Las monturas Malabrigo:
un apero que hizo historia
Talabarteros romanenses desarrollaron en los días fundacionales un tipo de silla de montar que pronto se impuso en gran parte del litoral. El museo lugareño atesora una de ellas. He aquí la historia contada por la nuera del artesano que la construyó a fines del siglo pasado.
(Por Darío Orlando Sager).- Cronológicamente, el grueso de la fundación de pueblos y colonias de la provincia de Santa Fe se hizo en la segunda mitad del siglo XIX. Quienes logren situarse mentalmente en los días remotos de la colonización gringa en territorio santafesino, podrán efectuar una evaluación más próxima a la realidad de aquellos hombres y su circunstancia. Así, no tendrán mayores inconvenientes para hacer una ponderada apreciación de lo que significó el caballo para los pioneros. Era por ese entonces el medio de trasporte individual más ágil, rápido y maniobrable en todo terreno. De allí el enorme valor y cuidado que esos colonos prodigaban a sus montados.
Las largas andanzas sobre el lomo del fiel animal, la mayoría de las veces dejaban molestas secuelas para el físico de los jinetes: dolores en las asentaderas, cintura y espalda, eran los padecimientos más comunes. De allí que los artesanos se ocuparon en fabricar las mejores sillas de montar, buscando la comodidad de quienes hacían del andar a caballo, su cotidiana labor. En ese marco, surgieron diferentes monturas, donde cada talabartero ponía toda su sapiencia y capacidad para hacerlas más confortables para sus usuarios. La localidad de Romang fue cuna de un modelo propio, denominado "Montura Malabrigo".
En ese contexto los dimes y diretes pueblerinos sostenían que por allí andaba dando vueltas la montura utilizada por el fundador Teófilo Romang en sus cabalgatas a campo traviesa. Otros aseguraban que la pieza de referencia en realidad era la que utilizó su hijo Augusto Romang y que la de su padre estaría enriqueciendo el acervo patrimonial de algún coleccionista. Hace algunos meses se interesó por este tema el especialista bonaerense Juan Carlos Recarey, quien se contactó en principio con el autor de esta nota y posteriormente, hizo lo propio con la nuera del fabricante de la aludida silla de montar.
Lidia Infiesta de Kaenel señaló que donó la pieza al museo romanense y que la misma había sido obsequiada a su esposo, el talabartero Enrique Kaenel, por parte del hijo del propietario de la montura, al marcharse éste de la localidad hace más de 60 años.
Al fallecer su esposo Enrique, Lidia Infiesta de Kaenel entendió que esa montura debía estar a disposición del público y la regaló al museo. Esta romanense integra el coro de abuelos y toda su vida fue una activa protagonista del accionar comunitario. Ella tuvo destacada actuación en el grupo que luchó para conseguir la educación secundaria en Romang, allá por los años '50.
A partir de aquel llamado de Recarey, se profundizó la investigación histórica de este elemento. Las monturas Malabrigo fueron llevadas a la fama por Santiago Kaenel, quien se instaló en la localidad hacia fines del siglo XIX. Para ello compró a Teófilo Romang un terreno que cubría las tres cuartas partes de una manzana céntrica del incipiente poblado. En ese solar se afincó para siempre la familia Kaenel.
Claro que hacia 1892 ya le había comprado el negocio de talabartería presumiblemente a un tal Kemmetter, de quien se dice ejerció ese oficio por algunos años en los días fundacionales de Romang.
"Mi esposo Enrique Kaenel continuó la profesión del padre prácticamente hasta su fallecimiento en 1987. Después la talabartería ya no tuvo continuadores en la familia, pues nuestros hijos siguieron otras profesiones", recordó Lidia.
El conocido historiador Héctor Soneyro indicó que "los Kaenel siempre se dedicaron a este rubro. Don Santiago llegó a tener curtiembre, fábrica de calzados y talabartería, alcanzando en su momento a ocupar hasta una treintena de operarios".
En su obra "Equitación Gaucha", el investigador Justo Sáenz elogió la comodidad de estas monturas: "La silla Malabrigo con sus altos arzones y armazón de madera de ceibo, liviana y fuerte, sustituyó de inmediato y sin que dejara rastro, al viejo lomillo porteño o tal vez al sirigote de procedencia correntina". En cuanto a la denominación "Malabrigo" para estas monturas, se la relaciona directamente con el nombre primitivo del lugar, habida cuenta que Teófilo Romang llamó Colonia Malabrigo a su fundación.
El primitivo diseño de la montura Malabrigo recibió una transformación con el paso del tiempo, pues los arzones se hicieron más bajos y se corrigieron algunos defectos evidenciados a través del uso. Los armazones de madera liviana eran construidos en el taller de Luis Affolter, quien al decir de su casi centenaria hija Matilde Affolter, "fue el primer carpintero que ejerció ese oficio en el Romang de antaño". Después los Kaenel las armaban, forraban en cuero repujado de primera y complementaban su ornamentación utilizando chapería de bronce.
El historiador Enrique Ramseyer refirió que, allá por los años '70, "ciertamente Teófilo Romang tuvo una montura, pero se perdió todo rastro de ella hace mucho tiempo. Se dice que fue a comprada por un coleccionista del sur. La que conocemos perteneció a su hijo Augusto".
Una llamada telefónica desde Buenos Aires, motivó la inquietud de un periodista e historiador y alentó la valiosa colaboración de la nuera del creador de la montura. En esa conjunción se dio un paso más en dilucidación de la historia colonizadora en el mapa santafesino, y así suma un lauro más para los hombres del ayer romanense. Con su trabajo, creatividad y aptitud artesanal, dieron a Romang una de las sillas de cabalgar más prestigiosas del litoral argentino: la Montura Malabrigo.