A la salida hablé con Miguel del Sel. Durante toda su carrera quien esto escribe, desde que los vio en Rosario allá lejos y hace tiempo dijo y escribió: es una estudiantina. Obvio, mi corazón estaba con Les Luthiers y Midachi era -insisto en la calificación- una estudiantina. Bueno, una vida, una carrera, récords que aún no se rompen en taquilla y en público y una memoria colectiva hizo que Midachi, si fue una estudiantina (creo que lo fue) divirtió a dos generaciones de argentinos, fueron triunfadores, el aplauso consagra de un modo inapelable.
Lo desperté a Miguel del Sel (tengo una diferencia irreconciliable con Miguel, es muuuuy “tatengue” y yo soy fanático de Colón de Santa Fe, soy de “el Negro” , soy sabalero y esas cosas, que vienen de-va-ya-a-sa-ver-dón-de no se cambian) y le pedí disculpas.
Hoy Midachi es Shakespeare pero el mismo Miguel me puso en otro sitio. “Lo vi en Córdoba. Hablé con él. Es un buen pibe, eso es valioso ‘Bigote”, muy valioso. A vos te pasa como a mí, no nos reímos fácilmente porque estamos de este lado. La gente aplaude y va. Es un fenómeno que debe cultivarse, viene de las redes, nuestra carrera fue diferente, estamos en otro mundo, ‘Bigote’...”.
Hable con “A. M.”, una de las personalidades más tranquilas del espectáculo, estaba en Buenos Aires, ella me dijo: “Vi un TikTok del muchacho, es sencillo, es elemental, el espectáculo es milagroso, creeme, no te voy a decir que soy vieja y sabia, soy veterana y te digo, no hay fórmula, esto anduvo y hay que aceptarlo...”.
Hablé con un especialista en trabajos de inserción de políticos y de mensajes en redes, un argentino que trabaja en otro país y me dijo: “Si tiene 9 millones de visitas en redes vos no estás tratando con una persona, estás tratando con un fenómeno, yo estudiaría cuáles fueron sus llaves y su técnica de entrada, lo voy a abrir, me fijo en quienes son los que lo visitan, alguna fibra especial toca, pero la base es quiénes lo visitan en redes, por allí hay un receptor de un mensaje particular que a los otros se les escapó... o se les escapó que desde las redes se puede armar un espectáculo masivo... fíjate Shakira...”.
Hablé con mi nieta, Emilia, de 10 años: “Sí, abuelo, lo miro en TikTok, me río, vos... ¿ me vas a llevar?”.
Hablé con un hijo: “Sí, el que vos decís es el mismo que hace Cachilo, sí, me gusta, Cachilo está bueno, me río...”.
Hablé con Carlos Rotemberg. Largo café marplatense. “No tengo respuestas para el éxito, como no se las tiene para el fracaso, con el diario del lunes todos somos buenos. Decidí, consulté y decidí darle el Teatro Neptuno, es el más grande, consulté con mi hijo, conversamos, una temporada se arma mucho antes de la temporada, usted lo sabe, ahora estamos hablando del 2023/24 y del 2024/25. No tengo respuestas, no tengo tampoco necesidad de mentir, esto no es una ciencia exacta, si no cortaba entradas dirían ‘Rotemberg se equivocó, tantos años en esto y no sabe nada’. Ahora creen que, como es un éxito, lo sé todo y no es así. Me gustó el desafío, soy empresario, pusimos las entradas a la venta el 1º de diciembre de todos los espectáculos y de todos los teatros donde tenemos que ver, pero nadie tenía nada seguro. Ahora es un fenómeno de la temporada, pero búsquelo sobre un hecho: cultura popular, que todos sabemos se crea con cuestiones que se escapan al cálculo de un empresario y un periodista, que quiere que le diga, sucedió, sucede... Ahora trato de proteger el fenómeno que fue favorable, como protejo a otros espectáculos que quiero y no son favorables”. Terminó su café y sonreímos.
El Diario La Nación se tuvo que rendir y la capitulación dice: “Sin presencia en los medios de comunicación, el actor correntino convirtió a sus personajes en un suceso federal impulsado por las redes sociales; radiografía de un éxito inusual que no para de crecer...”.
Más adelante el periodista (Pablo Mascareño) dice: “Una especie de Coldplay mesopotámico con atmósfera de sapucai, que nació en la era de las redes sociales y se convirtió en un humorista de culto en todo el país y Latinoamérica. Se sabe, el like no tiene fronteras. “Nunca fui a un teatro y que no se agotaran las localidades, pero lo que jamás tuve fue presencia en los medios, donde todavía soy un anónimo”.
Ignoro qué quiere decir con Coldplay, ya que tengo mi opinión sobre ese conjunto, que tal vez difiera de la del colega. Si sé que es cierto lo que dice su entrevistado. Donde va produce el lleno.
Fui a ver a Jenny y me rindo. El eje ante el que me rindo es de doble entrada.
Primero, me rindo ante un muchacho que habla en un español con acento correntino, litoraleño si quiere, cuña boscosa, Chaco Boreal antes de la absurda división; y primero: me rindo ante un personaje que habla del “chipá cuerito” y yo sé de qué se trata, pero ignoro de qué se ríen los 1.000 espectadores presentes la vez que lo vi desde el fondo de una sala donde no se entiende claramente porque su lenguaje es duro y entrecortado, no se entiende igual adelante que en el fondo de la sala y no se si todos han estado en el Litoral. Básicamente no se si han comido torta asada, reviro y chipá cuerito pero allí está, una peluca que es un adminículo para la risa, no para la simulación y su vitalidad es la que tiene un gimnasta, ya que fue dueño de un gimnasio y esa es su profesión fuera del espectáculo. No podría asegurar que todos entienden todo.
Me rindo por segunda vez. Segunda rendición: hay movimientos que entienden los iniciados, medias palabras, cuasi gestos, su personaje es “La Jenny, la paraguaya” (por cuestiones del Inadi y pacaterías oficiales y, abriendo el paraguas, en teatro se llama “La Jenny ¡claro que sí!”. El afiche, como el volantito de mano que entregan como programa dice eso, precedido de su nombre; Wali Iturriaga, que en realidad es Eduardo Beltrán y por aquello de los enojos y las familias ensambladas a su padre su abuela lo hacía formar como Iturriaga. Me lleva a la segunda rendición. Él dice que tenía una actividad artística previa y es cierta, pero 9 millones de visitas (ése es el cálculo hoy) no son otra cosa que la espalda de este espectáculo y algo más, algo más, algo más, algo más... (lo repito para que se entienda). Damas caballeros y niños, no necesitó una serie televisiva, un escándalo mediático, un Gran Hermano, una telenovela, una película, un concurso de canto y baile, no necesitó Tinelli, no necesitó las herramientas del pasado, me rendí ante un “nativo digital” que llena y llena teatros. Bienvenidos al siglo XXI.
Tercera rendición. Si tengo que explicar el espectáculo también me rindo, un juego de chateo con su madre, otro con WhatsApp de madres de un colegio, la difícil reconversión de “ella en él”, la falta de estudios artísticos puesta como ventaja (es uno igual a los de la platea, es uno que en TikTok hace cosas locas y tontas porque es un medio casi íntimo... Con una intimidad de 9 millones de visitas) y aparecen esos modos en 80 minutos a pleno entusiasmo y aplauso. Agrega funciones.
En sustancia es un monólogo de su personaje “La Jenny”, que cuenta su vida de mujer dominante, con tonito correntino y espíritu de fiesta de amigos en el buffet del club del barrio donde, el que algo sabe de espectáculos, demuestra su capacidad, su habilidad. Bueno, eso hacía falta en este verano, ha recorrido el país, se puede agregar: esto hacía falta en el país.
Si de hacer un retrato de temporada se trata la risa, la necesidad de encontrarse con algo que es sano y por tanto provoca ”sanaciones familiares”, llena más que un espectáculo de muchachos y chicas medio desnudos mostrando sus sexos y diciendo que todo vale. En el abanico están todas las posibilidades, desde lo muy hot hasta el espectáculo del Neptuno, pero parece definitivo: la risa gana por varios goles. Una vieja sección de la revista yanqui “Selecciones del Reader’s Digest, que leíamos sobre 1950, se titulaba: “La risa, remedio infalible”. Adhiero, aún hoy tiene mi voto. Me rindo. Gana La Jenny. Suya es la temporada 2022/2023 en Mar del Plata, gana en localidades y en aplausos.