Viernes 21.1.2022
/Última actualización 14:14
Hay una pregunta que me acosa desde que, siendo niño, un actor se subió al escenario en el club del barrio e imitó al cantante Alberto Castillo con sus gestos y ése tono tan particular de su voz. Era un sábado a la noche, sábado de Carnaval, se sucedían los números de aficionados hasta que llegase otra vez la orquesta típica. Sigue conmigo la pregunta: ¿para qué lo hacen? He podido vivir con la pregunta porque encontré alternativas. Si la vida les oferta una salida laboral por ese caminito bueno... allá va la cosa: es un trabajo. También bailaba dentro otra respuesta: les gusta. O lograron que, aquello que era una gracia de muchacho, muchacha de barrio, de club, del colegio, se convirtiese en una forma de vivir. Confesión: la pregunta no se fue. Convivo con ella pero, caramba, convivo con tantas preguntas sobre tan diversas cuestiones de la vida diaria que esta había quedado allá, detrás, en el caminito de ida del muchacho que fui, vamos, como tantos.
Todos tenemos un ayer que suele reaparecer por un fogonazo, un flash, una mirada, sonido, algo que remueve los anaqueles donde estaba guardado, el cerebro es habilísimo en las distracciones para permitirnos el día por día. Se maneja solo el cerebro y eso es bueno para el equilibrio de la vida en sociedad.
Flash, mirada, sonido, el retorno hasta aquel club mínimo y popular estuvo presente en una lluviosa noche de verano marplatense. En la sala, nada coqueta, bastante húmeda, del teatro Victoria, sobre calle Rivadavia, tal vez la calle más parecida a la vida de Buenos Aires barrio adentro, con tantas esperanzas y tanta fuerza para el hoy, para el mañana, tan parecida a aquellas calles de crianza, con el mismo horizonte que va a mejorar, va a mejorar, ya vas a ver... va a mejorar, asistí a un espectáculo -ahora profesional- como aquellos que insinuaban los primeros imitadores espontáneos que conocí.
Llovía sobre Mar del Plata y no dejaría de hacerlo. En las ciudades con mar, turismo y pesca, el pronóstico es elemental para la vida, la sobrevida, el día por día y el porvenir. En cualquier lugar es importante el pronóstico del tiempo, pero si se vive del sol y la arena...
Russo, existe en Wikipedia. “Canta desde los 14 años, vive en Miami y su carrera cambió gracias a VideoMatch: Martín Russo, el imitador argentino de Luis Miguel”.
La nota es minuciosa: “En el día del cumpleaños del artista internacional, el humorista de 50 años recuerda cuando lo conoció en una fiesta privada de Miami, y presenta una gira nacional por el país con un tributo al “Sol de México”.
Allí estábamos, para ver, escuchar, estimar la imitación sobre El Sol de Méjico. Yo dejaría, de modo indistinto, la equis y la jota. Sucede. Como si una fuese en serio y la otra también. A Luis Miguel le dicen “El Sol de Méjico”.
Sus declaraciones periodísticas son fáciles de encontrar. Russo dice: “Lo empecé a imitar y el público se sorprendía. En ese momento nadie lo imitaba y a mí me salía bastante parecido. Después lo fui perfeccionando”, continúa quien llegó a mostrar su talento en la radio con Juan Alberto Mateyko y en VideoMatch, de Marcelo Tinelli. Dichas participaciones lo hicieron saltar a la fama y llegar a los oídos de Polo Martínez, manager y gran amigo de Luis Miguel. Luego de escuchar una imitación de Russo en la década del ‘90, el empresario argentino le pidió un VHS para llevarle al artista que vería el mes siguiente en Acapulco (México).
“Nunca escuché a nadie que me imite tan parecido, que saque el color de mi voz”. Para felicitar a Russo decidió enviarle un obsequio: el mismo VHS que le habían hecho llegar a él, pero con su autógrafo: “Martín, un abrazo enorme, Luis Miguel”. Y la fecha: 1999.
Es interesante recordar la fecha de estas declaraciones, en enero del 2022 son las mismas de su presentación en el escenario, como si nada nuevo se dijese de lo suyo desde entonces.
El espectáculo consiste en su presentación, con la banda de sonido (pistas) de canciones del mejicano, y una señorita bailando y haciendo palmas sobre foro derecha, a veces con mínimos coros. Es real que lo imita gestualmente en risas, movimientos en el escenario y es, con las diferencias lógicas de físico, un remedo del cantor. Los espectadores de la función a la que asistí conocían las canciones, fueron hasta la sala a eso, para eso, para ver / escuchar / encontrarse con un imitador y quisiera escapar de la siquiatría, la sicología y el análisis atrevido y voy a lograrlo. Dejo constancia. Fueron. Estaban. No era “LuisMi”. No señor.
Durante una hora este hombre imitó sus movimientos en el escenario y la pista regalaba y regalaba canciones. De sus álbumes “Romance”, los que produjo artísticamente Armando Manzanero, se destacó “No se tú”. Obvio, no faltó “El rey” (“con dinero y sin dinero”...).
Por un instante (el cerebro traiciona sin avisar, esto es: traiciona) por un instante se sueltan las neuronas embravecidas en el cerebro y aparece el cierre de un texto luminoso: “Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y lo infinito, pero esos juegos son de Borges y ahora tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro. No sé cual de los dos escribe esta página” (“Borges y Yo”, se titula el texto).
Tal vez a los imitadores les pase lo mismo y ya no sepan quien es el uno y el otro. Los salva del desnudo y la transparencia, de desaparecerse entre si viajar por el mundo y no encontrarse. Luis Miguel debe estar al tanto de esta conjura (si no lo veo no soy yo y ambos existimos). Tiene hasta una telenovela seriada sobre su vida este o aquel, algún Luis Miguel.
No tengo premura por resolver una pregunta que vuelve, sobre la húmeda vereda de la medianoche de calle Rivadavia, en Mar del Plata, la calle más integrante del suburbano porteño de la “Ciudad Feliz”; llevo y llevo la pregunta: qué sentía en República del Oeste, el club del primer barrio donde fui feliz, aquel muchacho que subía al escenario, acomodaba su cuerpo de tres cuartos perfil derecho y se lo veía transportado y feliz al poner la mano sobre su mejilla y gritar: “ siga el baile siga el baileeee”... ¿Qué sentía?