujeres madres y mujeres objetos, ambas con un sello prefijado, ambas perderían la “inocencia”, ambas serían engañadas por el destino absurdo: el trabajo sin límite de horas para ver crecer sueños amasados con desesperación o la prostitución descarnada quebrando la ingenuidad usurpada por manos angurrientas, que las cosificaron en el nuevo lugar atribuido.
No es menor aclarar que entre los grupos migratorios instalados en nuestra región predominaron en muchas familias -especialmente suizas y alemanas- fuertes matriarcados donde la figura femenina se imponía, tenía voz y voto en las decisiones familiares, manejaban los autos de la casa allá por los años 30, fumaban, eran anarquistas y se imponían a la hora de decidir la economía doméstica -experiencia familiar de la que puedo dar fe por las historias narradas a lo largo de los años por abuelas y tías mostrando orgullo por la sangre heredada. Tal vez ellas perdieron la ingenuidad imponiendo carácter antes de ser pisoteadas por la autoridad ejercida por los varones de la casa; tal vez el instinto femenino puso límite a lo indebido... el secreto se lo llevaron a la tumba, sin embargo el mensaje permanece a lo largo del linaje.
No faltaron y quizás fueron mayoría las sometidas y doblegadas por esposos dominantes, que frente a la primera opinión emitida llegaban los castigos, como señal de nunca más intervenir en cuestiones exclusivas de hombres. La falta de malicia había sido sepultada con el matrimonio, otra forma de vasallaje enterrado en la misma tierra que esperaba las lluvias sanadoras para germinar las semillas.
Los actores narrativos que recorren la novela pueden ser clasificados como antihéroes, integran el lado oscuro de la vida cotidiana y la ficción se apodera de su existir, para que nuestro compromiso frente al texto literario sea un pacto silencioso con ellos como si fuesen reales. La responsabilidad es acompañarlos y formar parte de su evolución o involución como seres humanos siendo testigos o cómplices.
Sin tardar, al recorrer las páginas del libro los podemos asociar y reconocer con nombres, apellidos o apodos en el diario vivir caminando las calles y ejerciendo sus actividades ilegales, que no alteraron sus modos y costumbres con el transcurso del tiempo. Sus presencias son habituales e integran el paisaje urbano como elementos imprescindibles. Nos guste o no esa es la verdad.
Con desgarrado lenguaje el autor nos permite en una descripción minuciosa explorar los estados de ánimo de los protagonistas, confirmar conductas inesperadas, nombrar lo imposible de decir, describir con pasión o simpleza lugares emblemáticos y barrios miserables donde reina lo prostibulario. No duda en manifestar como constante, que no existían opciones para elegir, el camino señalado se debía transitar en la oscuridad, con entrega absoluta y obediencia incondicional a cambio de un plato miserable de comida y una cama desvencijada, donde tragar las angustias y aplacar los golpes.
Cuando ya no quedaban lágrimas y la “inocencia” desaparecía frente a una realidad avasallante, desconocida y negada por la sana ignorancia, dejaban de ser humanas para ser objetos de placer de hombres nauseabundos, exigentes y violentos demostrando poder y riqueza malhabida que todo lo compraba.
Al quebrarse la ingenuidad innata que las protegía se abría desde lo inconsciente un arco de sentimientos que daba lugar al asco, la repulsión, el resentimiento, la traición y en última instancia la venganza, que iría madurando para crecer a la largo plazo y llegada la hora ejecutar la justicia por mano propia. Selman arriba desde su Polonia natal y aprende que la humillación es una constante y los códigos a obedecer son estrictos para permanecer; intuye que aprender es crecer y en ese aprendizaje callado germina la ambición de algún día regentear un prostíbulo. Como mujer se insensibiliza para sobrevivir, nace el odio como respuesta a las jóvenes que llegan, sus chicas, para robarle clientes; los años pasan y su cuerpo ya no es el mismo. No atrae a pesar de la experiencia adquirida para satisfacer a los que pagan, sólo quedan los eternos viejos que buscan su hombro para llorar penas.
Las cicatrices de los golpes recibidos adormecieron la carne, fueron adiestramientos cultivados en la pena más honda, se callaron, se ocultaron y ahí en ese espacio íntimo resguardan el resabio de la inocencia derrumbada, que añoran como un sueño verosímil de recuperar en otra vida y no se atreven a abandonar.
El abordaje psicológico que Miguel construye con los actores narrativos logra entrelazar experiencias de vida como si la existencia fuese una gran tela, cuya cerrada trama hace converger todos los hilos en un punto exacto, para quedar atrapados en un nudo imposible de desarmar. Ese nudo es la cicatriz imborrable de la descontrucción de la existencia humana que iniciaron sin desearla, aunque condenados por su obligado proceder. Nadie logra eludir lo escrito; todos tienen alguien arriba con poder que organiza, compra y vende seres humanos, amenaza, advierte las consecuencias de no pertenecer a la organización, surge el temor súbito por la falta de protección y terminan aceptando que son monstruos gestados por la mafia urbana en un constante devenir.
La venganza corre por la sangre acallada de hombres y mujeres, y se manifiesta a través del rencor acumulado: Selma ambicionando el rol de madama; Patricia obligada por orden familiar a abandonar su rancho en la periferia, alejada de su abuelo y su hermano discapacitado que más tarde cargará como una cruz; Nora arrojada a los brazos de un adolescente para demostrar una libertad que la condenará; doña María rechazando a Candelaria a quien crió como una hija y un día descubrió que su niña era mujer, compartiría la cama con ese esposo a quien ella ya había entregado su candor para que él lograra afirmar sus negocios.
La demencia forzada termina siendo una salida honorable en doña María para alterar la realidad, sin embargo otros esperan el fruto del estricto sometimiento que algún día permitirá surgir en ellos el otro “yo” adormecido, para pagar con muerte la traición y engaño que no se olvida ni perdona.
Con esa mágica escritura que nos atrapa, Gavilán hace un exquisito uso de la prosa poética para mostrarnos la debilidad humana con su máscara, el autoritarismo, frente a la fortaleza negada; son personajes enfermos, psicópatas con el dolor, el orgullo herido y los celos enfermizos. En lo más recóndito seres cosificados frente a la ausencia de cariño y amparo.
Carecen de ejemplos o modelos familiares a imitar o tener como referentes; sólo saben de desgracias, golpes, mugre, hambre y soledad. Espían, copian, envidian y ambicionan tener una familia pero ese mundo cercano, aparentemente al alcance de las manos, está vedado para ellos. La miseria es la barrera que pone el límite; ellos son los excluidos del sistema, los desheredados antes de nacer, los no deseados, los parias que esta sociedad produce indefinidamente para mostrar dos rostros de la realidad.
Siempre existieron y hoy acrecientan sus presencias en un mundo conflictivo, violento, desigual, cargado de resentimientos trasmitidos por generaciones a las que jamás se les otorgó la posibilidad de salir del barro, el rancho, la marginalidad, el hacinamiento, y si lo lograron fue ingresando en la delincuencia, la prostitución y la droga para conseguir el sustento diario.
Dice Tolstói: “Allí, en la infancia, hay algo sumamente agradable que en caso de volver, podría proporcionarle un sentido a la vida”, y agregaría: esa es la “inocencia” de la que nos habla Miguel, porque el dolor va más allá de los recuerdos para incrustarse como una lanza en el corazón. Ahí es donde acaban las certezas y comienzan los miedos como una melodía de lo inhóspito y lo inesperado. ¿Cabe mayor proeza que la de rebelarse contra el mundo de las injusticias? ¿Atacarlas con la firmeza del que anhela destruir la oscuridad en la que se refugian parte de sus miedos, para más tarde, rechazarlas con la certeza de la existencia de otra realidad posible?
Excelente novela que con una delicada y prolija edición invita al lector a recorrer sus páginas para redescubrir una verdad que nos hostiga, mientras nuestras miradas se desvían para no asumir el dolor ajeno o buscar en lo más íntimo de nuestro ser la “inocencia perdida”.
Gracias por tu escritura que nos ayuda a crecer.
* Profesora en Letras UNL