Ignacio Andrés Amarillo
Ignacio Andrés Amarillo
iamarillo@ellitoral.com
A los 60 años, Joe Satriani puede decir que trabaja de sí mismo. Esto quiere decir que, cumplidos 30 años desde su primer disco, le alcanza con exhibir la depuración de su estilo, sin tener que “demostrar” que es una leyenda de la guitarra. Antiguo maestro de algunos que se volvieron célebres incluso antes que él (Steve Vai, Kirk Hammett), el oído entrenado empieza a reconocerlo por lo que suena: la ganancia “al mango” pero con un sonido redondo y limpio, y con un sustain particular. Sobre eso, vuelan los dedos en una digitación privilegiada, sin abusar del tapping (con algo de tapping de púa), notas ligadas y la combinación del vibrato de mano izquierda con su técnica particular de palanca, con la que puede forzar armónicos y obtener recursos expresivos.
Pero antes que nada, Satriani es un melodista, buscando hacer obras instrumentales más que ejercicios de onanismo guitarrístico (quedará para otra ocasión el discutir si no hay algo de onanismo o al menos demostración fálica en cualquier solista instrumental; Kim Gordon tenía algunas opiniones sobre esto). Así que a lo largo de su carrera ha desarrollado melodías cantabiles para sus obras, operando más o menos en algunas de estas tres formas: obras construidas como pura melodía; trabajos en los que expone el tema para luego liberarse en el solo; o un ida y vuelta entren la “canción” y el trabajo del solista, un poco a la manera de una gimnasta artística en un ejercicio de suelo: diagonal con piruetas, salto mortal y salir bailando alegremente la cantinela.
Quizás por esto, el neoyorquino ha logrado mantenerse en el tiempo y trascender a la época de oro del virtuosismo (los ‘90 vinieron a ponerlo en crisis), sin quedarse como un número de circo para estudiantes de guitarra (como les ha pasado a algunos).
El arribo
Para celebrar ese bagaje, y para presentar “Shockwave Supernova”, su última placa, Satriani llegó al teatro El Círculo de Rosario para cerrar la mini gira argentina (después de la plaza de la música de Córdoba y el Luna Park de Buenos Aires). Lo hizo de la mano de un equipo eficiente, que puede seguirle el ritmo: el alemán Marco Minnemann en batería, Bryan Beller en bajo y el peculiar Mike Keneally: vestido como un obrero de la música, es el tecladista del grupo y a la vez se cuelga la guitarra para jugar a la par del dueño del boliche. Ese que no aparenta su edad, manteniendo la imagen que consolidó en los últimos años: totalmente pelado, con anteojos oscuros, sencilla ropa negra y botitas de básquet. Y por supuesto, empuñando tres de sus habituales guitarras Ibanez (una blanca, una roja y una negra tuneada con dibujos).
Eso pasó después de que Bonzo Morelli y los Blues Hats (Mario Elena y Juan Aborigen) recibieran al público con clásicos del blues en formato acústico. Sobre un video con extraños sonidos el Satriani Team fue ganando el escenario para arrancar con “Shockwave Supernova”, el tema que le da nombre a la placa, seguido por “Flying in a Blue Dream” y la intensa “Ice 9”, con sus imágenes de hielo en la pantalla de fondo. “¿Cómo están esta noche? Muchas gracias”, dijo Joe, antes de presentar a cada uno de los integrantes de su banda. “Este es un lugar muy hermoso, muchas gracias por traernos aquí, nunca habíamos estado: esperemos que no tengan que pasar 25 años”, comentó, para luego presentar “Crystal Planet”, con imágenes de territorios glaciales en el fondo. A la que siguió “On Peregrine Wings”, otra de las nuevas que levantó en el ritmo, ilustrada con tomas aéreas (hace referencia al vuelo del halcón peregrino).
Nuevos agradecimientos en el micrófono que estaba junto a la pedalera del guitarrista: “Vamos a tocar una canción que nos transportará a 1992, tiene un mensaje para mí y mis fans alrededor del mundo: que somos todos amigos”. Y tocó “Friends”, la que abría “The Extremist”, su disco más exitoso: una melodía simpática y entradora. Ahí le pegó “If I Could Fly”, con su toque romántico, la dupla con Keneally y las palmas acompañando la intro de batería.
Hablando de romanticismo, anunció “una pequeña canción de amor” de “hermosas criaturas”, e interpretó “Butterfly and Zebra”, una balada corta y sin batería, con Keneally en las teclas (también de la placa más fresca). De ahí salieron al tempo espeso de “Cataclysmic”, del nuevo disco, para luego pasar a la festejada “Summer Song” de “The Extremist”, ilustrada con el videoclip oficial, ese de las carreras donde se podía ver al Satriani de antaño, con pelo largo, rostro lleno y gafas pequeñas, metiendo los armónicos de la introducción.
En ese momento todos abandonaron el escenario, menos Minnemann, que arrancó con un solo al principio sincopado, a un bombo y hi hat, para pasar por un momento minimalista sobre este último, un par de malabares y terminar tirando fills sobre un redoble de doble bombo.
Historia viva
El grupo en pleno volvió con “Crazy Joey”, otro de “Shockwave Supernova”, con una melodía casi de cancha, que se va abriendo en tappings antes de otra base más rockera. Luego fue el turno de Keneally de quedarse en solitario para su excursión individual sobre los teclados: su solo arrancó con virtuosismo sobre sonidos sintetizados y piano Rhodes, para luego abordar tensiones y distensiones sobre efectos corales, como unas sirenas cantando en las profundidades.
De vuelta todos juntos, y sobre una contundente base de bajo, el solista desplegó “Luminous Flesh Giants”, una canción con varios años encima, dibujando sobre colchones de teclado. El enganche fue con “Always With Me, Always With You”, una de las canciones de “Surfing With the Alien” (1987), con sabor a banda sonora de película de pilotos de combate.
Beller hizo un mini solo propio, con más groove que virtuosismo, pero pasó rápido y sumó a la banda para animarse a zapar un rato y pasar por fragmentos de clásicos como “Smoke on the Water” (Deep Purple), “Black Dog” (Led Zeppelin), “Iron Man” (Black Sabbath), “Heartbreaker” (Led Zeppelin), “Back in Black” (AC/DC), “Message in a bottle” (The Police), “Voodoo Chile” (Jimi Hendrix), para engancharlo con “God Is Crying”, un tema de 2010.
Después fue el momento de “Crowd Chant”, hecho para que el público responda a las líneas que tira la guitarra, con imágenes de multitudes de pie en festivales en la proyección de fondo. El primer final llegó con el “Satch Boogie” (Satch es su apodo), con fotos de juventud enganchadas a una cámara en vivo que lo mostraba tocar en ese momento, pasando después a mostrar portadas de discos y de revistas especializadas como Guitar Player, destacando lo consagrado que fue en distintas épocas, con la gente ovacionando de pie.
Después de la pre-despedida de rigor, vino la última salida de la mano de “Big Bad Moon”, en la que Satriani se animó a cantar y tocar la armónica en un micrófono dispuesto para ese objetivo. Y ahí sí llegó el final definitivo: en la pantalla del fondo apareció el Silver Surfer de la Marvel, junto a su amo Galactus y otros personajes, anunciando que lo que venía era la acelerada “Surfing With the Alien”, uno de los clásicos de su discografía, con una explosión de recursos guitarrísticos.
Así pasó una leyenda de las seis cuerdas por la provincia de Santa Fe. De a poco el público que colmó la sala de la platea al gallinero empezó a ganar la calle Laprida, con la sensación de tener los dedos muy, muy lentos.