Opinión |
Un delito legitimado por la sociedad
Ilustración digital: Rubén Lamagni
Es una de las prácticas habilitadas en nuestra cultura. La dificultad para probar las denuncias de acoso más la eterna sospecha sobre las permisividades femeninas hacen que se siga perpetrando impunemente.
"Al encontrarme de espaldas a la puerta de acceso, me tocó malintencionadamente la cola... me empujó contra la pared, yo estaba operada de un fibroma y me produjo una hemorragia", relata Claudia acerca del hecho que la llevó a cometer dos intentos de suicidio y a atravesar la peor situación de su vida. Hasta febrero trabajaba en la administración pública, hoy está con carpeta médica, un sueldo muy bajo, dos chicos que alimentar y una casa que mantener, un tratamiento psicológico costoso y el terrible "cachetazo" a cuestas que recibió de un colega y sus superiores que se "ofendieron" cuando hizo la denuncia penal.
Este hecho ocurrió hace ya casi 10 meses en la Casa de Gobierno de la provincia de Santa Fe. El agresor, si bien no es un empleado público, aún se pasea tranquilo por las oficinas y hasta febrero, mes en el que Claudia dejó de trabajar, continuó con sus hostigamientos.
Por suerte hubo un hombre que vio los hechos y se animó a atestiguar, con un poco de miedo por tanta impunidad, pero "un testigo" al fin.
"No te das idea de lo que uno sufre con el tema del acoso y cuando tus compañeros y tus superiores se lavan las manos, nadie te pregunta si necesitás algo.... se siente tanto dolor", confiesa.
El acoso sexual en ámbitos de trabajo, incluyendo situaciones de relación académica y de relación médico-paciente, parece ser más común de lo que se cree, y no sólo en la administración pública. En entrevistas para solicitar empleo también se han verificado casos de acoso sexual. Y son contadas las mujeres que se animan a denunciar.
El trabajo publicado por UPCN hace ya tres años denominado "Acoso Sexual. Violencia Laboral", que trata estos casos en la administración pública, define a este hecho como una serie de insinuaciones sexuales, verbales, físicas o de otro tipo, repetidas y no deseadas, todas las alusiones sexuales explícitamente despectivas contra la dignidad, u observaciones sexualmente discriminatorias hechas por alguien en el lugar de trabajo, las cuales ofenden a la persona involucrada, le provocan la sensación de sentirse amenazada, humillada, lo que perturba su rendimiento laboral y socava su sentimiento de seguridad en el empleo, creando un ambiente laboral amenazador o intimidatorio.
El acoso sexual por lo general es una demostración de poder, una forma de persecución en el lugar de trabajo que suscita una inquietud creciente.
El trabajo que reúne casos concretos delimita el terreno de la violencia laboral: contacto físico innecesario, rozamiento o palmaditas; observaciones sugerentes y desagradables, chistes, comentarios sobre la apariencia o aspectos y abusos verbales deliberados; uso de pornografía en los lugares de trabajo; demandas de favores sexuales y agresión física.
Los casos de acoso no sólo pueden derivar en la pérdida del empleo, sino también en una inestabilidad psíquica de la víctima, que sufre tensión nerviosa, ansiedad, depresiones, insomnios y hasta puede llegar, como es el caso de Claudia, a intentos de suicidio.
"No hay una ley de acoso sexual. Hay proyectos presentados que tipifican al acoso sexual como un delito dentro del Código Penal, que estaría protegiendo un bien jurídico que sería la libertad sexual, que es lo que se viola, lo que se penaliza. El acoso sexual es un modo de violencia sexual", afirmó la abogada Adriana Molinas, a la vez que brindó un panorama del marco legal que contempla este tipo de delito:
En la Secretaría de Desarrollo Institucional de UPCN funciona el Departamento de la Mujer, que no hace demasiado tiempo (cuatro meses) trabajó el tema y presentó un anteproyecto de ley a la diputada Dolly Gagliardi. El mismo prevé sanciones en la administración pública.
Liliana Weisembel, Aurelia Monzón, Belquis Vera, Rosana Zamora, Francisca Pucheta y Angelita Verón, integrantes de este departamento, explicaron por qué trataron el tema y la urgencia de una legislación que protegiera principalmente a las "compañeras".
"Al no haber legislación, no podemos dar respuestas, justamente es una deuda que la sociedad tiene con estas personas... Los casos están en la Justicia, puede haber alguna figura donde involucrarlo, pero la persona que cometió estos actos no tiene una sanción dentro de la administración pública, o sea, que lo puede seguir haciendo y no es muy fácil de demostrar".
"Desde una perspectiva teórica, uno puede preguntarse: la persona que comete un acoso sexual, ¿desde dónde lo hace? Una cosa es la mirada cultural, y otra, la mirada clínica. ¿Qué estructura psíquica tiene esta persona a quien, por la cultura o por el poder, se le ocurre tomar una víctima que tenga determinadas características?", dice Marcela Araya, psicóloga, frente a la consulta sobre la posibilidad de realizar una mirada psicológica acerca del tema del acoso sexual.
Desde una perspectiva psicoanalítica, el acosador está dentro de la estructura perversa, cuyo principal mecanismo es el de la renegación; sería algo así como reconocer que existe la ley pero no darle importancia. "El neurótico, en cambio, fantasea con transgredir; no obstante, antes cae en la angustia. El perverso no la siente; el acosador goza con la angustia del otro. No llega a la culpa, salvo, tal vez, en el extremo de llegar a la instancia judicial, en la que algo de la ley se impone".
Con respecto a la figura de la persona acosada, Araya detalla que "desde lo legal puede llamarse víctima, pero desde lo psicológico no se encasilla de esta manera. La persona que padece un acoso se va desintegrando moralmente, la sociedad no la entiende o hasta la acusa de histérica o de provocar. De ahí que, en terapia, se ven casos en los que cuesta levantar la integridad; colocarlos en el lugar de víctima puede ser perjudicial, porque salirse de ese lugar no es poca cosa. Sus características suelen ser la baja autoestima, personas impulsivas, que no se controlan y que pueden estallar en el tercer acoso. Por parte del acosador, esto se capta, hay ahí un juego de elección inconsciente", explica Araya.
Los casos de acoso de mujeres hacia hombres son menos o, al menos, diferentes. "Eso tiene que ver con el poder y con lo cultural. Acá el poder lo han ejercido principalmente los hombres, y toda mujer que intente tener los mismos derechos aparece como una amenaza", dice Araya. Sin embargo, aclara que se está hablando de un estereotipo, no sucede igual en todos los casos.
"De todos modos, ahora el hombre no es tan protagonista, sobre todo en el terreno laboral, pero, igualmente, el acoso femenino es más raro". Por otra parte, Araya admite que "el miedo de que el ataque se concrete es mayor en el caso de las mujeres acosadas", y que, "de esta manera, tal vez se ejerza un poder más potente", aunque subraya que "yo lo pienso más por el rol, y desde ahí, el hombre tiene un mayor aval para poder manifestar esta conducta".
"El acoso femenino es contradictorio, porque culturalmente nosotras decimos que el hombre siempre ocupa un lugar de poder. Pero cuando el hombre pierde esa valencia, por desocupación, por enfermedad o lo que fuera, las mujeres no toman fácilmente el lugar protagonista de la situación. Se demanda al hombre que sostenga ese lugar, esa valencia. Esto se ve mucho en la clínica; te hablo de casos particulares".
La conducta abusiva se define como una conducta que atenta contra la integridad. "Aun siendo físico, todo acoso, en el fondo, es moral, porque provoca la desintegración psicológica de la persona, se fragmenta y pierde su seguridad y el manejo de sí mismo/a. Hasta llega a pensar que tuvo algo que ver en provocar lo sucedido", sostiene Araya, y agrega: "Para que sea acoso, tiene que ser reiterativo, crónico, casi pensado, obsesivo y con cierta manipulación. El ámbito de lo laboral también tiene que ver con las propias presiones que reciben las personas con jerarquías, y que eligen a alguien con cierta debilidad para hacer funcionar la conducta abusiva".
-¿Qué sucede si la que fuera una posible víctima termina accediendo a las proposiciones del acosador?
-No le interesa, el interés no está puesto en el encuentro, sino en desestabilizar al otro. El acoso se sostiene en tanto el ataque se suspenda.
En este sentido, la diferencia entre el cortejo y el acoso es que para el primero hay acuerdo mutuo. Otra de las características, define Araya, "es que el acosador busca cómplices para poner en evidencia esa desestabilización".
"Tiene que haber una intención de hacer uso del poder, creer que la ley es uno, y que tiene derecho a denigrar a alguien porque está bajo su cargo, se da en situaciones de asimetría total. Esto es muy similar a los vínculos violentos".
-¿Cómo se desarticula este mecanismo?
-La denuncia frena bastante, porque la ley se hace presente desde una instancia jurídica y el acosador que reniega de la ley la ve en carne propia. Antes de llegar a la denuncia es muy difícil. Supongamos que la persona acosada no pueda renunciar a su trabajo o no le convenga hacer algo legal, ahí yo creo que con alguna ayuda terapéutica se puede ver de qué modo generar estrategias para pilotear esa situación, pero eso provoca un desgaste psicológico tremendo, porque vos no estás en una estructura así como para ponerte a comprender cómo funciona y genera un estrés total.