Opinión: OPIN-03 La concepción del poder, de Menem a Kirchner

Por Mariano Grondona


Casi al mismo tiempo que estallaba entre nosotros el conflicto entre el presidente Kirchner y el vicepresidente Scioli, el vicepresidente brasileño José Alencar declaró que "el año 2003 está perdido desde el punto de vista económico, debido a las altas tasas de interés", criticando de este modo al presidente Lula, quien había subido las tasas de interés para evitar la inflación al precio de caer en recesión, por su excesiva ortodoxia.

¿Cómo respondió Lula ante esta crítica frontal que apuntaba a un aspecto central de su conducción? "Yo no reacciono a eso -dijo- porque tengo mucho respeto por el compañero Alencar; es de otro partido y tiene otras ideas".

Scioli no había expresado críticas de igual profundidad a la conducción de Kirchner. Adelantó, de un lado, que las tarifas de los servicios públicos subirían dentro de los próximos noventa días. Se opuso, del otro, a la ley de nulidad de las leyes del perdón que acaba de aprobar el Congreso porque anular leyes "no es propio de los países serios". Esta declaración era más fuerte que la referida a las tarifas, pero no estaba tan lejos de lo que el propio Kirchner había afirmado cuando reconoció que, si bien respaldaba la ley de nulidad de las leyes del perdón, ella podría traer problemas legales.

Scioli cometió una imprudencia al revelar lo que hasta ese momento era confidencial: que el gobierno aumentará en poco tiempo las tarifas. Su crítica a la ley de nulidad, por otra parte, se refería a un tema que, si bien suscita fuertes emociones, no es central para el país como la política económica.

Las expresiones del vicepresidente Alencar, en suma, fueron más fuertes que las del vicepresidente Scioli. La reacción de Lula y de Kirchner, sin embargo, fue exactamente inversa a la intensidad de las discrepancias vicepresidenciales. Mientras Lula le reconoció a Alencar el derecho de disentir en un clima de mutuo respeto, Kirchner castigó a Scioli echando a sus colaboradores de la Secretaría de Turismo y Deportes y aislándolo de todo contacto con el gobierno. ¿Por qué, en tanto Lula reaccionaba suavemente ante una crítica frontal de su vicepresidente, Kirchner reaccionó frontalmente ante una crítica más suave del suyo? ¿Por una cuestión de carácter? ¿O hay algo más profundo detrás de este contraste?

Hiper y subpresidentes


Lula es, simplemente, un presidente. No domina el Congreso, donde sólo obtiene la aprobación parcial de sus iniciativas después de duras negociaciones. No ha embestido al Supremo Tribunal Federal pese a que éste, más de una vez, fue severo con él. No controla los gobiernos provinciales. Tolera las discrepancias de su vicepresidente.

En la Argentina es difícil, en cambio, tener simples presidentes. O son hiperpresidentes que intentan controlar el Congreso, la Corte y los gobiernos provinciales, además de sentirse incómodos con sus vicepresidentes, o son subpresidentes que ni siquiera consiguen ejercer con plenitud su propio cargo. Por eso, inquietos ante el peligro de la "subpresidencia", nuestros presidentes han salido más de una vez en busca de la "hiperpresidencia". Ascendieron a la cima para alejarse del abismo.

De los seis presidentes que hemos tenido desde el regreso de la democracia, tres quedaron en el nivel de la subpresidencia. Alfonsín debió renunciar seis meses antes de finalizar su mandato. De la Rúa, dos años antes. Duhalde fue subpresidente por definición pese a su vocación de liderazgo porque no debía su título a elecciones populares sino a una decisión del Congreso.

Rodríguez Saá sólo duró siete días, pero fue desplazado por los gobernadores porque aspiraba a ascender vertiginosamente a la hiperpresidencia. En la lista quedan Menem y Kirchner. Aquél fue hiperpresidente por diez años y medio. Este avanza decididamente en la misma dirección. En veinte años de historia, nuestra democracia ha tenido a la cabeza del Poder Ejecutivo, invariablemente, menos o más que un simple presidente.

Menem, que tuvo un manejo considerable del Congreso, contó con la alianza de la mayoría de los gobernadores y aumentó el número de miembros de la Corte para controlarla. Logró además la reelección mediante la reforma de la Constitución. En buena parte de sus dos mandatos, careció de vicepresidente.

El modelo político de Menem se repitió en muchos de los "hipergobernadores" que coincidieron con su mandato como Rodríguez Saá, Romero, Saadi y Juárez. El propio Kirchner logró cambiar la Constitución de Santa Cruz para hacerse reelegir, modificó la composición de la Corte provincial y obtuvo el control absoluto de la Legislatura. Así como tres riojanos presidieron al mismo tiempo nuestros poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial en tiempo de Menem, ahora ha llegado el turno de los funcionarios santacruceños.

Kirchner intenta pasar de la hipergobernación de Santa Cruz a la hiperpresidencia de la Nación. Embiste contra miembros de la Corte por cadena de radio y televisión y propone candidatos que le responden como Zaffaroni para reemplazarlos, anula a su vicepresidente, obtiene votaciones casi unánimes en el Congreso. Les levanta la mano a sus candidatos en las elecciones locales. Cuenta, como Menem en sus inicios, con la fervorosa adhesión de los argentinos que aspiran a un fuerte liderazgo porque sienten que nada hay peor que el vacío de autoridad. Así como nadie quería repetir la agonía de Alfonsín en tiempos de Menem, nadie quiere revivir la parálisis de De la Rúa en los tiempos de Kirchner.

Kirchner ha elegido como enemigo a Menem. El adjetivo "menemista" equivale hoy a un linchamiento político. En el fondo, es lógico: en el país no hay lugar para dos hiperpresidentes. Lo primero que intenta un nuevo hiperpresidente, por lo tanto, es destruir la imagen del anterior.

El temor ala anarquía


Elisa Carrió ha advertido que, si la energía concentradora del poder que está exhibiendo Kirchner lo lleva a un comportamiento autoritario, ella se opondrá. Aun en medio de un incómodo silencio, no son pocos los actores políticos y económicos que piensan como ella.

Pero la dificultad de encontrar el punto medio entre los hiperpresidentes y los subpresidentes no es exclusiva de Kirchner: nos viene del fondo de la historia. Hasta tiene un nombre: el "síndrome anárquico-autoritario". También nuestra madre España osciló por siglos hasta la muerte de Franco en 1975 entre falta y el exceso de poder.

Puestos a elegir, los pueblos quieren que, aun con excesos, alguien los conduzca. Pero Alberdi, al imaginar para nuestra Constitución un presidente "fuerte", pensó en alguien que, al ejercer en plenitud sus funciones al frente del Poder Ejecutivo, sin duda el más dinámico de los tres poderes, respetara puntillosamente el Poder Legislativo y el Poder Judicial.

Es que a la larga los hiperpresidentes, que son recibidos con júbilo porque vienen a suplir la insoportable falta de liderazgo de algún predecesor, pasan a convertirse en el único blanco de las frustraciones populares. Ya le está pasando a Menem. Ojalá que Kirchner, aleccionado por el ejemplo de su antecesor, sepa construir con una mezcla adecuada de energía y prudencia no ya una nueva hiperpresidencia sino una auténtica presidencia: la que soñó Alberdi. Copyright (c) 2003 La Nación

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