Lunes 15.3.2021
/Última actualización 14:27
Para el próximo 26 de marzo está previsto el estreno en Netflix de “El campamento de mi vida” (A Week Away). Se trata de una apuesta de la plataforma de streaming por un musical, dirigido en este caso por Roman White, quien en 2009 condujo la realización del video musical de la cantante Taylor Swift “You Belong with Me”. Kevin G. Quinn (protagonista en la serie de Disney “Channel Bunk’d”) y Bailee Madison (estrella veinteañera conocida por sus papeles en el cine de May Belle Aarons en “Bridge to Terabithia” y Harper Simmons, en “Parental Guidance”), encabezan los créditos en esta comedia romántica con tintes de musical donde un problemático adolescente se ve obligado a asistir a un campamento de verano cristiano, donde descubre el amor y el sentido de pertenencia. Con la excusa de este estreno, en las líneas que siguen repasamos algunas de las obras cinematográficas que moldearon la historia del género.
“Las zapatillas rojas” (1948): Rodada en Inglaterra y dirigida por Michael Powell y Emeric Pressburger, este film se balancea con precisión entre los límites del melodrama, el romance y las exigencias del ballet, pero a partir del esquema que impone el género musical cinematográfico. Apela al recurso del relato dentro del relato y moldea la historia de una bailarina que se une a la compañía dirigida por el implacable Boris Lermontov para integrar el ballet “Las zapatillas rojas”, basado en el cuento de Hans Christian Andersen. A la vez, se enamora de un compositor. A lo largo del film, la trama evoluciona en paralelo al cuento de Andersen, todo ello realzado por el uso innovador del incipiente Technicolor. Brian DePalma y Martin Scorsese, entre otros directores, han valorado mucho este film.
“Cantando bajo la lluvia” (1952): es imbatible a la hora de establecer cualquier tipo de lista relacionada con el género musical en el cine. Es que el film dirigido por Stanley Donen y Gene Kelly (quien se reserva a su vez el rol protagónico) y ambientado en los comienzos del cine sonoro, funciona a varios niveles. Es una entretenida historia romántica (la de Kathy Selden, aspirante a actriz y Don Lockwood, estrella del cine mudo), contiene escenas impecables (aquella en la cual Kelly baila enamorado bajo un aguacero) y es una aguda reflexión sobre el propio cine (el personaje que interpreta Jean Hagen queda afuera del naciente sonoro por su voz chillona). Sin duda es la obra más memorable de la época dorada del cine con grandes musicales.
“West Side Story” (1961): Se trata de Shakespeare en los barrios marginales de New York. En las calles de West Side, dos pandillas se disputan el control del territorio. Los “sharks” (latinos) y los “jets” (europeos) son los modernos Montescos y Capuletos. Y tal como ocurre en la “Romeo y Julieta” original, se produce una historia de amor. En este grandioso musical que adaptó la obra homónima de Broadway, los enfrentamientos entre ambos bandos no se dirimen con espadas, sino con bailes al ritmo de la música de Leonard Bernstein. Es tal la penetración de este film en la cultura popular, que el propio Steven Spielberg rodó una versión renovada que se estrenaría a fines de este año, con Rachel Zegler, Ansel Elgort, David Alvarez y Ariana DeBose como protagonistas.
“My Fair Lady” (1964): el prestigioso crítico Roger Ebert calificó a este trabajo de George Cukor como “el mejor musical de teatro de todos los tiempos”. Lo cierto es que esta versión cinematográfica el mito de “Pigmalión”, que se basó en la obra teatral homónima de George Bernard Shaw es un triunfo en todos los sentidos. La historia del profesor que se compromete a educar a una humilde florista para convertirla en una dama de la alta sociedad en medio año, ganó 8 premios Oscar y obtuvo un enorme éxito de crítica y sobre todo de público. Buena parte de esta repercusión se explica en la delicada y firme dirección de George Cukor, ya para entonces especialista, pero sobre todo en los trabajos de los actores: Rex Harrison como el lingüista Henry Higgins y Audrey Hepburn, en uno de sus personajes más encantadores, como Eliza Doolittle, quien sorprende a todos.
“La novicia rebelde” (1965): El empresario teatral y productor argentino Carlos Rottemberg señaló en una oportunidad lo crucial que había resultado este film de Robert Wise para determinar su inclinación por el mundo del espectáculo. Lo cierto es que a más de medio siglo de su estreno, este film ocupa un lugar destacado en el corazón de varias generaciones. Mucho tienen que ver sus canciones difíciles de olvidar, sus números logrados, su trama tan simple como efectiva y emocionante. Pero el principal argumento para su vigencia está en las interpretaciones. Julie Andrews realiza su papel más conocido, por lejos, como María la novicia que abandona la abadía para convertirse en la institutriz de los siete hijos de un militar retirado y viudo, el capitán von Trapp, que el actor Christopher Plummer desarrolla con afable severidad. Todo el combo es irresistible e irrepetible.
“Cabaret” (1972): Un viejo cliché señalaba que para que un musical funcione tenía que “brindar felicidad” a las audiencias. Este axioma se percibe en grandes exponentes del género, como “Cantando bajo la lluvia” o “Siete novias para siete hermanos”. Sin embargo, en sintonía con los cambios que se produjeron en el cine en los ‘70, cuando se oscurecieron las temáticas, Bob Fosse logró con “Cabaret” un musical tan vivo y lleno de chispa como portador de un mensaje contra el autoritarismo. Ambientado en Berlín en los años ‘30, exhibe la vida en el Kit Kat Club de Berlín, donde Sally Bowles es el alma de las fiestas. El clima festivo del lugar (amor, baile y música) se contrapone con el creciente poder que asume el partido nazi, que pronto tendrá catastróficas consecuencias.
“Bailarina en la oscuridad” (2000): Esta película de Lars Von Trier bebe de las aguas del cine clásico pero mezcla sus distintas vertientes hasta lograr un producto posmoderno, difícil de clasificar. Es, básicamente, la historia de la inmigrante checa Selma (Björk en uno de esos papeles que marcan una carrera) en Estados Unidos (digamos mejor, en un Estados Unidos recreado por Von Trier) que trabaja en una fábrica y descubre con terror que está por quedarse ciega. Ante esta situación, decide ahorrar para pagarle a su hijo la operación que le evitará el mismo destino. Lo que hace que este melodrama vire hacia el género que convoca estas líneas, es la capacidad de Selma de evadirse de su vida cruel imaginando que habita un musical, cuya banda sonora son los ruidos cotidianos. Es una profunda defensa sobre el poder liberador de la ficción.
“La La Land” (2016): Damien Chazelle, responsable de la notable (y, si uno se adentra en la historia, agobiante) “Whiplash” fue capaz de captar el espíritu de los musicales de la época dorada y trasladar su esencia a Los Ángeles del siglo XXI. Para eso se valió de un guión que apela voluntariamente a recursos manidos (la trama cuenta cómo dos jóvenes que quieren triunfar en el espectáculo se enamoran pero encuentran trabas en sus respectivas ambiciones) y a una serie de números y canciones muy logradas (“Another Day of Sun” y “City of Stars” sobresalen especialmente). Además Emma Stone y Ryan Gosling bordan sus papeles de una camarera que quiere ser actriz y un pianista obsesionado por mejorar. El film remite con respeto a los clásicos del género, pero logra una entidad propia.