"Hay un gran desconocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia, e inclusive, dolorosamente, en buena parte de los católicos". Así comenzó el padre Motto la entrevista. Y continuó afirmando que "queda mucho por hacer con relación a los procesos de democratización en nuestro país" y que "es necesario potenciar el poder fiscalizador de la gente sobre el accionar de sus gobernantes".
Con el propósito de dictar una conferencia sobre el pontificado de Juan Pablo II, Motto hizo interesantes apreciaciones sobre la conflictividad social argentina y sobre los debates contemporáneos del mundo católico: la distancia histórica entre la Iglesia y la gente, y la necesidad de repensar la participación de la Iglesia en los debates públicos.
-¿Qué opinión le merece esta aparente recomposición de algunos indicadores económicos y sociales en nuestro país?
-En la gente hay una percepción de que existe una conducción más estable, de que la vía democrática ha vuelto a hacer pie. Pero, evidentemente, faltan muchos otros elementos. Habría que continuar el proceso de democratización, tema que requiere de trabajo en la Argentina, como el del funcionamiento autónomo de los tres poderes, la legalidad y la necesidad de que el pueblo se constituya en fiscal de sus gobernantes.
-¿Se pueden pensar estos procesos excluyendo una reflexión sobre la fe?
-Reconozco que hay gente que no tiene fe y sí valores cívicos muy fuertes, o sea, es posible una ética aunque una persona no sea creyente. En el cristianismo, el amor a Dios pasa sí o sí por el amor al hombre, donde uno testifica que su fe es verdadera viviendo el amor con la gente. Jesús se preocupó por la pobreza, los marginados, los humildes, incluso dijo cómo debía ser un verdadero gobierno, lo que muestra que la fe tiene que impregnar todos los aspectos de la vida.
-¿Qué opinión le merecen las afirmaciones acerca del divorcio de la institución católica y la gente?
-Todas las instituciones han sufrido un fuerte desgaste. En el caso de la Iglesia, se debió -en parte- a que ha sido una institución centrada en sí misma. Creo que el futuro del cristianismo está en volver a sus fuentes, por lo que un discurso que haga hincapié en lo institucional hoy tiene poca cabida.
-Entonces, ¿habría una modificación en el vínculo con la gente antes que una "crisis"?
-No creo que haya una crisis, porque el posmodernismo contemporáneo en el que vivimos es creyente. El ateísmo como fenómeno cultural fue más fuerte en 1960 que en el 2005, por lo que no tengo dudas de que el mundo posmoderno de hoy es religioso, quizás desordenadamente religioso. Tal vez la gente nos está indicando otra manera de hacer la Iglesia. El famoso Concilio Vaticano II fue una instancia fundamental en el diálogo Iglesia-mundo, a mi criterio, el hecho religioso más fuerte de todo el siglo XX. Lo que sucede es que el diálogo Iglesia-mundo nunca está del todo terminado, es un esfuerzo constante, porque el mundo cambia permanentemente.
-Quisiera que aclarase su postura acerca del modo en que la Iglesia ha participado en algunos debates actuales, como en el caso de la salud reproductiva.
-Aunque son temas muy complicados, la postura debe ser abrir un diálogo social lo más amplio posible. De parte del mundo católico, vamos lentamente haciendo este cambio de pensar que éramos la única voz moral autorizada para hablar, de aceptar que vivimos en un mundo pluralista y tenemos que dar nuestra opinión en un contexto de muchas otras opiniones. La Iglesia no puede callar su voz, pero debe hacerlo en una mesa de diálogo; éste es nuestro cambio. Diría, desde una ética comunicativa, que cuando se produce el diálogo, la verdad se hace presente.
-Este tipo de discusiones, ¿tiene lugar en las instituciones católicas?
-Es interesante comprender que en el interior del mundo católico, compuesto por más de 900 millones de personas en todo el mundo, tenemos debates internos. Existe una imagen de la Iglesia como una entidad militar o policial, con un verticalismo muy fuerte, y no es así. Lo peor que nos podría pasar en la Iglesia es tener un pensamiento único empobrecedor, o que no haya permiso para pensar en voz alta. Mientras lo que se diga sea coherente, fundamentado y respetuoso, que estén todas las voces que puedan estar. Lo contrario, además de ser pobre, sería poco evangélico.
Lorena Menaker