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Nosotros
Marianne, la dama de la canción
Los boleros más clásicos. La sutileza de un bossa. La pasión de un tango o el ritmo de una salsa. Todo habita en la garganta de esta mujer, cultora de la voz humana.


Los fanáticos de los Rolling recordarán a Marianne Faithfull, la reina del pop inglés que formaba con Mick Jagger la pareja del rock en los sesenta. Los amantes de la música clásica conocerán a Marianne Schech, la soprano alemana que hoy deslumbra en la ópera europea. O quizá a Marianne Seibel, otra voz prodigiosa de la lírica contemporánea.

Marianne es también el símbolo de la República Francesa, ese ícono femenino con el gorro frigio y busto prominente, que aparece inmortalizada en las pinturas guiando al pueblo francés hacia la libertad. Marianne es una suerte de apodo para Francia desde que una logia secreta lo adoptó en memoria de Marie-Anne Mouhart y desde que las esculturas multiplicaran su figura en los principales espacios oficiales del país.

Y nuestra Marianne tiene algo de todo eso. Pasó gran parte de su vida al lado de un gran músico y productor santafesino conocido como "Poroto" Mehaudi; es una voz privilegiada y, -quién lo duda-, ya es un símbolo de la canción urbana. Se llama Marianne Villot pero quien la haya escuchado la conoce y la piensa como, simplemente, Marianne.

"Yo soy una cantante pero también soy intérprete, porque aunque me interesa la música me gustan mucho las letras y hago lo posible por respetarlas hasta en las comas, los puntos y los acentos", se presenta ante Nosotros.

"Lo que más me gusta hacer es jazz, porque disfruto muchísimo escuchando a Ella Fitzgerald y Sara Bogan, pero también hay otras cantantes que me parecen interesantes, como Sydney O'Connor, por ejemplo. Y en la Argentina, Julia Zenko es una buena cantante, me gusta Mercedes Sosa y María Graña", enumera a modo de trilogía femenina. Pero después agrega a Suna Rocha y a la santafesina Patricia Barrionuevo.

Esta síntesis de preferencias desnudan su ductilidad para acercarse a la música en todas sus vertientes. Así, podemos disfrutar en la voz de Marianne desde una bossa hasta un tango, pasando por boleros, salsa y jazz. Este último es el género que la intérprete eligió para frecuentar en estos tiempos.

Cantó con la Jazz Ensamble y luego convocó a un grupo de buenos músicos para formar el Marianne Jazz Group, con el que se presentó durante todo el año pasado y lo que va de éste en diferentes escenarios locales, con Adrián Barbet en el bajo, Cristian Bórtoli en contrabajo, José Piccione en percusión, y en algunas ocasiones el trompetista Marcos Giardino como músico invitado.

Primaveras en la Capital


"Mis primeros pasos fueron a los 17 años, yo todavía estaba en el secundario, en la Escuela Normal, y fui a probarme a LT 9. Después conocí al que más tarde fue mi esposo y padre de mis hijos, Poroto Mehaudi. Ahí empecé, pero siempre de una manera vocacional", recuerda Marianne.

"En aquella época -estoy hablando del 55-56-, en la radio era obligación tener números en vivo y cobrábamos bien, además cantábamos en otros lugares como bares, cafés y confiterías, entonces vivíamos de la música con mi marido".

Sin embargo, como sucede por lo menos una vez en la vida, Marianne y Poroto decidieron irse. Primero el destino fue Córdoba y después, inevitablemente, Buenos Aires. "Allá grabé profesionalmente, en tiempos en que se hacían los primeros registros. Recuerdo que grabé una canción que me hicieron llegar del sello Microfón. Yo siempre le digo a mis amigos músicos, jóvenes, que cuando yo grabé no grababa cualquiera como ahora. Y no lo digo de soberbia, sino que realmente era así, grabar no era fácil y aunque yo nunca llevé un demo a ningún lado, fui contratada y cobraba muy bien las regalías. No puse un peso para grabar, como hay que hacer ahora".

De esas primaveras en la Capital, Marianne recuerda con nostalgia la primera versión que cantó de "Oh, Carol". "Un día le acercaron a mi esposo la grabación en inglés de este tema, me pasaron la traducción y lo grabé. También hice "Volare", y del otro lado registré uno de los primeros bossas que entraron acá, que se llamaba "Idaí". Me costó tanto aprender el bossa, porque era un ritmo caprichoso... decía yo".

Hoy, su voz luce con el bossa tanto como en el jazz. Fue en Buenos Aires donde Marianne empezó a cantar con las grandes bandas jazzeras de la época en la viejas radios Belgrano, El Mundo y Splendid. Entonces ya frecuentaba a autores como Gershwin, Cole Porter e Irving Berlin, los que ahora integran los standars que ofrece para darse el gusto.

Con la música a otra parte...


"Recuerdo que tocábamos con grandes bandas y también hacíamos giras, cantábamos en los carnavales de Bahía Blanca o en Montevideo. Después tuve la oportunidad de irme a España con un grupo, pero preferí quedarme a criar a las dos hijas que ya tenía. En mi generación lo más importante era ser madre, y yo naturalmente tengo una inclinación a la familia. Me gustan mucho los chicos -ahora mis nietos- y soy capaz de dejar cualquier cosa por un desayuno en familia".

"Hay gente para la cual primero está su profesión, para mí no. Mi marido siguió trabajando muy bien en la música. Tocó mucho tiempo en los `Sábados de Mancera', y ahí se fue conociendo con músicos internacionales como Raphael. El acompañaba a intérpretes en los canales de TV y tocaba en los teatros. Era un músico muy ductil, podía hacer jazz como chamamé. Tocó con Hugo Díaz, después tenía un grupo que se llamaba Summe Timmers, que hacía el estilo de Benny Woodman, ó acompañaba a Raphael. En todos los géneros se sentía cómodo".

Más tarde llegaría la etapa del reencuentro con su ciudad y su gente. "Ya en el 73-74 yo tenía cuatro chicos, nos volvimos a Santa Fe y empezamos a trabajar acá. Mi esposo armó un grupo con el que hacíamos largas temporadas en distintos lugares. Recuerdo uno hermosísimo que se llamaba `Marítimo', allí estábamos miércoles, viernes y sábado, y siempre a lleno. Estuvimos 7 meses tocando en el mismo lugar".

En esos años Marianne cantaba clásicos como "Té para dos" ó "Tenías que ser tú". "No nos íbamos a temas como estoy haciendo ahora más profundos como `Cuerpo y alma', hacíamos cosas conocidas y teníamos un lindo grupo. Tocaba con nosotros un violinista francés y con él hacíamos Charles Aznavour, Charles Trenen, y era hermosa la disposición de la gente a escuchar".

Romance de tango y bossa


Como señora intérprete que es, Marianne es respetuosa de la canción ciudadana y está convencida de que el tango es un género difícil, comprometido y agotador. "Exige mucha entrega y recién cuando empecé a envejecer se me dio más por el tango, antes cantaba mucho bolero quizás porque es un paseo, se puede respirar, se pueden hacer pausas; el tango es muy exigente".

"Malena', por ejemplo, es agotador, mucha música y hay que recordar mucha letra. Y a mí no me gusta cantar leyendo. Me aprendo las letras, me acuerdo y trato de `vivir' lo que está diciendo el autor, me parece que es la única manera de interpretar. Y ahora que estoy cantando temas en inglés le pido a un amigo mío que me explique qué quieren decir algunos giros indiomáticos que se me hacen difíciles de entender".

Marianne se enamoró de la voz humana escuchando a músicos brasileños durante la temporada que vivió en Santos y en San Pablo. "En el bossa hay que sentir lo que se dice. `Llega' es un bossa donde el autor le pide a la niña tristeza que se vaya y que le diga a su amor que sin él no puede vivir. Yo no puedo no sentirme atravesada por eso. Yo admiro a los brasileños porque quieren y valoran la voz. Las voces son protagonistas en su música y ellos se quedan escuchando en silencio, disfrutando de esa caricia".

Hoy, rodeada de músicos jóvenes que la valoran como una maestra, Marianne es la que acaricia los oídos con la sutileza de su voz. "Ellos dicen que les doy alegría, que lindo eso ¿no?", dice. Y cuenta: "El otro día me pasó algo raro: iba caminando para tomar el colectivo y venía un chico en bicicleta. Me miraba desde lejos y cuando pasa enfrente me grita: ídiosa!, y me tira un beso. Supongo que me había escuchado en algún lugar y entonces uno piensa: siempre está atrás del dinero, pero cosas como ésta no tienen valor. Que un muchacho de 25 años, en bici, a las 6 de la tarde, pase y te diga una cosa así. Otra vez iba en el colectivo y siento que me tocan. Antes de bajarse una chica me dice: que Dios te conserve la garganta... Yo pienso que a medida que pasan los años uno se quita inhibiciones. Hoy si tengo que expresar con el cuerpo lo que siento, lo hago, en cambio antes estaba como más para adentro. Lograr la libertad es importante, y entonces ahí uno puede comunicarse".

Cerrar los ojos y escuchar...


"El músico tiene la obligación de educar, y no hay que dejar ese lugar sin ocupar. A mí me parece que cuando uno se queda sin hacer cosas, gana otro ese espacio y quizá no lo merezca.

Yo creo que, fundamentalmente, la música es una caricia para el alma, tiene que ser eso. La música tiene que ser eso que no se puede ver pero que se siente en lo más íntimo. Lo que pasa es que con la cuestión de los videos, ahora las que cantan tienen que ser bonitas, rubias y de ojos celestes, así como las que bailan tango tienen que tener lindas piernas, no interesan sus cualidades sino que estén `buenas'... Por eso creo que hemos perdido esa condición intrínseca de la música que todo quien la hace tiene que tener.

Yo la fui a ver a Ella Fitzerald en el año 62, en el Opera de Buenos Aires... la señora se puso en un rincón, en un costado del escenario y de ahí no se movió. Siempre con la misma ropa, con un sutil movimiento se cambiaba el pañuelito de gasa mientras cantaba, y era misa para todos los que estábamos allí. Está bien, por supuesto que estoy hablando de Ella... Pero insisto: la música es para cerrar los ojos y escuchar".

Gabriela Redero