Por Mons. José María Arancedo
Mis primeras palabras ante la noticia de la muerte de Juan Pablo II es recordarlo con gratit
ud y definirlo como un hombre de fe, un pastor de la Iglesia y un referente de la humanidad. La vivencia de la fe ha marcado toda su vida y ha sido un rasgo de su fortaleza espiritual, de su coherencia de vida y de su compromiso con el mundo. Nos ha dejado el testimonio y la enseñanza de que la fe no es sólo el asentimiento a una verdad, sino el camino de una transformación que ilumina y da sentido a la vida del hombre. La fe le daba a su mirada ese rasgo de sabiduría que amplía el horizonte de la inteligencia para comprender la realidad con todas sus exigencias. La vida de fe y de oración, que le daban a él esa fecunda y serena intimidad con Dios, lo hacía más cercano a los hombres y comprometido con una actitud de servicio, sobre todo con quienes más sufrían.
En su relación con la Iglesia nos ha dejado el testimonio de un pastor auténtico e incansable. La imagen primera de su ministerio pastoral era el mismo Jesucristo, el Buen Pastor. Como él, creo no exagerar, conocía su rebaño, lo guiaba con su palabra y testimonio, lo defendía y daba su vida. Me atrevo a decir que fue para nosotros, los pastores, una enseñanza viva de lo que debe ser nuestro ministerio. Lo recuerdo en las visitas ad limina cuando nos escuchaba, pero sobre todo cuando nos preguntaba acerca de nuestro ministerio referido a temas como la familia, el trabajo, el ecumenismo, los jóvenes y de modo especial los pobres. En esta dimensión de su ministerio marcaba con insistencia el tema de la comunión: "Hacer de la Iglesia casa y escuela de comunión", nos decía.
Finalmente lo recuerdo como un referente de la humanidad. Le ha tocado vivir la última parte de un siglo de cambios profundos como de enfrentamientos ideológicos y económicos que han marcado, con el dolor de la guerra y de la muerte, a la humanidad. Su palabra, que no siempre fue escuchada, era un testimonio de racionalidad y de esperanza para todos los hombres que buscaban el camino de una sociedad, incluso a nivel internacional, en la que reinara el bien y la verdad, la justicia y la paz. Sería largo aquí enumerar sus intervenciones en todos los foros mundiales como sus mensajes en las diversas circunstancias en que le ha tocado actuar. Siendo un pastor, creo que tuvo para toda la humanidad el alcance y la altura de un estadista.