Este artículo también podría titularse "Viaje al Centro de la Fantasía". Este año el mundo conmemora el centenario de la muerte del padre del género de literatura de anticipación: Jules Verne.
El pasado 19 de marzo se inauguró en Francia el Mundial Julio Verne. Las sedes son las ciudades de Amiens y París. Los seguidores y estudiosos del genial escritor se han dado cita en centenares de páginas web para debatir, compartir, reescribir, bucear, describir y rastrear las memorables páginas del autor preferido por generaciones de lectores de todas las edades.
Julio Verne nació en Nantes el 8 de febrero de 1828. A los 11 años se fugó para ser marino, pero su padre logró detener el transporte en el que iba y ya de regreso a su hogar paterno -además del severo castigo propinado- le arrancó la promesa de no volver a viajar más que en su imaginación y a través de su fantasía. El orgullo es una fuerza poderosa y éste más que la reprimenda, hizo que el párvulo mantuviese la promesa y que dejase libre su imaginación para viajar por más de 80 libros de su autoría.
Su padre, abogado, deseaba que Jules continuase con la profesión, por lo cual lo mandó a estudiar leyes a París. En la capital francesa, pronto traba amistad con lo más granado del mundo literario y se codea con Víctor Hugo, Alejandro Dumas y Eugenio Sue.
En 1850 termina sus estudios y desoye el pedido de su padre, que lo conmina a regresar a Nantes. Su progenitor suspende la pensión regular que le mandaba, así que el muchacho se aboca de lleno a su pasión: la literatura. Lo hace por gusto y para sobrevivir. El éxito le es esquivo (el teatro y las operetas no fueron su fuerte), y casado en 1857 con Honorine de Vyane, se establece como agente de bolsa, cosa que no lo hace muy feliz. Pero Julio Verne, hombre de su tiempo, participa como tantos otros del entusiasmo por las ciencias. Todo lo estudia ávidamente, toma apuntes de todas sus lecturas, y en 1863 aparece su novela "Cinco semanas en globo", que se transforma inmediatamente en un éxito rotundo.
El editor que había confiado en él fue P. J. Hetzel, quien le aseguró por veinte años un suculento contrato, a condición de que el joven escribiese dos novelas por año, dentro de un nuevo estilo. Había nacido la literatura de ciencia-ficción, mejor llamada de anticipación en el caso de Julio Verne.
Fue así como por más de cuarenta años Les Voyages extraordinaires aparecieron mensualmente en el Magasin DïEducation et de Recreation.
El ataque de un sobrino (le disparó un pistoletazo en la pierna) lo dejó cojo, y su diabetes, ciego y sordo. Había sido elegido concejal de Amiens en 1888 y reelegido varias veces más. Murió el 24 de marzo de 1905, habiendo escrito más de 80 obras.
En este centenario de su muerte, los estudiosos de Verne proponen una relectura de sus obras. Y hay mucha tela para cortar. Empezando por los nombres de los personajes de sus novelas. En un reportaje que le hiciesen a Verne, éste reconoció que elegía los nombres por su significación simbólica. Tomemos el nombre del capitán del Nautilus, el de su libro "Veinte mil leguas de viaje submarino", el memorable capitán Nemo. Este nombre en latín significa "nadie". Y Nemo viene de una historia que desea sepultar, mejor dicho sumergir. No tiene patria, no tiene hogar, ni familia, es nadie.
Phileas Fogg, el flemático protagonista de "La vuelta al mundo en 80 días", Robur el conquistador, Ox y su secretario Ygene (oxygene, "oxígeno" en francés, que adquiere mayor significación en el contexto de la obra).
La lista sería interminable. Pero Verne no sólo juega con la imaginación y a las escondidas con sus lectores, en esto de los nombres. Escribe magistralmente en dos planos de interpretación. Para el lector na•f compone un plano de disfrute pleno de una literatura de entretenimiento, de viajes, aventuras, suspenso, humor. Para el lector-buceador, para sus críticos y estudiosos, plantea tantas encrucijadas que los foros de discusión se suceden y la bibliografía que lo estudia se hace cada vez más rica y profunda. Mucha de ella casi demasiado atrevida en sus hipótesis sobre la criptografía que parece haber utilizado Verne para dejar huellas, rastros y datos para investigaciones futuras.
Por mucho tiempo se habló de que su escritura pertenecía en gran medida al género de ciencia-ficción. Pero si de encasillar se trata, me parece de más rigor y sería hacerle mayor justicia, llamarla literatura de anticipación. En cada relato, el tiempo le fue dando la razón. Lo que fue literatura fantástica del siglo XIX, es literatura con fundamentos científicos en el XXI. Todo lo anticipado por él se cumplió casi como lo escribió 100 años atrás: el Nautilus, antecedente del submarino nuclear, el helicóptero de Robur, para el lanzamiento del hombre a la Luna vaticina que será Estados Unidos el primero en lograrlo, ubica las plataformas casi en Cabo Cañaveral, son tres sus tripulantes y amerizan en el océano Pacífico, cerca de donde los astronautas de la Apolo 11 lo hiciesen una centuria después.
En 1863 predijo lo que hoy conocemos como Internet. Y las citas continuarían en larga lista. Pero hay otros vaticinios: en su libro "París en el siglo XX" describe la existencia de un tren que con diferentes líneas y combinaciones recorre toda la ciudad. Dice también que "los bosques ya no sirven para la calefacción sino para la impresión". Y algo que tristemente también se cumplió, no sólo en París del siglo XX, sino en buena parte del mundo: todos saben leer pero pocos lo hacen.
Teorías de la narratividad consideran que un relato está estructurado si cuenta con tres elementos que le den cohesión: el acontecimiento, el personaje y el espacio. En los relatos de Verne, las principales categorías espaciales están conformadas por los espacios interiores y los espacios exteriores. Pero, además, hay espacios protectores y espacios amenazadores, como bien cuadra a una narración perfectamente elaborada.
El planeta todo le es un espacio exterior, que como buen romántico puede quedar teñido del espacio interior. Y el mundo completo es materia de narratividad para Verne, pues sitúa en él -con pleno conocimiento de causa- las tensiones de sus personajes.
La guerra de Secesión en Estados Unidos, los graves problemas de Rusia, las luchas en el continente negro, los problemas de límites que surgirían años después entre la Argentina y Chile, los levantamientos en la India... nada le es extraño ni tan alejado que con su mente penetrante no lo hubiese podido auscultar y ubicar en él las intensas pulsiones políticas que lo preocupaban.
No siempre su discurso fue el políticamente correcto. Cuando su editor le pide que le otorgue una nacionalidad al capitán Nemo al principio se niega. Ante la insistencia de Hetzel responde: bueno, entonces será polaco, perseguido por los rusos, sus hijas violadas, su mujer muerta a hachazos y todos sus amigos presos políticos en Siberia. El editor, sabiendo que el detalle le costaría la difusión del libro en Rusia no se lo permitió.
Pero entre vaticinios y preocupaciones por la libertad del hombre, Jules Verne se salía con la suya. A Tom Land, uno de sus personajes, le hace decir: "Cuando yo haya economizado lo que me he ganado con mi dinero, no es para que el camarada que ya ha utilizado el suyo venga a alimentarse con el mío. Lo que gane o ahorre sólo es para mí o, de lo contrario, yo no trabajaría más y me pondría a vivir de lo que hacen los otros. Los que piensen otra cosa, no tienen la menor idea de lo que es práctico y justo...". Si para muestra basta un botón, ésta nos enseña más de Verne que el que nos hizo conocer Hollywood. Y una buena manera de recordarlo sería buscar un libro suyo, leerlo y rogar que el otro vaticinio no se cumpla: aún quedan lectores.
Las obras de Julio Verne cumplieron el periplo que él deseaba realizar desde los 11 años: dieron la vuelta al mundo. Fueron traducidas a 112 idiomas y su imaginación voló en globo, viajó en submarino y recorrió con la pluma todos los continentes: escribió sobre África, sobre América y Europa...
Los jóvenes se apropiaron de sus libros y aunque sus relatos se leen con gusto en todas las etapas de la vida, se incorporó cómodamente en la literatura infantil-juvenil. Tal vez por eso y por ser considerado escritor de novelas de aventuras, fue encasillado y muchos se han perdido el placer de una lectura más a fondo de sus obras.
Enrique Butti, en un artículo sobre el género policial publicado en El Litoral (1) decía que "tras las evoluciones y circunvoluciones del género, la quintaesencia de su principio moral persiste. No menos cierto es que aunque desplazada de su asimilación popular folletinesca, otra condición del género, imponderable pero fácilmente palpable, persiste y es la de su fruición apasionada. Una novela policial no puede nunca ser aburrida o insulsa", aserto que para el género cultivado por el autor galo se cumple en cada una.
Las obras que más renombre le dieron a Verne son justamente las que podrían agruparse en el denominador común de relatos de aventuras, novelas de ciencia-ficción (término sobre el que volveremos). Ese encasillamiento histórico no ha dejado de perjudicarlo como autor.
Carlos M. Gómez escribió en un artículo que "la cuestión de géneros literarios tiene particularmente que ver con la industria editorial /.../, lo cual lleva a denominaciones tan caprichosas como ciencia-ficción, policial, novela de amor,/.../ en una marcada pretensión de dirigir el gusto popular, minimizando la obra de determinados autores, arbitrariamente encasillados en una categoría que no alcanza el nivel de una presunta Literatura con mayúsculas (2)".
Algunas de las más conocidas son: "Un invierno en los hielos" (1855); "Cinco semanas en globo" (1863); "Viaje al centro de la Tierra" (1864); "De la Tierra a la Luna" (1865); "Viajes y aventuras del capitán Hatteras" (1866); "Los hijos del capitán Grant" (1868); "Alrededor de la Luna" (1870); "Veinte mil leguas de viaje submarino" (1870); "La vuelta al mundo en ochenta días" (1873); "La isla misteriosa" (1875); "Un capitán de quince años" (1878); "Las tribulaciones de un chino en China" (1879); "Los quinientos millones de la Begun" (1879); "Miguel Strogoff" (1880); "El rayo verde" (1882); "Escuela de robinsones" (1882); "Familia sin nombre" (1889); "La isla a hélice" (1895); "El soberbio Orinoco" (1898); "El testamento de un excéntrico" (1899); "El pueblo aéreo" (1901); "El faro del fin del mundo" (1905); "La invasión del mar" (1905).
Graciela Pacheco de BalbastroFotos: El Litoral
Notas:(1) Enrique Butti. El género policial. Una traicionera máquina de leer. El Litoral(2) Carlos María Gómez. ¿Novela policial o literatura? El Litoral