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Nosotros
Música, pasión y baile
Esta es una de esas historias que hacen pensar que no todo está perdido y que, en realidad, el ser humano vive dando señales que lo enaltecen. Es la historia de un hombre apasionado por el tango, que decidió contagiar a los santotomesinos del ritmo del dos por cuatro.


Dicen que a la historia la escriben los que ganan, y cierto es que uno puede ser un ganador en la vida, no sólo con resultados sino con hechos; hechos cargados de una pasión y espíritu de grandeza que no necesitan del halago fácil y superficial.

Nacido en Rafaela el 30 de setiembre de 1949, Jorge Alberto Fontanetto ha sido y es un entusiasta admirador del tango que, ya de grande, se propuso aprender a bailarlo, como él mismo lo dice "como si se tratara de una asignatura pendiente que uno tiene en la vida".

Luego, a modo de reparación personal, le dedicó tiempo a la enseñanza del mismo a través de la creación del Taller de Tango Rossana Falasca, que funciona desde hace tres años en Santo Tomé en forma absolutamente gratuita. Allí, "donde sobran las mujeres y faltan varones", acuden unos setenta alumnos, en su amplia mayoría jóvenes.

Por admiración


"Era muy chico, tenía unos nueve años, y ya mis padres me llevaban a los bailes. En aquellos años era muy común que los clubes organizaran el baile familiar de los sábados, de nueve de la noche a una de la mañana, que se hacía en la pista y al aire libre. Juventud era el club de mi barrio y como era costumbre, actuaba una típica, que hacía exclusivamente tango, y una característica, que interpretaba por lo general jazz, boleros y otros ritmos", relata Jorge, al recordar el origen de su pasión por la música ciudadana.

Haciendo una pausa en el imaginario viaje hacia su niñez, Jorge rememora con sano orgullo: "Mi padre, que se llamaba René, era un gran bailarín. Como expresa una letra de tango `cortaba el hipo verlo bailar', y yo era un admirador de mi padre. Siempre me gustó verlo bailar... pero no lo sabía bailar. Por eso, aprendí a bailar el tango ya de grande".

"Trabajaba en Banco Nación y a veces viajaba a Buenos Aires. Un día, hace unos años, en lugar de concurrir a un espectáculo de teatro o al cine, gracias a la intermediación de un amigo en común, preferí ir a tomar clases de tango con Juan Carlos Copes. A esas clases no se puede acceder fácilmente; fue una corajeada, porque sabía el nivel del maestro. Tuve la suerte de tomar una clase de dos horas, que para mí fue una experiencia máxima" añade.

A raíz de una injusticia


Jorge no se detuvo en su propio conocer. Yendo aún más lejos de aquel dignísimo y franco empeño soñador de aprendiz aficionado, también quiso enseñar el tango a los más jóvenes, para así encauzar a quienes se acercan para danzar al compás de las clásicas y añejas melodías de arrabal.

Lo hizo, tal cual lo cuenta, porque alguna vez se sintió menospreciado. Fue cuando creyó necesario pulir su enseñanza en Santa Fe y se acercó a una academia local, considerada escuela de tango, en la que se sintió incómodo: "En todo esto también se discrimina. Para empezar a estudiar allí, tenías que tener unos cincuenta y dos kilos, ser alto, de ojos celestes y rubio. Y a mí, la naturaleza no me dio eso, porque supero largamente los cincuenta y dos kilos, y no soy alto, ni de ojos celestes, ni rubio".

"A mí me dolió, me sentí discriminado. Por eso, como a mí me lo hicieron, yo en mi taller no lo hago. Nunca lo puse en práctica, porque las puertas están abiertas para todos. Acá no hay ningún negro, pero si viniera sería bienvenido y no tendría ningún problema en enseñarle", afirma Jorge, que entre sus alumnos tiene a Hugo Mertes (ver aparte) y esgrime frases de cabecera como aquella que dice "cuantas dificultades enfrenta el ser humano en su vida de relación, sólo por no entender que en la Tierra todos somos iguales".

"Las escuelas de tango no existen, ese es mi parecer. Si existiera una verdadera escuela, te tendrían que enseñar mínimamente el nacimiento del tango y yo no puedo hacer eso porque hay libros y escritores dedicados a esa labor. Este es un taller de tango; los chicos pueden dar su opinión y eso a mí me sirve. Colaboran activamente conmigo en todo lo que sea coreografía, figuras y vestimenta, por ejemplo", añade para completar su idea.

"En este lugar, la esencia es el baile. Lo que busco es que la gente que se acerca a mirar un espectáculo de tango le brinde el saludo y el aplauso a ellos, mis alumnos, que son los que se rompen enteros para que las cosas salgan cada vez mejor. No persigo el aplauso para mí porque no me gusta", concluye convencido.

Realmente especial


Hugo Héctor Mertes, "Huguito", nació el 27 de diciembre de 1974 en Santa Fe y tiene Síndrome de Down. Sin embargo, ello jamás fue obstáculo para desempeñarse como atleta, gimnasta, jugador de vóleibol, practicante de guitarra criolla y bailarín de danzas folclóricas.

En estos momentos, es uno de los alumnos del taller Rossana Falasca, y para Jorge Fontanetto uno de los que más lo sorprendió, esencialmente por su singular predisposición y simpatía.

"Entiendo que me faltan palabras para expresar, en toda su dimensión, lo que sos para mí. Sos mi hermano, mi hijo, mi amigo... mi gran amigo. No conoces la maldad y, como contrapartida, irradias esa magia de nobleza, bondad absoluta y ternura jamás vista. No conoces lo que es el egoísmo, por eso tenés y tendrás siempre el horizonte abierto, de la misma forma que está mi corazón desde el primer momento que te vi y te traté", escribió Jorge, que acostumbra a expresar con glosas su opinión sobre algunos de sus alumnos, a quienes también suele identificar musicalmente.

Sobre Hugo, a quien no dudó en remedar con "Te Quiero" de Osvaldo Pugliese, señaló que desde un principio y en todo sentido ha sido uno más del grupo, sin problema alguno de adaptación, sin distinción de ninguna clase, ni trato diferencial.

El nombre


En cuanto a la nominación del taller, Jorge aclara: "Le puse Rossana Falasca porque ella era santafesina y falleció el día en que yo me casé. Me fui hasta Buenos Aires a verlo a don Ado Falasca, su padre, para pedirle permiso para usar el nombre de ella. Y de su puño y letra me autorizó en un papel que aún guardo entre los documentos que conforman el taller".

Sergio Ferrer