Anquises sobre los hombros
Por Horacio Castillo
Todos llevamos, como Eneas, a nuestro padre sobre los hombros.
Débiles aún, su peso nos impide la marcha,
pero luego se vuelve cada vez más liviano,
hasta que un día deja de sentirse
y advertimos que ha muerto.
Entonces lo abandonamos para siempre
en un recodo del camino
y trepamos a los hombros de nuestro hijo.
Por Graciela Maturo
-Canto en el viento y es un viento oscuro
el que en mi pecho canta.
Triza el aire graznido de un pájaro que agoniza
entre palmas caídas y abandonadas.
Dónde estás, Anabel de las colinas,
junco, jaramabo, uva dorada,
dónde estás.
El perro que amabas gime en el jardín
y en la casa danzante como un barco
sólo veo una triste marioneta
bailando un tango cruel.
Quién sostendrá la rosa, el débil fuego
de ramas húmedas y crujientes.
Quién cuidará la frágil porcelana
esparcida entre piedras grises.
Ya no pondrás tu mano sobre mi cansada
frente para decirme: Es la alta noche, duerme.
El viejo piano ríe con su risa macabra
y se ha roto el espejo que guardaba tu rostro.
Sobre mi puerta crece una amapola gigantesca.
Por Máximo Simpson
La gotera caía
sobre el pan,
sobre el tiempo.
La gotera caía como salmo insensato,
como loco aleluya,
como lento gorjeo,
como un aria indecisa.
Y la gotera hablaba en medio de la noche,
era un ala que rozaba los días.
La gotera caía como terca amenaza,
se metía hacia adentro,
en la médula misma,
en el cogollo herido,
en las uñas dormidas,
en el cuaderno niño entre las letras,
adentro de la pulpa,
adentro de la vida.
La gotera caía
sobre el pan,
sobre el tiempo.