Silvia Hidalgo es una ingeniera informática devenida en escritora. Su última publicación, “Nada que decir”, obtuvo el Premio Tusquets Editores de Novela 2023. Desde Sevilla, la autora atendió a El Litoral para conversar sobre la obra, su contexto de producción y la sintonía con el presente. De yapa, declaró su amor por nuestra cultura. Su núcleo fuerte de escritoras-divas incluye a Ariana Harwicz, Samanta Schweblin y Camila Sosa Villada, entre otras. “Las tengo en mi altar porque me enseñaron que hay otra manera de escribir a las mujeres. Como personajes incómodos, incorrectos e incluso desagradables... ¡y está muy bien vernos ahí!”, expone.
Autocuaderno
Silvia Hidalgo tiene bastante claro el chispazo que encendió la obra. Porque “fue muy fìsico y orgánico”, dice. Si bien el germen se venía cocinando a fuego lento, hubo un momento en que le saltó “como una voz”, tomó un bolígrafo y garabateó. Regresaba de un viaje invernal. Había conducido mucho tiempo, enferma. Se sentía sola en el piso al que acababa de mudarse. Su estado de salud no desentonaba: abatimiento, desarraigo, angustia. Así le vino esa voz de mujer. Anotó varias páginas, dejó reposar el cuaderno. Supo que había dado con un personaje que le interesaba.
“La señal es débil o no hay señal” (Samsung) es la tecno-cita que abre el libro. Pone de manifiesto cómo va creciendo el desgarro, la tensión entre tecnología y sensibilidad en el drama diario de la protagonista, atravesada por las palabras y sus múltiples filos. Al respecto, la autora asume: “Tiene que ver con quién soy. Yo estudié ingeniería informática. En la segunda parte se habla de protocolos de comunicación, de máquina-a-máquina. Nosotros inventamos el lenguaje y programamos las máquinas. No hacemos más que replicar las formas que tenemos de comunicarnos. Pero cuando interviene entre dos personas este tipo de aplicaciones y una pantalla, hay un filtro: a veces, puede ser un medio de comunicación, y otras veces, un medio de confusión”.
Más adelante agrega -dándole entidad a un personaje silencioso pero importante, el coche-: “Por mi trabajo tengo que utilizar mucho el auto. Lo convertí en un espacio, esa habitación propia de la que hablaba Virginia Woolf. Ahora que estamos haciendo múltiples cosas todo el tiempo, el auto es uno de los pocos espacios en el que tienes que estar bastante concentrada (dependiendo de tu despiste). Pendiente de las señales, de los otros coches, de tu destino. Es un espacio que me sirve mucho para pensar, para crear, para idear y aclarar ideas”.
“Más que una gran trama, me interesa provocar una emoción”, cuenta Silvia Hidalgo a El Litoral. Foto: Gentileza Planeta
Una emoción
La protagonista de “Nada que decir” no tiene nombre. Es una NN. Su cuerpo es campo de batalla adjetivado en algún tramo de la obra como “una maquinaria útil”. Hidalgo explica: “Estamos sumergidos en un capitalismo carnívoro, caníbal. Somos herramientas. Nuestro cuerpo tiene que ser funcional y así nos sentimos. Lo pasamos muy mal si estamos enfermos también o tenemos que tener una baja. Durante el embarazo, ella siente que ya no sirve al sistema. No puede trabajar porque su cuerpo le está pidiendo un descanso. Nos hacen sentir continuamente esta culpa, eres inútil porque no estás produciendo y estás apartada del sistema o de la sociedad”.
La primera parte del libro, anterior a “Protocolos de comunicación”, se llama “Señal de peligro por tránsito de ciervos”. Dentro de ambas, conviven decenas de capítulos breves. La estructura elegida responde a una convicción de la escritora: “No me interesan personajes que tengan grandes objetivos o grandes dramas que resolver. No es mi mundo. Más que una gran trama, me interesa provocar una emoción; yo misma, cuando consumo cualquier tipo de ficción, quiero que me ocurra algo. Y eso sólo se puede hacer a través de la emoción. Para transmitirla, los escritores tenemos la palabra, el tono, la estructura”.
Silvia se detiene en el rol de la cadencia y las metáforas que pueblan la historia. “Para mí es muy importante que puedas acompañar, como en una película de miedo, en la tensión y en el miedo al personaje. Tenemos las alegorías, el ritmo, las frases cortas, la estructura más rápida, desasosegada que te obliga a no respirar, o que es muy acelerada. No soy muy buena con las descripciones, no me interesan tanto. Creo que con pequeñas metáforas inmediatamente te puedes hacer una imagen. El hombre-tumor me surgió porque en este tipo de relaciones que te hacen daño, te sientes débil o manipulada. Dices: ‘No me va a volver a pasar’. ¿Este sentimiento, este blindaje por dónde lo cortas? Porque puedes cortar algo sano. No volver a confiar ni a entregarse también es muy peligroso”.
“Convertí al auto en un espacio, esa habitación propia de la que hablaba Virginia Woolf”, dice la escritora sevillana graficando su vínculo con las máquinas. Foto: Gentileza Planeta
Esas amigas
La obra ganadora del Premio Tusquets de Novela 2023 nace de un sinnúmero de charlas entre Silvia y todas sus mujeres. “Es una autoficción colectiva del momento en el que vivo yo y mi generación”, sostiene. “Con esas amigas -también está incluido algún amigo-, hablamos de cómo nos estamos relacionando y cómo intentamos trabajar nuestra vulnerabilidad y fragilidad. Hay una cultura del autocuidado que está muy bien. Pero, también puede blindarte de que te pasen cosas buenas. Siempre estamos reaprendiendo en este mundo nuevo, inestable, con otras formas de comunicarnos y de conocernos”.
La personaje central del libro manifiesta las ganas de ser otra, la sensación de empezar a morirse, el miedo a los demás. Como audazmente sella Hidalgo en la historia: señales del desafecto. “En estos tiempos estamos más acostumbrados a la cultura del cuidado y del afecto con los hijos. Pero hubo un momento que con sobrevivir ya estaba bien. No había tanto esa cultura aprendida de la ficción norteamericana: familias que se sientan a comentar cómo les ha ido el día, se besan y se dicen te quiero. Tengo muy presente mi conciencia de clase obrera. Yo no me he criado con eso en mi casa ni en mi entorno ni en mi barrio”.
En línea con lo anterior, la mujer de la novela “viene de un abandono emocional”. Silvia la entiende: “Por el desapego afectivo se siente tan enganchada. No es que tenga una atracción absoluta por este hombre-tumor. Toca mucho que a veces nuestra zona de confort emocional es la que hemos aprendido. Ella se siente cómoda con personas que la tratan así, con un poco de interés, que la desatienden. Se siente atrapada porque le resulta familiar. Va metiéndose en un túnel súper oscuro, probando qué quiere o dónde puede encontrar algo de luz. Creo que es así: lo más natural es que te equivoques y fracases. El camino del éxito es muy erróneo porque no lo has dibujado tú. Te viene dibujado por personas que, a lo mejor, no tienen nada que ver contigo, no entienden tu situación ni están en tu entorno. Te ha costado horrores transitarlo porque no era tu camino, y cuando llegas no obtienes ninguna satisfacción”.
Súper bien
“Yo, mentira” (2021) es el antecedente más inmediato de “Nada que decir”. Por entonces, Silvia no estaba escribiendo, pero tenía muchas ganas. El proceso fue “más extraño” que de costumbre. Tomó una libreta tras la sugerencia de un amigo escritor. Escribió buena parte a mano. “Leí mucho en alto para que todo tenga un sentido y una misma melodía, como la música. Sin altibajos ni cosas raras. Una vez que cogí el ritmo, había escrito medio cuaderno. Tenía la voz, el personaje, lo que le pasaba y hacia dónde quería llegar”. Allí comenzó un trabajo delicado de corrección y limpieza.
“Tenía una novela; para terminarla, vi la fecha del Premio Tusquets. Estuve hasta el último día para entregar ese primer manuscrito. Yo decía: ‘No llego’. Porque escribo muy condensado. Cuando lo entregué -el mismo día a las 11 de la noche- lloré. Lloré mucho más que cuando me llamaron para anunciarme que había ganado. No me veía capaz. Tengo otra actividad laboral, una hija, muchas cosas. Veía imposible terminar el manuscrito. Fue bonito ponerme el reto de volver a escribir. A veces, cuando escribes y publicas, te da un poco de miedo. Tienes esa competencia contigo misma. Superarla fue lo que me hizo sentir súper bien”.
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