Un prodigio de curiosidad barroca
Por José A. Duimovich
A 25 años de su muerte evocamos en esta página a uno de los más originales, interesantes y polémicos autores de la América hispánica, el cubano José Lezama Lima.
Como en los poemas de Góngora, a quien admiraba, la escritura de Lezama Lima extiende una suplantación verbal de lo que quisiera relatar, muestra un conjunto de enlaces metafóricos apenas sospechados cuyo desciframiento sería, finalmente, una sucesión reconstruible. Lo perceptual se transforma en el juego de las superficies de los sentidos, amalgamados o saltando, del gusto al olfato, del tacto a la vista, como en una persecución descomunal del agotamiento de cada situación, velada por un exceso de presencia, ocultada por la filigrana del detalle.
La prosa de Lezama es puro despliegue y Paradiso es el mundo que recubre. Toda la novela, el río heraclitano de sus personajes, de las dos ramas de una familia que al fin se forma para hacer nacer a José Cemí, el poeta, son el Génesis del advenimiento de la voz poética, la misma que dicta la novela entera para declarar unos orígenes, los suyos. Una misión parece encomendársele al poeta incipiente, que en los últimos capítulos comienza a detenerse en la textura de un término, a mezclar objetos y culturas imposibles, o posibles pero aún incondicionadas, una misión materna: "El ruego de que una voluntad secreta te acompañase a lo largo de la vida, que siguieses un punto, una palabra, que tuvieses siempre una obsesión que te llevase siempre a buscar lo que se manifiesta y lo que se oculta. Una obsesión que nunca destruyese las cosas, que buscase en lo manifestado lo oculto, en lo secreto lo que asciende para que la luz lo configure": misión familiar en la que una voz naciente justifica los azares de decenios de vidas persistentes y cuyos pasos no parecen haber dejado huellas -así se lo confía su abuela, moribunda, al joven poeta: "Hemos sido dictados, es decir, éramos necesarios para que el cumplimiento de una voz superior tocase orilla, se sintiese en terreno seguro. La rítmica interpretación de la voz superior, sin intervención de la voluntad casi es decir una voluntad que ya venía envuelta por un destino superior, nos hacía disfrutar de un impulso que era al mismo tiempo una aclaración...".
En una suerte de síntesis, aunque incumplida, de la no sintetizable fuga de Paradiso, diríamos que describe el surgimiento de una voz poética como llamado o mandato que las bocas de la familia transmitieran, misión poética de perseguir una obsesión secreta y de oír un dictado misterioso o bien, en palabras de José Cemí: "Necesito un misterio para devolver un secreto, o sea una claridad que pueda compartir".