Eduardo Paradot vive desde hace 27 años en Barcelona, España. Pero sus orígenes son franceses.
Los que emigraron son sus abuelos, Alexis Paradot -nombre que en la Argentina cambiaron por Alejo- y Angela Poullouix, originarios de un pequeño pueblo viñatero de Orleans llamado Chaunaix. Y en torno de ellos gira esta historia de De Raíces y Abuelos, que se remonta a 1870.
La familia de Angela pertenecía a una clase media económicamente estable. En cambio, la de Alexis era de una extracción social menor, dedicada al oficio de carpintería ebanista, es decir, eran especialistas en lograr los detalles estéticos del mobiliario.
A pesar de que el padre de Angela no estuvo de acuerdo, los jóvenes se casaron. Ella tenía sólo 17 años. En 1891 nació la primera hija: Ermelina.
Los conflictos económicos que se originaron en Europa a fines del siglo XIX, las grandes hambrunas y los problemas de salud influyeron para que el matrimonio tomara la decisión de emigrar hacia la Argentina. Lo acompañaron las dos ramas familiares: los Paradot y los Poullouix.
Al llegar a Buenos Aires se encontraron con una ciudad desorganizada y desbordada por la gran cantidad de inmigrantes.
"Esto no les agradó y decidieron irse a Paraguay, pensando que allí tendrían posibilidades de progreso", refiere Eduardo.
Todo lo contrario. En el vecino país, sufrieron una desgracia familiar: durante una tormenta, un árbol cae sobre el bisabuelo Paradot de Eduardo y lo mata. Y deciden regresar a la Argentina, en tanto los Poullouix marcharon hacia Uruguay.
"Buscando otra vez un lugar en el mundo, Alejo y Angela volvieron a la Argentina y decidieron quedarse en Santa Fe. Se instalaron en Cándido Pujato 2427, que es donde actualmente vive toda la familia". En 1895 nació el segundo hijo, Egloff.
En tanto, la madre viuda de Alexis decidió seguir con sus otros 8 hijos hacia Buenos Aires, donde desapareció el menor de sus hijos, Emilio.
Ella se quedó durante dos años buscándolo porque su angustia era muy grande, pero no apareció más. Entonces, decidió regresar a Francia con toda la familia, con lo cual perdió contacto con su hijo en Santa Fe.
El lote donde se instalaron era "inmenso, una quinta en el centro de la ciudad, que en ese entonces no era centro", cuenta Eduardo, para quien "intentaron reproducir el estilo de vida que tenían en Europa". Por eso, plantaron muchísimos árboles frutales: en la casa de los Paradot se podían comer manzanas y peras, uvas blancas y negras, higos blancos y negros, y muchas otras delicias recién cortadas de los árboles.
El paso del tiempo trajo la llegada de Alida, en 1900, y de Adomis, en 1905. La familia se fue adaptando a la vida santafesina, sin perder sus costumbres francesas, como comer la ensalada como último plato del almuerzo o la cena; elaborar quesos para consumo familiar; hablar el idioma originario (salvo en presencia de visitas, por respeto) y festejar siempre el 14 de julio, recordatorio de la Revolución Francesa en 1789. "Era de rigor, mi padre pedía permiso en el trabajo y era un día festivo. Se cantaba la Marsellesa y se comía comida francesa", recordó Eduardo.
Alexis retomó su trabajo de ebanistería, trabajó para muchas mueblerías de la época y empezó a vender muebles por cuenta propia.
"Era muy poco sociable. Se relacionó sólo con los pocos franceses que había aquí, pero no participaba de las actividades sociales. Sin embargo, impulsó con un grupo de coterráneos la Alianza Francesa".
Cuando Ermelina tenía apenas 19 años contrajo la enfermedad de tifus y falleció. "Era muy jovencita. Fue un golpe muy duro para toda la familia, pero especialmente para Alexis, que ni siquiera quiso llevar adelante los rituales".
Este desgraciado hecho determinó el comienzo de una relación "muy conflictiva" con su esposa y con sus hijos.
Unos años después, nacieron los últimos dos hijos del matrimonio. Alexis había quedado tan afectado que "juega con el nombre de Ermelina e inventa los nombres de estos dos hijos, alterando las letras". En 1914 nació Nelinré y en 1916, Reliname.
Las relaciones de la pareja eran cada vez peores y Angela -"que, a pesar de ser muy frágil y delicada, tenía un carácter fuerte y era muy decidida-, lo echó. Y él se fue", relató.
Hace algunos años, Eduardo Paradot decidió conocer el pueblo de sus abuelos, Chaunaix. Viajó con un sobrino que vive en París y juntos comenzaron a investigar los antecedentes familiares. Empezaron recabando documentos en el Registro Civil, tales como partidas de nacimientos, actas bautismales, de matrimonio y de defunción. Pero todo lo que hallaron pertenecía a la familia Poullouix, porque suponen que la abuela Paradot que quedó viuda durante la breve estadía en Paraguay, junto a sus hijos, no quiso volver más y se dispersaron por toda Francia.
Eduardo describe a Chaunaix como "muy pequeño pero deslumbrante. La mayor parte de las casas todavía se conserva baja y el pueblo está rodeado de unos viñedos increíblemente estéticos, que se pierden en el horizonte. Se hace un vino exquisito".
Cuando planeó aquel viaje no imaginó jamás la casualidad que lo aguardaba. "La persona que nos atendió en el hotel que nos alojamos era de apellido Poullouix", recuerda asombrado aún hoy. "Enseguida llamó a su padre, quien a su vez llamó a un hermano y en poco tiempo se juntó un montón de gente".
Para Eduardo, lo vivido en el pueblo de sus abuelos le permitió "cumplir una fantasía, porque todo lo que sabía lo obtuve por transmisión oral, fundamentalmente de mi padre. Fue algo fascinante, se produjo como un shock entre extraño y agradable, porque empecé a ver a mi padre y a mis tíos reproducidos en todas las caras que estaba viendo. Y vi que mis rasgos, los gestos y hasta la forma de hablar estaban en ellos también. Fue una sensación muy pero muy grata", finalizó Eduardo.
Lía Masjoan