Cultura: CULT-06

El apogeo de lo poético

"La espera", de Norman Petrich. Ciudad Gótica, Rosario, 2001. Transcribimos aquí el prólogo de R. Retamoso.


En un gesto no desprovisto de cierta audacia, Norman Petrich nos entrega la espera. Porque en una época en que la poesía se muestra como una experiencia devaluada, circunscripta a minorías excéntricas respecto de los valores dominantes en el mundo actual, este libro nos viene a recordar que todavía es posible hacer poesía.

Y decimos hacer antes que escribir, porque quisiéramos subrayar con ello el sentido de práctica, de experiencia, que aún supone el ejercicio de la poesía.

De eso, nos parece, se trata en este texto, ya que la espera conjuga la práctica verbal con la finalidad pragmática en su escritura. De manera notable, en un mundo donde esos aspectos parecieran estar fatalmente escindidos en el orden de lo estético, el libro de Norman Petrich viene a decir que cuando se escribe se lo hace, más que para alguien, para algo. Y ese para algo puede ser tanto lo que logre afectar a los lectores de modo directo como aquello que afecte convenciones, estilos, prescripciones e incluso lo que podría llamarse un "espíritu de época".

Porque la espera, de modo notorio, pretende hacer poesía en contra de lo que ese espíritu dispone: si actualmente se piensa, como pocas veces a lo largo de la historia, que el lenguaje debe ser un instrumento para la transmisión de enunciados que en su claridad impongan de manera inequívoca una visión hegemónica, la espera refuta ese pensamiento al demostrar que el lenguaje puede ser algo radicalmente distinto.

Así, el texto de Norman Petrich afirma que el lenguaje puede ser algo más que un instrumento de comunicación, en la medida en que repone su dimensión metafórica y poética. Pero además, y como si se tratase también de desmentir la creencia de que el lenguaje fuese solamente una herramienta comunicativa, la espera sostiene que el lenguaje, y especialmente el lenguaje poético, es un dispositivo simbólico que inexorablemente provoca efectos pragmáticos.

Obviamente, esos efectos son imprevisibles: de lo contrario, un libro de poesía sería una suerte de programa cuyos efectos podrían calcularse. Salvo en los momentos delirantes de las experiencias dirigistas en materia de arte, nunca resulta creíble, felizmente, prever los efectos de un texto poético. Por ello, la espera es un libro que no busca ganar adeptos para causa alguna. Busca, por el contrario, conmover a sus posibles lectores con la belleza de sus imágenes, la música de su ritmo o la intensidad de sus figuraciones, para hacer que esa conmoción permita sacudir las formas endoxales que la cultura dominante impone.

Si ello se logra, con la libertad que supone la comunión en la experiencia emancipadora del lenguaje, la espera habrá logrado que esos lectores vislumbren, aunque sea fugazmente, un horizonte donde la subjetividad humana se repone y se engrandece: el confín donde siempre se celebra el apogeo de lo poético.

Roberto Retamoso