Hace 50 años el director italiano presentó su film inspirado en la novela homónima de Thoman Mann. A través de la crisis existencial de un compositor de mediana edad, medita sobre el deseo, el arte y el amor.
Alta Cinematográfica Dirk Bogarde interpreta a un compositor angustiado en Muerte en Venecia , estrenada en 1971.
Luchino Visconti provenía de una clase aristocrática, pero era consciente de la progresiva decadencia de su clase, ya moribunda desde los albores del convulso siglo XX. Se ocupó de mostrar eso con agudeza (y de una forma bella, gracias a sus conocimientos pictóricos, que supo trasladar a la construcción de sus planos) a través de filmes emblemáticos como “El gatopardo” (1963) y “El crepúsculo de los dioses” (1969). Y algo de eso está presente también en “Muerte en Venecia”, que cumple 50 años desde su premiére en Londres, que se produjo el primer día de marzo de 1971. Es que el protagonista, Gustav Aschenbach, pertenece a un estamento social que languidece en la Europa que antecede al estallido de la Primera Guerra Mundial, que dio por tierra con todos los avances positivistas del siglo XIX.
Inspirada en la novela corta escrita por el alemán Thoman Mann y publicada en el año 1912, la película narra el viaje que emprende un compositor que acaba de fracasar en su último estreno y a quien aquejan problemas de salud, hacia Venecia. Su objetivo es tratar de relajarse. Sumido en una severa angustia existencial, se siente atraído por un joven llamado Tadzio, que representa ante sus ojos el ideal de belleza. Estos sentimientos, que ponen en crisis su identidad sexual, lo irán consumiendo progresivamente. Mientras tanto (en un giro cargado de metáforas y, dadas las actuales circunstancias del mundo, de gran vigencia) la propia “ciudad de los canales” se encuentra azotada por una epidemia de cólera que las autoridades no saben cómo manejar y que ocultan para no espantar a los turistas.
Trances internos y externos
Interpretada de manera exquisita por Dirk Bogarde, que tenía 50 años y había hecho ya películas notables como “El sirviente”, la película (en sintonía con el libro, Visconti era un especialista en captar el espíritu de las obras literarias para trasladarlo a la pantalla) juega con las angustias existenciales de un hombre y los modos en que éstas se proyectan a la ciudad y, es posible intuir, al mundo, en una época de cambios turbulentos. Como si estuvieran en una misma línea, Aschenbach siente que su propia identidad, social y sexual, sucumbe ante sus sentimientos por Tadzio al mismo tiempo que Venecia comienza a degradarse en forma paulatina bajo los efectos de la enfermedad y la muerte.
Es a la vez una lúcida meditación sobre el sentido de la vida. Cuando ve a Tadzio, Aschenbach siente que está ante la belleza ideal, algo que había perseguido con su actividad artística. Y descubre, en una amarga vuelta de tuerca, que sólo podrá observar desde lejos la perfección que el joven representa para él para que pueda seguir siendo tal. Sin plantearlo en forma directa, Visconti parece suscribir con la idea planteada por Mann de que hay cosas que son esenciales y que sostienen al hombre ante el abismo: el amor, la creatividad, el deseo y la cultura.
Pero también es posible otra mirada sobre “Muerte en Venecia”, aquella que cuestiona la concepción del arte y la moral que representa el compositor que busca huir de sus penurias en la “ciudad de los canales”. Es que, como ocurre en algún punto con “Lolita” de Vladimir Nabokov, hay una crisis de identidad sexual de un hombre maduro, por otro lado muy culto, que busca la manera de justificar sus impulsos primarios a través de cavilaciones filosóficas sobre las dimensiones de la belleza. En definitiva, como señaló un crítico, “la lucha interna entre lo deseado y lo prohibido”.
Un personaje marcado
Obsesivo buscador de la imagen perfecta, Visconti se tomó su tiempo para encontrar al actor ideal para el personaje de Tadzio, el objeto del deseo de Aschenbach. Es que debía ser, a la luz de lo escrito por Mann, un fiel ejemplo del ideal de belleza en la Europa decimonónica, extendido a las primeras décadas del siglo XX. Debía ser un paradigma de belleza pura y de esplendor adolescente. Las filmaciones en las que Visconti grabó a los jóvenes que participaron en el casting para “Muerte en Venecia” están recogidas en un documental “Alla ricerca di Tadzio” (en castellano, “En busca de Tadzio”) dirigido por el propio director de “El gatopardo”.
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Foto: Alta Cinematográfica
Tras un arduo trabajo, Visconti eligió para el papel a Miguel Bosé, que por entonces tenía 15 años. Pero Luis Miguel Dominguín, su padre, que era un conocido torero, se opuso rotundamente. De modo que el elegido fue el sueco llamado Björn Andresen. El joven actor nunca pudo zafarse de este papel. Estuvo siempre condicionado, al punto que rechazó otros papeles similares y en 2003 se enojó porque la escritora feminista Germaine Greer había utilizado, sin su consentimiento, una fotografía suya en la portada de su libro “The Beautiful Boy”. Aunque trabajó en varias películas más y fue tecladista de un grupo, quedó para siempre marcado por el personaje que realizó para Visconti. Lo cierto es que su figura enjuta alejándose de las orillas de Venecia, representa una de las imágenes más hermosas del cine europeo de los ‘70.