La primera impresión fue que estaba viejo, fatigado y un poco sordo. Desde el borde de su cama y a media luz, se descubría su rostro enmarcado en los anteojos. Tenía la sonrisa fresca y el bigote le dibujaba las comisuras de los labios. Ése era el detalle que devolvía la imagen cierta de las fotografías en las que se lo veía aparecer en los diarios. Estaba un poco despeinado; por esos días pasaba largas horas peleando con la almohada.
La primera pregunta la hizo él. Quiso saber si traía grabador; dictarme las respuestas le resultaba un modo en desuso.
Gastón Gori comenzó a escribir a los 10 años. Según dijo entonces, quedó impresionado con una noticia que leyó su padre en el diario El Orden, y quiso contarla. A partir de allí, son miles las anécdotas, plagadas de planteos profundos, lúcidos y brillantes que el escritor expuso sin reparos.
Para Gastón, las mujeres siempre fueron una fuente segura de inspiración y de problemas.
"Estaría en primero o segundo año cuando escribí sobre una chica que tenía unos ojos azules preciosos. Se llamaba Nilda Bonini, era de Pilar y tenía pensión en Esperanza. Hice un poema a unos ojos, con el ritmo de Claudio de Ala, cada tres sílabas acentuadas".
Ése fue el primer poema que Gori publicó. Lo envió a la revista Mundo Argentino -una de las más importantes de la época- y fue sorprendido cuando al comprar el siguiente número se encontró con sus versos. En 1934 siguió publicando poemas en el diario La Opinión de Rafaela.
-¿Cuándo empieza a escribir cuentos?
-Salté con algunos cuentos en 1943. Los recogí en un libro que fue "Vidas sin rumbo", y tenían una pretensión de ser proletarios, como los de Máximo Gorqui. Esa literatura que empezaba a ser social.
El libro no fue muy bien recibido. Me acuerdo de que el diario La Nación decía que al autor le faltaba conocer más la vida y el dolor de la vida.
También estaba leyendo Anatole France y me gustaba. Entonces trataba de escribir bien, con estilo, y el primer libro que escribí queriendo hacerlo en prosa fue "Y además era pecoso...". Lo edité por primera vez en 1945, cuando tenía 29 años.
"Y además era pecoso..." fue utilizado por las maestras para dar sus clases. Se hicieron muchas ediciones. Según recuerda su autor, "debe haber 18.000 ejemplares impresos" y ya no se consigue en las librerías.
En esa época era común verlo a Gastón dando alguna charla para los jóvenes entusiastas que comenzaban a incursionar el camino de las letras. La docencia también fue una de sus grandes pasiones.
-¿Qué significó ese éxito?
-Ése fue mi caballito de batalla, el que realmente me abrió camino hacia las editoriales.
-En ese libro se nota que tenía un espíritu muy rebelde...
-Era muy rebelde, ahora me doy cuenta. Era muy crítico de las cosas que decía mi viejo y de otras personas con las que me daba cuenta que no estaba de acuerdo. En esa época conocí por primera vez lo que se llama injusticia, yo no tenía idea de lo que significaba. Estaba en quinto grado de la Escuela Fiscal, en Esperanza, cuando ocurrió.
Fue después de un día de lluvia, porque con el paso de las ruedas de los coches por las zanjas de desagüe se formaban cascotes, que los muchachos juntaban para tumbar las naranjas de la plaza. A dos hileras de bancos de las plantas estaba sentada una chica que me gustaba. Se llamaba Raquel, era tan suave que a mí, vago y callejero como era, me encantaba mirarla mientras escribía. Pero ese día llegó a mi casa un hombre indignado porque decía que le había pegado un cascotazo a la salida de la escuela. íVos sabés qué sentido de la injusticia tomé! íJamás hubiera hecho eso, jamás, jamás...! Entonces, mi viejo me encajó un cintazo, y yo no había sido. Por primera vez tuve contacto con el sentido verdadero de la palabra injusticia.
-Después se fue profundizando en lo que fue su obra.
-Claro, eso deja huellas en la formación de uno.
No se cree un escritor inteligente, pero hacerlo le resulta algo normal, fácil, aunque asegura que se logra "con mucho trabajo". Sin embargo, nunca terminó de desembarcar en Buenos Aires como para que su obra tenga la difusión que se merece.
Prefirió vivir en esta ciudad, cerca del río, del campo, en comunión con la naturaleza. A los 12 años aprendió a tirar con la escopeta, pasatiempo que de grande se transformó en motivo para reunirse con amigos.
"Los días más lindos que pasé fueron cuando andaba sólo por los campos cazando martinetas. Vos me dirás: "íPero estaba matando patos!". Sí, pero eran días lindísimos y los pasábamos con los compañeros. Es como quien practica un deporte y juega al fútbol, habla de fútbol y sigue el fútbol. Así éramos nosotros con la escopeta; nos juntábamos y hablábamos de cacería".
Esas destrezas de características sanguinarias se balancearon con el ejercicio intelectual constante, el amor al arte y a los libros.
-La literatura lo preocupó mucho...
-Yo dejé mi profesión de abogado por la literatura. Imaginate, como abogado, en unos 8 años más o menos había ganado suficiente dinero como para vender una propiedad que teníamos en Villa María Selva y poder comprar acá (en Santa Fe). Si hubiera seguido en la profesión habría sido un repugnante rico tan rico..., porque enseguida empecé a trabajar y tuve mucha gente. Después, conseguí un puestito de maestro nocturno y vivía con $ 130. Con esa plata podía subsistir; entonces, largué todo y me quedé escribiendo, nada más.
-íQué decisión la que tuvo que tomar!
-Sí, 47 libros no se escriben haciendo cualquier otra cosa, se escriben trabajando en eso. Les dediqué mi vida a los libros. Todavía puedo hacerlo, pero no lo hago por las dificultades de la vista. Y, si los escribo, la cargo a mi hija con todo el trabajo de pasar en limpio, de corregir y ella tiene su propio tiempo, por eso no escribo.
La confirmación de que aún podía garrapatear algunas páginas lo mantenía de pie. Resistió desde la escritura en todos los frentes y con ese mismo empeño dio batalla a la muerte. El último trabajo fue para el propio autor "algo muy sencillo". Se titula "El día de los pájaros" y es una recopilación de la que se imprimieron mil ejemplares para regalar a cien escuelas, "para que lean los chicos".
Esas primeras impresiones de vejez, cansancio y sordera se fueron modificando a lo largo de la charla. Se trataba de rasgos superficiales, marcas que son signos de haber vivido, porque finalmente habrá que comprender que, para contar buenas historias, hace falta estar viejo; que vivir plenamente cansa y que, a veces, es preferible no escuchar todo lo que se anda diciendo.
Amigos y familiares del autor están evaluando la posibilidad de organizar una fundación que funcione como base de datos para la búsqueda de información sobre Gastón Gori. La pretensión es reunir materiales dispersos de su obra, para que con el tiempo aquélla se transforme en un centro de estudios históricos y sociológicos donde se aborden problemáticas como la colonización, las políticas migratorias, las nacionalidades, y una innumerable gama de temas que tanto desvelaron a Gori.
Su verdadero nombre era Pedro Raúl Marangoni. Nació en Esperanza el 17 de noviembre de 1915, donde realizó sus estudios primarios. El secundario lo comenzó en su ciudad natal y lo culminó en Santa Fe; aquí logró los títulos de maestro y bachiller.
Se recibió de abogado en la Universidad Nacional del Litoral. Ejerció la profesión durante muchos años hasta que, finalmente, la abandonó para dedicarse a la docencia y la literatura.
Publicó más de 40 obras bajo el seudónimo de Gastón Gori. Escribió poemas, cuentos, novelas y ensayos literarios e históricos.
Durante su vida ocupó cargos públicos e institucionales que le valieron múltiples reconocimientos.
Por su labor intelectual y artística fue reconocido como "Miembro correspondiente de la Academia Argentina de Letras", en 1983, y "Profesor Honorario de la Universidad Nacional del Litoral", en 1995. Lo declararon ciudadano ilustre de las ciudades de Esperanza y Santa Fe; y fue merecedor de innumerables premios.
Padeció una enfermedad que lo mantuvo en cama durante largos meses y falleció el miércoles 17 de noviembre de 2004, en Santa Fe. Ese día cumplía 89 años.
Muchas de las historias sobre Gastón Gori están acompañadas por pequeñas mentiras -o errores lisos y llanos- que enriquecen y colorean los relatos y, por lo tanto, fueron tolerados. Pero, cuando el ocultamiento puso en juego una parte de la verdad histórica, el escritor no ahorró esfuerzos en tratar de derribarlo.
Un ejemplo de ello es su libro "La Forestal", una de sus obras cumbre.
En una edición de Ameghino dice que Gori se perdió en la selva mientras estudiaba la historia de la explotación del quebracho. Sin embargo, el autor lo desmiente: "En realidad yo no me perdí estudiando en La Forestal. Estaba escribiendo ese libro, pero la primera vez fue en Santiago del Estero. Había selva y quería verla de cerca" dijo.
Es más, "yo a La Forestal no fui, no hice un trabajo de campo", sorprendió con la respuesta. "La conocí en 1935 porque un pariente mío tenía un campo que pertenecía a esa empresa y había sido vendido después de explotar el quebracho. Ése fue mi primer contacto".
No obstante no haber pisado las tierras británicas, el escritor estudió los documentos. "Hay que comenzar por los contratos, por los convenios. El Derecho me sirvió porque los fundamentos están respaldados por leyes y decretos, todo se puede probar".
De la anécdota risueña de sus extravíos en épocas de cazador, pasó a relatar seriamente las acusaciones y persecuciones políticas de las que fue objeto a mediados del siglo XX.
"Te cuento un disparate que dicen de mí: que en el año 1949 fui detenido en San Cristóbal por promover disturbios en un acto no autorizado, y yo no conocí San Cristóbal hasta 1958, ahí me `encajaron' una. Después, en el resumen de un organismo militar que recogía toda la información, dice que era `activista anarco-comunista"'.
El rótulo se lo había ganado por su cercanía a lideres comunistas y su simpatía por las ideas que comulgaban sus amigos.
Pero no renegaba del mote, sino de quienes se lo colocaron. Sus ideas políticas pudieron costarle el puesto de maestro y ése también fue un motivo por el cual recurrió al seudónimo. Hace dos años dijo abiertamente: "Yo fui de izquierda, soy de izquierda, me voy a morir de izquierda, pero no hice militancia comunista".
Uno de los ejes de su obra fue la colonización durante el siglo XIX. Despotricó contra la mentira que significó ese vocablo en nuestra pampa, denunció abusos por parte de la oligarquía y le dio voz a quienes todavía no sabían qué cosa era la escuela. Pero dedicó parte de su tiempo a saldar deudas con historiadores que vieron al habitante nativo como una amenaza, y lo describieron de ese modo.
Al igual que en sus textos históricos, Gastón utilizó la ficción para hacer honor al aborigen, inventando personajes cuyas vivencias transcurrían sobre un trasfondo histórico real. Esto también generó confusiones entre los editores.
Acerca de la historia de "El Moro Ariacaiquín", contó que "una editora dijo que era un personaje al cual le dedicaba una biografía. El Moro Ariacaiquín era un invento mío, no existió".
Juliano Salierno