Como si hubieran intuido el sino apocalíptico del año, a principios de 2020 los responsables de Grünendör Ediciones publicaron “Seminare”, obra que recopila historietas en clave de ciencia ficción realizadas por Fernando Gabriel Vaschetto y Rubén Giorgis entre 1986 y 1990. Hernán Sabaté, del colectivo editorial, habla de un doble gesto: la “recuperación” de “historietas que merecían ser disfrutadas por nuevos públicos”, y el “rescate de un material que, por cuestiones cronológicas y por limitaciones de los medios en los que había salido sin estructura de distribución y sin periodicidad- era prácticamente desconocido”.
Desde su nacimiento en 2012, Grünendör se caracteriza por divulgar, a la par de la obra de sus integrantes, un muestrario del trabajo historietístico de la región. Hernán Sabaté, editor del libro, conocía el material producido por Vaschetto y Giorgis por haber formado parte de la Cooperativa de Dibujantes en 1986. “Hernán me contaba que, en los ’80 y ’90, la dupla era una de las que más profesionalismo mostraba”, rememora José Moscovich para El Litoral. “Yo había leído sólo dos historietas de ellos en unas revistas Antídoto. Y, recién en la etapa de recopilación en ‘Seminare’, pude leerlas a todas. Me sorprendió que, si como lector desconocés que fueron hechas hace más de 30 años, podrías tranquilamente pensar que se hicieron la semana pasada”. Justamente, en el prólogo a la primera parte, Raúl Viso advierte: “Disfrútenlo, como una historieta histórica, pero que se mantiene vigente hasta el día de hoy... Sino, consulten el History Channel”.
Si hablamos de actores claves en la recuperación del material, hay que mencionar a Fernando Jaume, junto a Raúl Viso uno de los gestores de la cooperativa nacida al calor de la reuniones en el local de La Torre de Babel. Con una firme ética coleccionista, Nando “recopilaba todas las historietas y originales con las que se publicaban las revistas Undergroun sin D y Antídoto, entre otras”. A las palabras del dibujante nacido en Sastre, Rubén Giorgis, se suman las de su socio, el guionista Fernando Vaschetto.
“Lamentablemente, los originales se han perdido, lo que teníamos en publicaciones originales eran sólo algunos de los trabajos, pero tuvimos que echar mano de ellos con un poco de Photoshop. Sólo quedaron incompletas un par de historias. Una pena porque fueron las dos últimas que hicimos con Rubén, de más páginas y con mayor elaboración”.
Moscovich amplía cómo fue el proceso. “Tuvimos el pequeño inconveniente de que los textos resultaban pocos legibles. Habían sido hechos a mano, luego fotocopiados para armar los fanzines y, a partir de ahí, nuevamente fotocopiados por Fernando (Jaume) para su colección. Así que tuve que reescribir digitalmente los textos de Fernando (Vaschetto) en todas las historietas, salvo una. Mientras realizaba el trabajo, me sentí un poco como un restaurador de obras famosas”, reconoce José con una risa cómplice.
El libro respeta una cronología, estructurada en torno a dos secciones: las producciones en colaboración y las realizadas por Rubén Giorgis en solitario. Además, suma los testimonios de Raúl Viso (pionero de la movida fanzine en la ciudad) y Sandra Sorbellini (facilitadora cultural e hija de “Cacho”, uno de los organizadores de los salones de historieta).
En el plano narrativo, “Seminare” fuga hacia una vasta gama de tradiciones y discursos con tintes futuristas y apocalípticos. Robots, humanoides, extraterrestres, punks, un Xristo del año 3.033 y Hitler conviven en una trama que conjuga viajes en el tiempo y el espacio, una Santa Fe distópica y la cultura alienígena. Vaschetto remarca que las historietas “están emparentadas con la Ciencia Ficción tradicional, que siguieron creadores como Julio Verne, H.G. Wells, Bradbury y Asimov”.
Y, aclara, “en ese sentido, no es ‘efectista’ como el manga, ni se trata solamente de matar zombis. El personaje y la trama intentan ser naturales y reconocibles, pero siempre dentro del contexto de la aventura. Y, si bien se pueden deducir ciertos tópicos respecto a la relación del hombre con la tecnología, con los poderes dominantes o con los misterios del cosmos, no se detiene tanto en ello como para volverse ‘pesado’ para el lector”. Giorgis agrega que la obra dialoga con el manga no tan masivo y comercial (“Akira”, de Katsuhiro Otomo) y que está profundamente atravesada por una temática de la época post-dictadura. “La gran influencia en mi estilo de dibujo era Enki Bilal, en primer lugar, y Moebius, después. Otomo, también”.
En el inconsciente colectivo argentino, “Seminare” es una forma agradable de ingresar al complejo universo de Serú Girán. La creación de la dupla Vaschetto-Giorgis, sin embargo, empalma con la etimología de la palabra: “sembrar”. Pero, ¿qué tan apto era el terreno en la Santa Fe de mediados de los ’80 para sembrar estas historias?
Desde la perspectiva de Rubén, “prosperó lo que a nivel mundial estaba en esplendor, y lo que a nivel nacional se empezó a gestar después de 1983”. Entre las referencias, aparecen las revistas Skorpio, El Tony y D’Artagnan, pero “nace Fierro y le da otro enfoque al cómic. Le da el aire de ‘resistencia’ que lo hizo más popular. La historieta ya no era una distracción tan ‘inocente’, sino que contenía un claro mensaje de libertad y resistencia”. Además, comienzan a entrar desde el exterior números como Métal Hurlant y Cimoc, “inspiradoras para los creadores incipientes de la época”.
Sabaté incorpora a la escena el Salón del Humor y la Historieta Santafesinos, auspiciado por El Litoral. “Le dio la posibilidad a muchas aficionados de exponer sus trabajos y convocaba a gran cantidad de público. Además, numerosos profesionales participaron no solo con sus obras, sino con su presencia, dando charlas y dibujando para los asistentes. Eso jerarquizó la actividad, confirmando que, con sus propios códigos y características, tanto el humor gráfico como la historieta son expresiones artísticas válidas y valiosas”. Entre los invitados, se encontraban el “Negro” Fontanarrosa y el actual Director de la Biblioteca Nacional, Juan Sasturain. “Un cabal referente de la historieta argentina” que, completa Moscovich, “es un poco de todo” (poeta, ensayista, biógrafo, novelista, cuentista, investigador) “y, además, es historietista”.
En cuanto a los dibujantes, entiende Sabaté que, tal vez, “había una concepción un poco ‘naif’, quizá idealista, de la profesión. Las editoriales grandes estaban en Buenos Aires, las publicaciones amateurs eran difíciles de sostener y efímeras; por consiguiente, a pesar de las ganas y de la calidad, casi nadie pasó la frontera del hobby”. Vaschetto destaca el “entusiasmo” de los dibujantes como motor. “Les dieron un resquicio para mostrar sus trabajos, debido a la ‘onda’ que había generado Fierro, pero nunca hubo un verdadero interés por sostener una publicación de historieta en el tiempo. Algo perduró en la última página de los diarios respecto al humor gráfico, pero nada más. Los gobernantes nos pedían que ridiculizáramos a sus opositores, y cuando se hizo una publicación más o menos comercial, no había interés por distribuirla o promoverla”.
La puesta en valor, treinta años después, de “Seminare” tuvo un particular contexto de producción. Sucedió en vísperas de la segunda década del siglo XXI, con una fuerte impronta digital, que la pandemia del Covid-19 parece haber intensificado. ¿Por qué, entonces, asumir el desafío de apostar al papel, a la cultura impresa para rescatar del olvido la obra?
En la visión de Moscovich, una de las ventajas es la mayor visibilidad. “No es lo mismo ver la portada de un libro o revista en una librería, kiosco, feria o en la biblioteca de un amigo que tener que prender la computadora y entrar a un sitio para verlo”. Además, destaca los beneficios comerciales y una mayor durabilidad. “Fijate que ‘Seminare’ recopila historietas de hace 30 años... Las historietas digitales de hoy, ¿existirán en 30 años? Pero, bueno, quizá estas conclusiones o preferencias las tenemos por una cuestión de edad. Seguimos asociando la historieta con el lápiz, la acuarela y la microfibra. Hoy, hay artistas que hacen unas historietas espectaculares directamente en una pantalla. Obviamente, que el formato digital tiene muchas ventanas: hay más recursos para explotar (animados, sonoros), es más fácil llegar a un público más amplio y cosmopolita, y es mucho más barato (o gratis) editar un web comic que hacerlo en papel”.
Entre los contrastes digital-impreso, hay una razón, más bien una pulsión, que mueve el deseo tanto de José como de Hernán. “La sensación placentera de tener el libro o la revista en la mano, sentir el olor de la tinta, generar un vínculo íntimo que involucra a la obra con todos los sentidos del que la lee”. Además, agrega Sabaté, en la tecnología anida la paradoja de una “oferta casi infinita de material de todas las épocas, todos los países, todos los estilos y todos los géneros” al mismo tiempo que contribuye a una “especie de cultura de la fugacidad, que hace que una mirada ligera te lleve casi espasmódicamente a la ‘próxima página’”.