Miércoles 30.12.2020
/Última actualización 13:51
"Brilla la luz para ellas" es el nuevo libro de la periodista neuquina Romina Zanellato, hoy radicada en Buenos Aires. El subtítulo del volumen es "una historia de las mujeres en el rock argentino 1960-2020". Es que, efectivamente, la autora se impuso el objetivo de describir, a través de una investigación minuciosa, el rol que cumplieron las mujeres dentro de la escena del rock nacional a lo largo de medio siglo. Pero también se propuso tratar de encontrar algunas respuestas a interrogantes que le otorgaron un sentido particular al trabajo: ¿Quiénes fueron las pioneras? ¿Cuál fue la tradición rockera femenina que se fue gestando desde los '60? ¿Por qué la historia casi no las registra?. En una entrevista telefónica, la también colaboradora de medios gráficos como Rolling Stone, Los Inrockuptibles, Indie Hoy, Infobae, Brando, Viva, La Cosa Cine, La Perla del Oeste y Vice consideró que parte de la premisa de "Brilla la luz para ellas" es que "el rock se renueve y recupere esa rebeldía que supo tener".
D.R.-¿Por qué la historia casi no registra a las mujeres en el rock argentino? ¿Esto fue un fenómeno local o en realidad en todo el mundo pasó lo mismo?
-Creo que fue global. La respuesta a esa pregunta está también en el podcast de Barbi Recanati (Mostras del Rock) dónde cuenta la historia de las primeras músicas en Estados Unidos y cómo esas mujeres históricas fueron completamente borradas de la narrativa. Lo mismo pasa si leés los libros de Javiera Tapia en Chile o a otra periodista que se llama Tere Estrada, que hizo un libro sobre las mujeres rockeras mexicanas. Creo que responde a un sistema patriarcal y a una cultura machista que en Latinoamérica estuvo muy pronunciada. Desde los inicios del rock esa característica es muy acentuada. Creo que responde a que los puestos de poder lo tienen los varones. Los puestos de mayor jerarquía en las discográficas y en los medios de comunicación los tienen los varones. Lo que pasan en la radio, en la televisión, lo que fichan o la forma en que arman un cartel en un festival tiene que ver con lo que a ellos les gusta. Lo hacen como si fueran el público ideal y único del rock, cuando en realidad es mucho más plural. Al haber un solo tipo de persona haciendo la selección, la representación queda acotadísima.
En escena y tras bambalinas
-¿Ese relegamiento se produjo sólo en las bandas o también en el detrás de escena?
-En todos los ámbitos. Hace dos o tres años hice una nota en la revista Rolling Stone (de hecho, un fragmento está dentro del libro) titulada "Las técnicas del rock". Hablamos con sonidistas, con iluminadoras, con chicas que trabajan en roles técnicos, sobre lo que les costó y les cuesta tener trabajo. Hay algunas, como Natalia Perelman, que es ingeniera en un estudio de grabación. Trabaja desde hace 20 años pero ella misma señala que durante 15 años se sintió sola y no conocía a ninguna otra mujer en ese rol. Y que cada persona que entraba al estudio le decía: "Nunca vi una mujer detrás de las perillas. ¿Estás segura que escuchás bien?". Esos espacios técnicos también fueron exclusivos para varones. Parte de lo que los feminismos nos traen es la toma de conciencia de eso, la organización para poder luchar por esos espacios y también una postura política por parte de las músicas, que en un momento se dieron cuenta de ese desequilibrio y empezaron a generar espacios, no solo sobre el escenario sino también tras bambalinas.
D.R.-Esto se da en un ámbito como el rock que siempre intentó proyectar una imagen de progresismo. Hay como una paradoja.
-En la cultura del rock convive lo rebelde y lo disruptivo con lo profundamente conservador. Esa es una paradoja que habita dentro de, por lo menos, una etapa del rock. Esos rockeros que ya son cincuentones o sesentones y sostienen su status y su estilo de vida con uñas y dientes. Pero no sé si en los inicios del rock fue tan así. Quiero creer que los Beatles, los Rolling Stones o Litto Nebbia con Los Gatos, tenían ideas más progresistas y menos restrictivas en relación a lo ajeno, a lo desconocido, a lo distinto. En el rock conviven David Bowie, andrógino y asexual, con discursos conservadores y opresivos.
-En tu libro ponés hincapié en que las mujeres tuvieron que hacer un esfuerzo hasta físico y esquivar los botellazos de parte del público para finalmente tener su lugar en la historia del rock.
-El libro tiene una estructura cronológica. Y esas situaciones, primero del acceso a la posibilidad de grabar música y al escenario y lo que ocurre después en el escenario, van cambiando a lo largo de las décadas. Eso que decís corresponde principalmente a los '80. Al momento de la postdictadura, donde todavía existía una violencia muy fuerte y los recitales eran un catalizador de todo lo que estaba comprimido en el público. En la pre dictadura y durante la dictadura hubo tanta violencia en los recitales que a las mujeres les resultaba peligroso asistir. Ahí se generó un público casi exclusivamente masculino. Y después de la dictadura, esa violencia el público la empieza a manejar contra sí mismo y contra todos los artistas. En el libro se relatan situaciones hiper violentas que le tocó vivir a las mujeres sobre el escenario, pero siempre estuvieron dispuestas a defender el espacio conquistado. Me parece muy valiente de su parte y testimonio vívido de cómo fue cambiando la cultura. De los '80 a los '90 y de los ´90 a los 2000 el público realmente fue cambiando mucho y tuvo que tomar decisiones. No es una masa amorfa, sino que tiene obligaciones y responsabilidades que también deben ser resaltadas.
-¿Quiénes fueron las artistas que lograron romper ese cerco y marcar esa articulación entre la invisibilización de la mujer en el rock y ese ganar espacios?
-En las primeras décadas, '60, ´70 y '80 el libro pretende contarlas a todas, en orden. A partir de finales de los '80, lo que hago es centrarme en algunas para contar las distintas escenas. Creo que en las primeras décadas hubo unas pocas que fueron ampliamente aceptadas por la escena del rock. La primera es Gabriela, la primer mujer que graba un disco y sube a un escenario. Cuenta con gran apoyo de la historia oficial del rock, porque tenía una súper banda que la acompañaba. A la par de ella había un montón de músicas más que no tuvieron el mismo reconocimiento. Eso cambia en los '80 a través de La Torre con Patricia Sosa, Celeste Carballo, Fabiana Cantilo e Hilda Lizarazu con Man Ray. Todas abrieron posibilidades, pero detrás de ellas hay un montón más que quedaron como en la sombra. Después, en los '90 también las hubo desde otros puntos de vista. Rosario Bléfari en el under, María Gabriela Epumer sin lugar a dudas. Ellas abrieron espacios y son grandes referentes, pero no desde el mainstream sino desde otros caminos alternativos. Ni hablar en la escena actual, con Marilina Bertoldi, Eruca Sativa y Lucy Patané. Las chicas que están abriendo caminos y dinamitando lo establecido.
-A pesar de que se están abriendo todos estos espacios y posibilidades ¿Todavía quedan instalados algunos prejuicios de décadas anteriores?
-Si, por supuesto. Hace unos días tuve una entrevista como ésta para otro medio, también con un periodista varón. Y me preguntó si para mí era legítimo el Gardel de Oro a Marilina Bertoldi. Mi respuesta fue: ¿Vos le hacés la misma pregunta a todos los otros ganadores del Gardel de Oro de la historia? Creo que hay una cultura rock muy conservadora que se siente atacada y defiende su identidad a capa y espada. Pero hay una confusión grande, porque la cosa no pasa por aniquilar lo anterior, sino por compartir espacios. La idea es que el rock se renueve, que vuelva a ser vigoroso y recupere esa rebeldía que supo tener. Por eso me parece que hay que compartir los escenarios.