Opinión: OPIN-03 Leyenda del Río Salado
Por Zunilda Ceresole de Espinaco


Desde su cuna en Salta, el río Salado recorre su ruta milenaria hacia el sur, atravesando los territorios de Santiago del Estero y Santa Fe para volcar sus aguas en el río Paraná. Actualmente no es un río navegable pero no siempre fue así; antes sus aguas estaban sembradas de canoas que lo recorrían en toda su extensión y propiciaban el encuentro de los pueblos litoraleños con sus hermanos del noroeste.

Según cuenta la leyenda popular, mocovíes, tobas, abipones y wichis remontaban periódicamente sus aguas y confraternizaban con los calchaquíes, cuya cultura más avanzada les seducía y les permitía ser instruidos por ellos en técnicas de sembrado y alfarería, a la vez de llevar a cabo trueques que beneficiaban tanto a unos como a otros.

Cada encuentro era festejado con cantos y danzas y la hermandad se fortalecía refulgiendo como un disco de oro en el corazón de aquellas gentes, dando real significado al nombre dado al río por los quichuas, éstos lo llamaban Jaco Sonco, que significa Aguas del Corazón.

Esta comunicación armónica se vio eclipsada por un acontecimiento funesto, aborígenes provenientes de las selvas del Mato Grosso atacaron a los calchaquíes destruyendo con saña cuanto encontraron a su paso y sembrando la muerte y el dolor entre ese pueblo pacífico y solidario.

Pacha Mama, la Madre Tierra, se estremeció de espanto y con furia volcó en el cauce del río el lodo destructor, abrió sus entrañas dolidas y depositó en el lecho enormes piedra que lo tornaron innavegable, su llanto transformó en salitrosas las otrora dulces aguas del río unificador.

Cuando los españoles en épocas de la conquista lo descubrieron en territorio santafesino y bebieron sus aguas, lo llamaron río Salado, nombre que aún conserva, en tanto con burbujeante voz, relata la historia de su transformación para que no sea olvidada y los hombres tomen conciencia sobre la inutilidad de la violencia que siempre provoca males tanto a las víctimas como a los victimarios.

El dios de la montaña que lo creara, aún espera que su majestuoso hijo acuático, recobre las cualidades originarias y pueda nuevamente ser navegable, constituyéndose en el camino que comunique, reúna y propicie la paz y la armonía entre los hijos de la montaña y sus hermanos litoraleños.