Los pergaminos de Francisco Marinaro


Por Lidia Ferré de Peña

Santa Fe suele olvidar a quienes desde sus saberes y habilidades colaboraron en su consolidación como ciudad. Sus ciudadanos, en gran mayoría, no conocen los nombres y las obras de aquellos que en épocas en que la palabra y la idea de progreso formaban parte del ideario colectivo, contribuyeron a crear una imagen que poco a poco la ciudad pierde, pareciera que irremediablemente.

Tal es el caso de Francisco Marinaro, artista singular que dejó numerosas huellas de su actividad en la ciudad y que no suele tener el merecido reconocimiento. Algunos santafesinos lo ubican por su obra compartida con Juan Cingolani en el interior de la Basílica de Nuestra Señora del Carmen. Otros admiran el portal lateral de dicho templo (¿nuestra modesta Puerta del Paraíso?), obra de sus manos. Que languidece entre cables que la cruzan y hojas de palmera que la rozan impiadosas e indiferentes. Que está tapada con un banco que le da la espalda y que genera un espacio transformado en orinal de los niños que lamentablemente mendigan en su escalinata. Algunos recuerdan los relieves de los tímpanos de las puertas del edificio de San Martín al 2900, alegorías relacionadas con esa idea de progreso mencionada. Casi nadie conoce su faceta de pintor de caballete con obras de un rico Posimpresionismo tardío como el de todos los artistas argentinos relacionados con esta corriente.

Habiendo realizado un pormenorizado rastreo de la totalidad de su obra -que dará pie a otros trabajos sobre el artista- este artículo se limitará a dar cuenta de una de sus facetas aún menos conocida: sus trabajos sobre pergamino legítimo.

Como es sabido, el pergamino es una técnica antiquísima -surgida justamente en Pérgamo, a consecuencia del cierre del comercio de papiro con Egipto-, consistente en un tratamiento de cueros, generalmente de chivo, que permite obtener planchas muy finas que funcionan como soporte para escritura (como los códices medievales) o para la ejecución de diplomas, como es el caso de la perduración de esta aplicación en los pergaminos de Marinaro.

En la época de actuación local de este artista, era común la ejecución de diplomas relacionados con diversas personalidades del quehacer ciudadano, como homenaje a las mismas. O bien como testimonio de acontecimientos destacados, como la fundación o creación de diversos organismos públicos o privados.

En Santa Fe varios artistas realizaron esta tarea, pero sobre buenos papeles. Tal es el caso de un diploma que es parte del acervo del Museo del Médico, ejecutado por Juan Ramón Birri, otro artista olvidado.

Pero el único que los ejecutó sobre pergamino fue Francisco Marinaro.

Acercamiento al artista

Este prolífico creador nacido en Matera, al sur de Nápoles, en 1882, realiza sus estudios en Bari. Hacia 1905 se encuentra haciendo su primera incursión en nuestro continente: trabaja en la ornamentación del primer subterráneo del mundo, habilitado el año anterior, en Nueva York. Cabe aquí acotar que este año 2004 se celebra en dicha ciudad la apertura del Metropolitan, con eventos y exposiciones, que incluyen fotografías en las que se espera encontrar -cuando sea posible conocerlas, a través de rastreos que se están efectuando- la mano de nuestro artista.

Después de esta experiencia en Estados Unidos, regresa a Italia y en 1908 recala en Santa Fe, en donde realiza la mayor parte de su diversificada tarea artística y donde además se dedica a la enseñanza en academias privadas y colegios religiosos.

Su espíritu profundamente piadoso se trasunta en su modestia -que contemporáneos suyos recuerdan- y en su trabajo, con el que nunca aspiró a enriquecerse.

Sus días se apagaron en Mar del Plata, en 1970.

Acercamiento al artista

La vasta obra de este artista singular se caracteriza por su específico interés por lo ornamental y por la temática religiosa. Se destaca por su enorme habilidad para la resolución de trompe lïoeils.

Su personal manejo de la técnica, sus trabajos pictóricos, sus tallas religiosas, sus relieves ornamentales en fachadas, sus pinturas alegóricas, sus diseños de vitrales y sus pergaminos, unidos a su personal caligrafía, permiten al ojo avezado identificar sus trabajos, que por lo demás -y salvo excepciones- se encuentran firmados.

Es de señalar su trabajo en común con otros artistas y artesanos como el pintor Juan Cingolani, el carpintero y tallista Antonio Di Di (cuyo hijo recuerda a Marinaro comprando aceite de lino y aguarrás en el negocio de su padre) o el vitralista Schumacher.

A pesar del olvido, las pérdidas y la desidia, sus obras perduran fuertemente en la ciudad y en localidades vecinas.

Acercamiento a sus pergaminos

Enfocando el tema específico de esta nota, puede decirse que la realización de pergaminos verdaderos particularizan la labor de este artista. Todos los rastreados se caracterizan por poseer una parte superior muy elaborada, con alusiones al motivo del pergamino (retrato de una persona, fachada de un edificio, figuras alegóricas). Generalmente, se observan guías laterales más o menos pronunciadas que enmarcan el texto alusivo -caligrafiado por Marinaro con exquisitez- y que a veces también delimitan el sector inferior en el que se estampan las firmas de quienes dedican el pergamino a una institución o a una persona.

El repertorio formal está en gran parte -y no sólo en los pergaminos- relacionados con los grutescos manieristas y con motivos heráldicos y toda su obra guarda una línea de continuidad que lo individualiza e identifica.

Según información suministrada por el hijo del artista, Vicente Marinaro, profesor de arte y artista él también, su padre utilizaba en estos pergaminos una técnica mixta, a partir de un manchado con acuarela, que luego reforzaba con témpera. Según observaciones efectuadas, en algunos casos se acentúan trazos o la escritura con tinta china. Estos trabajos se caracterizan por sus resaltos logrados mediante pinceladas con blanco que los individualizan. También es frecuente observar el uso de tintas plateadas y doradas que exaltan el refinamiento visual de esta producción.

Algunos pergaminos se encuentran en las instituciones públicas o privadas para las que fueron ejecutados. Varios son patrimonio del Museo de la Ciudad, otros están en manos de particulares y algunos fueron detectados en su momento en casas de antigüedades y tras su venta se ha perdido su rastro. Es sabido que uno de ellos fue comprado por su marco (tal vez también obra del artista) y se teme que el pergamino haya sido desechado. Su estado de conservación fluctúa: algunos están bien mantenidos y otros corren serios riesgos de deterioro por diversas causas.

Cabe consignar que se ha realizado un relevamiento, que se espera acrecentar, de esta producción. Con la esperanza de contribuir a la valoración, rescate y difusión de tan particular patrimonio de todos los santafesinos.