Ignacio Andrés Amarillo
Ignacio Andrés Amarillo
Hace más de 18 años, en las postrimerías de 1998, Dougray Scott había sido marcado para el papel de Wolverine en la primigenia “X-Men”, pero se demoró con la filmación de “Misión: Imposible 2”; en parte debido a una lesión en el hombro. Bryan Singer, urgido por los tiempos de rodaje del debut mutante, recasteó el papel y salió un ignoto australiano, aparentemente recomendado por un colega que había rechazado el rol: Russell Crowe mencionó a un tal Hugh Jackman. El tipo se metió en la piel del mutante canadiense y, aunque no daba el look exacto de los cómics, encontró el tono justo: parte bestial y parte viejo sabio; cínico y nihilista que termina siendo el héroe del día, y paternal contra su voluntad; un hombre de honor capaz de codiciar la mujer del prójimo. Siempre en lucha entre sus pulsiones y su deber, “un samurai fracasado”, como lo definió Chris Claremont, el principal guionista mutante de la era dorada de los X-Men (técnicamente era la transición hacia la Edad Moderna, pero eso sólo lo van a entender los comiqueros de vieja escuela).
Intertextualidades
Jackman ha cargado con Wolverine en el cuero por una generación, y su despedida tenía que ser en grande. La última cinta debía ser un gran evento, definitivo, no un simple recast. James Mangold, el responsable de la interesante “Wolverine: Inmortal” (que trabajó con Jackman en su boom, en “Kate & Leopold”) salió a darse una panzada de cómics recientes y de cine, reciente y clásico.
Del lado de los cómics, abrevó en una miniserie llamada “Old Man Logan”, con una versión avejentada y futurista del mutante, escrita por el celebrado Mark Millar. Y también en la movida de la Casa de las Ideas de cargárselo en “Death of Wolverine”, con guión de Charles Soule, para generar una versión femenina bajo el nombre X-23. Y, por primera vez en una cinta del género, aparecen cómic books (que no es un libro, sino la revistita de 24 páginas) como parte de un discurso, como algo escrito “sobre” los héroes reales: en el mundo “real”, las cosas “no son tan así” como en las páginas coloreadas.
Pero el guión, que Mangold escribió junto a Scott Frank y Michael Green, bebe en otras fuentes y combina la odisea del personaje de Clive Owen en “Niños del hombre”, dándolo todo para salvar a la última embarazada, con la relación entre veterano guerrero y niñita terrible de “El perfecto asesino”, y algo de “El transportador”, con la limusina, el “encargo” y (al estilo de Luc Besson, antes de que los “Rápidos y furiosos” se fueran de escala) las escena de manejo. Hay un parentesco, se verá, con “Terminator Génesis”, donde el modelo viejo se enfrenta al nuevo.
Pero en esta parte también hay una intertextualidad: se trata de “Shane”, de George Stevens sobre novela de Jack Schaefer, con el protagónico de Alan Ladd: como escribió José Pablo Feinmann, sería uno de los emblemas del cowboy (lo viejo, la barbarie) que pelea del bando de los granjeros (lo nuevo, la civilización) en el margen de su propia extinción.
Ahí está otra de las tónicas del filme, que termina convirtiéndose en una de las mejores cintas de la franquicia mutante, aunque por las razones opuestas de “X-Men: Días del futuro pasado”, la apoteosis de Singer: si aquella arañaba la gloria de los cómics de fines de los ‘70, ésta hereda la tradición más “seria” de Wolverine, sin ahorrar violencia y naturalismo estético (los paisajes abiertos y rurales beben también del western y la road movie.
Sangre nueva
Estamos en el año 2029, de vaya a saber qué continuidad (después de “Días del futuro pasado” se rebarajó el canon): los mutantes se baten en retirada, más por el fin de los nacimientos que por la virulencia de los Sentinelas que ganarían en la continuidad alternativa de dicho filme (pero igual quedan pocos de los viejos). Logan trabaja de chofer de limusina en la zona de El Paso y Ciudad Júarez (se ve que Trump no cerró el cruce totalmente) bajo el nombre de James Hewlett, el de su infancia en los cómics. Es un hombre avejentado, enfermizo, que no sana como antes y usa anteojos. Ahorra para llevarse lejos a Charles Xavier, el ahora nonagenario profesor, con su prodigiosa y peligrosa mente complicada por algún mal degenerativo. Caliban, el rastreador de mutantes, les acompaña en el exilio.
Pero Logan es un imán para los problemas, y una misteriosa mujer alcanza a dejarlo al cuidado de una niña antes de que se la carguen unos tipos fuleros. La nenita se llama Laura, y tiene una actitud complicada: es producto de experimentos, y tiene la desconexión del mundo de la Eleven de “Stranger Things”. El problema es que, pequeñita como es, tiene factor curativo, garras y esqueleto recubierto en adamantium. Sí: es una “Wolverinita” de 11 años, de sangre latina e hispanoparlante, pero... haga el lector la matemática genética.
La cosa es que el héroe caído, más deshecho que nunca, encontrará una nueva razón para vivir y blandir las garras en una batalla definitiva.
Últimos fogonazos
Desde el punto de vista actoral, la centralidad de Jackman es mayor que nunca. Por un lado porque debe expresar todas las dimensiones de un superhombre venido a menos, agotado física, mental y moralmente, al tiempo de dotarlo de momentos simpáticos (ya que no pases de comedia), solo o acompañado. Todo lo que el australiano le dio al personaje está aquí, pero de manera más dramática.
Por otro lado, es el vértice de las otras dos actuaciones centrales. Por un lado, la performance de Patrick Stewart como un envejecido Profesor X, con sus momentos de lucidez, de senilidad, de medicación. A diferencia de Jackman, Stewart fue el elegido de los fans cuando la primera película era todavía un sueño: aquellos que lo veían como el capitán Picard de “Star Trek: La nueva generación” ya lo asociaban con el telépata voluntarioso. Aquí logra dar la versión decaída de aquel visionario, en una gran despedida del personaje.
La otra gran participación es la de la Dafne Keen, una nueva revelación de los castings infantiles: hija de actores, aborda a Laura con una rabia inusitada, más allá de las escenas de pelea (que Mangold filmó con gran ingenio para la violencia). Laura tiene esa frustración primal contra los amos externos de su destino heredada del propio Logan; y Keen puede escenificarlo con pocos diálogos: o está muy bien dirigida, o es una intuitiva para los personajes. Y la química que logra con el curtido Jackman es de las buenas, sin excesos ni sentimentalismos.
Acompañan Stephen Merchant en la blanca piel de un Caliban algo divergente del de “X-Men: Apocalipsis” (que de todos modos está en otro universo paralelo) y Elizabeth Rodríguez como Gabriela, la enfermera mexicana. Los villanos son más planos: Boyd Holbrook como el mercenario Pierce y Richard E. Grant como el doctor Rice, el que trae algunas revelaciones sobre el final. Valga la mención de los integrantes de la familia Munson, granjeros que aportan la “normalidad” en el mundo de los especiales: Eriq La Salle (aquel de “ER Emergencias”), Elise Neal y Quincy Fouse.
No es para niños, no hay escena postcréditos, no aparece Stan Lee haciendo de viejito loco, no hay trajes ajustados ni una propuesta de aventuras nuevas. Wolverine, éste que conocimos al menos, se va con una despedida emotiva, después de haber caminado, bebido, reído y peleado entre nosotros desde principios de siglo.
EXCELENTE