Las dos semanas de mayor tensión en la historia reciente de la relación entre la Argentina y Brasil concluyeron con los resultados dispares que arrojó el encuentro de Néstor Kirchner con Luiz "Lula" da Silva, durante la cumbre árabe-latinoamericana.
"La visita representó un avance importante en la relación porque hay un objetivo estratégico que es la consolidación del Mercosur. Ahora bien, si se esperaba que se resolvieran todos los problemas, quiere decir que había una sobreexpectativa", sintetizó el presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de Diputados, Jorge Arguello.
Según un diplomático que trabaja en la Cancillería el principal aporte del viaje "fue que se puso en blanco sobre negro el estado actual y los problemas principales en la relación. Eso es mucho mejor que el debate a través de los medios".
El inconveniente es que el panorama que arroja ese blanqueo no es el que corresponde a dos países que se juran una alianza estratégica.
Dos miembros de la comitiva que Kirchner llevó a Brasilia, que participaron de los encuentros bilaterales más reducidos, relataron que el momento más importante del viaje fue la reunión que mantuvieron las delegaciones de ambos países antes de la cena de los presidentes con Hugo Chávez.
Allí, según los testigos, hubo un diálogo cordial entre Lula y Kirchner pero también una exposición franca sobre las dificultades que atraviesa el vínculo.
Lula, según las fuentes, se mostró comprensivo al planteo argentino. En ese diálogo quedó demostrado que las protestas públicas que había encabezado el canciller Rafael Bielsa contra Itamaraty contaban con el acompañamiento de Kirchner.
Pero al mismo tiempo también se notó que el gobierno brasileño está acosado por un intenso debate interno respecto de cómo actuar con la Argentina. El ala política de Lula y del canciller Celso Amorim busca recuperar el espíritu cooperativo. El ala técnica de los ministros Luiz Furlán y, en menor medida, Antonio Palocci, cree en cambio que el debate central es el comercial y que en ese punto el Planalto debe ser inflexible.
Pero más allá de esta perspectiva dual, hay una interpretación en la que coinciden todos los miembros de la delegación argentina consultados: Brasil exhibe cada vez mayor autonomía y dinámica en su política exterior y no emerge dispuesta a esperar a la Argentina para consensuar posiciones estratégicas.
Una fuente del oficialismo que viajó a la cumbre admitió que "Brasil trata constantemente de ocupar posiciones para consolidar su liderazgo regional". Pero también cree que del otro lado de la frontera "existe conciencia de que no hay proyecto de liderazgo viable con la Argentina en contra. En ese sentido, es incuestionable que nuestros vecinos tomaron nota del zapateo que hicimos".
Desde la óptica del Planalto ambas posturas no son contradictorias. Brasil está dispuesta a explorar mecanismos para destrabar las obvias asimetrías comerciales, a pesar de los cuestionamientos de Furlán. De este modo manifiesta voluntad integracionista y cierto compromiso con el Mercosur, que desde esta perspectiva tiene un carácter exclusivamente económico.
Pero Brasil no considera que haya otras cuestiones esenciales que acordar con la Argentina. En pocas palabras, lo contencioso es sólo comercial, el debate sobre el rol estratégico de cada parte está fuera de la conversación.
De este modo, la polémica que originalmente incluía tópicos como el Consejo de Seguridad de la ONU, la Comunidad Sudamericana de Naciones, y la resolución de crisis en los países de la región, quedó otra vez reducido al habitual terreno comercial.
Un ex embajador argentino en Brasil, defensor habitual de una relación bilateral estratégica, comparte esta interpretación: "Percibo que Brasil se mueve sola en sus asuntos externos y que el marco de acuerdos con Argentina quedó restringido al tradicional debate sobre los niveles aceptados de protección comercial".
Y remata con una frase definitoria: "Brasil prefiere ser acompañada por la Argentina en su posicionamiento regional, pero no está dispuesta a que Buenos Aires tenga derecho a veto".
Podría decirse, en consecuencia, que las dos semanas de tensión han contribuido a dejar en evidencia el actual estado de la relación argentino-brasileña. Este vínculo está basado en el intercambio comercial y en una voluntad amistosa de ambos lados.
Pero esa interacción no contiene hoy ninguno de los elementos que hacen falta para hablar de una alianza estratégica: objetivos comunes, coordinación de decisiones y mecanismos regulares de resolución de conflictos.