Pantallas & Escenarios: PAN-02 Señal de ajuste: Cenicienta pop y Jesús en musculosa
Por Roberto Maurer


Con un doblete vespertino de ficción abrió ayer su semana el 13 Proartel, que estrenó dos tiras diarias, la fantasía infanto adolescente "Floricienta" y el folletín "Jesús, el heredero".

La nueva creación del Cris Morena Group tiene la cualidad de todas las obras de su experimentada fundadora, o sea que es artificio puro, sin referencia alguna a la realidad, o aquello que confundimos con ella, para instalar un universo independiente, a razón de una hora por día, que funciona, además, como incubadora de nuevas estrellas de la tele.

"Floricienta" se basa en el cuento tradicional de la mosquita muerta que se hace la víctima fregando pisos -era su obligación, al fin-, hasta que logra casarse con el príncipe, a pesar de las aspiraciones socialmente más legítimas de sus hermanastras.

Este viejo caso de arribismo ha sido un arquetipo del género de la telenovela, se sabe, con sus huérfanos y huérfanas que se abren paso en la selva de las castas y las clases sociales. Floricienta (Florencia Bertotti) es huérfana de madre, cose la ropa de una banda pop y en el primer capítulo ya reemplazó a la cantante solista. Es una chica torpe y atropellada, se ríen de ella, pero un ser querible: "Decime, Flor, ¿quién no te adora a vos?", le dice su protectora Zulma Faiad. Dígase que Florencia Bertotti amenaza con convertirse en una nueva Florencia Peña.

El príncipe es Federico Fritzenwalden (Juan Manuel Gil Navarro), primogénito de una familia alemana adinerada que llega a Buenos Aires en avión propio para encontrarse con que sus hermanitos menores han escapado de la vigilancia de la institutriz Greta y organizaron una fiesta animada por el grupo musical de Floricienta, con la cual tropieza a la salida. Ambos se miran a los ojos, y ella aún no perdió el zapato. "Y vos, ¿quién sos?", pregunta él, y así quedaron a las 19, paralizados, frente a frente, en la puerta, antes de ceder el horario a "Jesús, el Heredero".

El opus del productor Lecouna quiere repetir la electricidad que se produjo entre Malena Solda Y Joaquín Furriel, en "Soy gitano", una usina de pasiones de las dimensiones de Salto Grande.

Del modo que la Cenicienta fue una fuente de inspiración, aquí se recurrió a la estética de "El padrino". Un pérfido bodeguero ordena a su jefe de seguridad el asesinato del amante de su esposa y del varoncito de la pareja de mellizos nacida de esa unión pecaminosa. Esa parte del encargo no es cumplida, y el criminal abandona al niño en un convento, donde es llamado Jesús. Con los años, se convierte en un joven de mirada afiebrada, barba crecida y una melena revuelta que revela la falta de un producto desenredante. El muchacho, siempre en musculosa, también será carpintero y de él se dice que escapó de la "furia de Herodes", para este caso el bodeguero, y de este modo se instala un parecido en alguna medida blasfemo con la figura popularizada por la película de Mel Gibson.

En la adolescencia, Jesús jura amor eterno con Pilar, hija del bodeguero, hasta que ella se va a estudiar a Italia y vuelve seis años después con un refinado novio de traje blanco, una suerte de versión desagradable de Vittorio Gassman. La banda de sonido es una selección de todos los géneros de la música italiana de todos los tiempos: parece el festival de San Remo.

La pareja, tal vez incestuosa, acaba de reencontrarse, y se trata de comprobar la resistencia de los juramentos de amor eterno, en el mundo bipolar que plantea la novela: el poder, representado por la bodega, y el espíritu, que encarna el convento. Jesús y Pilar quedaron cara a cara, como la pareja de la tira anterior.