Preguntas que lastiman, recuerdos que acechan y un viejo amor que tiembla
El dúo mudable construyó un nuevo túnel musical para movilizar sus eclécticas inquietudes, en el lenguaje universal del bolero. Conectados con El Litoral, Nacho y Roberto recrearon el proceso pandémico que dio vida a la obra.
“Lastima” contiene “un puñado de canciones románticas, de despecho, de pérdida, de nostalgia; pero, también con una cuota de ironía”. Foto: Gentileza prensa
Hace unos meses, la dupla Jacoby-Marciano colgó en YouTube y Spotify un álbum llamado “Lastima”. Balanceándose entre el EP y el LP, categorías que poco deben importar a sus autores, la obra reúne cinco boleros escritos por el primero de ellos, Roberto Jacoby, sociólogo, artista conceptual, compositor de grandes clásicos de Virus. Como en el paso previo, “Golosina caníbal” (2018), la musicalización corrió por cuenta de Nacho Marciano, artista plástico y cantante de Ahora, que con su (one) hit (wonder) “Mandame un e-mail” recorrió todo canal de música de los primeros 2000 que se precie de tal.
Años atrás, el Proyecto Venus -con su antecesor, el laboratorio tecnobucólico Chacra 99- los había ido arrimando. Vale preguntarse: ¿desde cuándo habrán empezado a congeniar? ¿Quién de los dos habrá reído primero ante la ocurrencia del otro? ¿Dónde-estará guardado lo que dijeron aquella vez? Puede que algún interrogante carezca de respuesta (al menos, inmediata), lo seguro es que hay que avanzar inquiriendo. Tanteando cada palabra con el pie, como si debajo hubiera una mina. Con esa energía innegociable, ambos se dispusieron al ida y vuelta con El Litoral enfocados en el quinteto de canciones flamantes cocidas por todos-los-fuegos-el-fuego de la pandemia.
Sonámbulo en Google
Se llevaron: piano eléctrico, estudio digital portátil, computadora, placa de sonido, micrófonos. “Algo que hacemos generalmente cuando viajamos, por si las musas o los musos se hacen presentes”. El confinamiento en el auge de los contagios por Covid fue “la influencia mayor: nos obligó a crearnos un mundo de pasiones imposibles de vivir en la realidad de ese momento”.
“Un día Roberto se despierta y encuentra en su compu una letra”. Funcionaría como un gran disparador para un taller literario. Pero se trata de un texto que apareció, misteriosamente, en un archivo de Word donde Jacoby puntea un próximo libro que recopilará canciones de su autoría. “Esa mañana, en el desayuno, me muestra la letra y me pregunta si la conozco, si pertenecía a algún autor. No recordaba haberla escrito él. Buscamos en Google, no existía. Ninguna frase, verso, palabra”. Epifanía. Sonambulismo. Creer o re(in)ventar.
El sol caía en la quinta del Gran Buenos Aires que los cobijó durante varios meses en medio de la pandemia. Marciano aprovechó esa misma tarde noche para releer la letra. Le buscaba la vuelta, le imaginaba un ropaje instrumental. “Era un bolero”, devela. Así fue como compuso la música de ‘Recuerdos que acechan’, el puntapié inicial de “Lastima”. La decisión marcó el devenir sonoro del álbum: “un puñado de canciones románticas, de despecho, de pérdida, de nostalgia... pero también con una cuota de ironía”.
Poemas con música
Lastima, sin tilde. Algo o alguien que daña, hace mal, hiere, deja un eco en la piel. No lástima como pena, arrepentimiento, pucha, mecachendie. O sí, depende el modo en que se mire la pena de perderte. La acción presuntamente exenta de sujetos está inscrita en el ADN de ambos artistas y, antes, en el cancionero popular argentino. Surge del clásico tango compuesto por Cátulo Castillo en 1956, “La última curda”. El registro melodramático arrabalero (recriminaciones, dolores, acusaciones) se potencia con guiños a los mexicanos Salvador Novo y Agustín Lara, cuentan a dúo. “Posiblemente, más que un libro sea algo cuasi cinematográfico. Almodóvar”, acotan.
A diferencia de “Golosina caníbal”, la expedición en conjunto que data de 2018, donde “las letras llevaban varios años guardadas en el closet, en “Lastima” “compusimos prácticamente juntos en un mismo lugar y momento”. Aún así, la obra guarda la borra de otros tiempos, otras canciones. “Todo lo vivido y sentido está dentro nuestro”, traducen ellos. El amplio espectro habilita lances al Instituto Di Tella, la Primavera Democrática, Tanguito, Moris, Miguel Abuelo y, especialmente, Federico Moura. Sobre el cantante de Virus, Jacoby no se anda con vueltas: “La mejor definición sería para mi la de cómplice”.
Por eso, “Lastima” permite una lectura de cruce ferroviario, confluencia de caminos, a la vez que estimula rutas alternativas para desencriptar el concepto. Nacho y Roberto encuentran filiación con la poesía, al pensar las canciones como “poemas con música”; pero también con las artes visuales, “ya que cada canción lleva una ilustración en acuarela y tinta china”. De hecho, la presentación del álbum, junto a las ilustraciones originales, tuvo lugar el 2 de junio en la galería Ruth Benzacar, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, tal como sucedió previamente con “Golosina Caníbal” en el MACBA y en el Museo Reina Sofía.
“A veces, no sabemos si nosotros estamos adelantados o los demás están un poco atrasados”, analiza Roberto Jacoby. Foto: Gentileza prensa
Como corresponde
La segunda pieza del disco lleva por nombre “Quererte quiero”. El dolor cambia de lugar respecto a “Recuerdos que acechan”; ahora, el trovador canta a un amor no correspondido pero por él mismo. “Ensayé un pequeño homenaje al barroco que, como corresponde en un bolero, empieza mal y termina peor”, aclara Jacoby. El drama se consolida, crece en espiral, con un par de elementos hipnóticos. Primero, el juego entre una variopinta escala de conjugaciones del querer (quiero, quise, quisiera, quiera, quererte, quiere) hasta llegar al definitivo: malquerido. Y segundo, ese recitado que le da un picante al asunto, que visto desde esta era, podría enlazar con Sergio Pángaro o Pablo Krantz, por ejemplo.
Equidistante del inicio y del fin, “Amor imposible”. Una canción “absolutamente realista” para sus creadores, porque “el amor es imposible”. En el medio de la obra, emerge la pregunta invasiva, el por qué, tambaleante entre resignada aceptación, recuerdo, comprensión y finalmente bronca. “Diccionario de maldades” cambia la postal: del perfume a la sangre. La voz de Nacho Marciano narra los hechos que acompañan el adiós después de una infidelidad. Desde el enojo, se reconstruye el cristal roto a partir de cada una de sus esquirlas. Y se va, con una sentencia babasónica: “te pido ahora que olvidemos eso / y hagamos el amor en un hotel”.
El álbum, conceptual por donde se lo mire, termina con una canción que parece describir en su nombre la trayectoria del dolor en el sufriente: “Vino derramado”. En la postal virtual que oficia de imagen fija de la pieza musical, hay una copa caída pero no rota. Con la letra, Jacoby explora un género latino llamado ubi sunt, donde el autor reflexiona por aquellos que murieron antes que él, a través de preguntas como “dónde están”, “dónde fueron”. Hay huellas tanto en la literatura clásica como en la moderna, desde “La Odisea” de Homero hasta el pop español de los ‘80. Obviamente, la ausencia, “lo muerto” es un tópico obligado de los boleros, pero podríamos pensar en cuánto nos dice de las heridas que dejó la dictadura cívico-militar (incluyendo Malvinas) en el creador de “Superficies de placer”.
El tiempo
Rupturistas y multidisciplinarios, circulantes atentos a la escena artística contemporánea en sus diversas expresiones, Jacoby y Marciano se reconocen interesados por “el movimiento de género, las bandas y artistas LGBTIQ+”. Problemáticas con mayor visibilización hoy que en décadas anteriores, cuando cada uno desde sus espacios manifestaba su decir disidente. “A veces, no sabemos si nosotros estamos adelantados o los demás están un poco atrasados”, aclara Roberto. “Sí, pero no lo vemos reflejado en nuestra cuenta bancaria”, ironiza-y-no-tanto Nacho.
Jugando entre el presente y el futuro, ambos están trabajando en otros proyectos. Algunos se pueden contar, como el libro “Superficies de placer”, en el que Roberto compila y comenta todas las letras que escribió para Virus. En tanto, Nacho está montando la instalación “Fábrica de Música”, una “tienda de discos imaginarios, con artistas, portadas y música hechos por mí” que se exhibe en la muestra “Infieles” en el Museo del Libro y de la Lengua de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.