Es posible que Kirchner termine rompiendo con Duhalde. Un pronóstico objetivo se volcaría hoy hacia el quiebre entre ellos antes que hacia la conciliación. La distancia es inevitable. El caudillo bonaerense es un peronista de tomo y lomo, expresión cabal de la vieja confrontación entre justicialistas y radicales. No debería vivir en la política -según Kirchner- para ver un país gobernado por fuerzas de centroizquierda y de centroderecha.
La aparición de una coalición entre López Murphy y Macri fue una buena noticia para ese proyecto presidencial. ¿Se enojó Kirchner? La política también tiene algo de teatral. Si el enojo hubiera existido en serio, no los habría ayudado con su pugilato verbal. Estaba, de algún modo, anunciado que esa dupla era su oposición definitiva. Los opositores de Kirchner (que existen, a pesar de los encuestadores oficiales) ya saben dónde ir. De paso, escondió detrás de las cortinas a Elisa Carrió, porque a ésta le disputará la misma franja social.
Si las cosas son como parecen, en octubre se votará, por primera vez desde 1983, bajo los efectos de otro ecosistema político. No habrá peronistas y radicales auténticos. Kirchner se está yendo del peronismo, aunque ahora diga lo contrario. Dice: quiero liderar una fuerza de centroizquierda con eje en el peronismo. López Murphy se fue del radicalismo hace mucho tiempo. Macri estuvo siempre cerca de Duhalde, pero nunca se inscribió en el peronismo. Carrió siente nostalgia por un radicalismo que ha sido.
Kirchner no nombra a Perón y ni la casualidad ni el olvido existen en las expresiones de los políticos. Siempre deslizó que le parece más moderno que dos fuerzas, con raíces ideológicas diferentes, estén en condiciones de alternarse en el poder. Octubre podría ser el primer ensayo.
Duhalde y Alfonsín corporizan la antigua biosfera política. Por eso Duhalde se resiste a entregar un poco de su estructura mientras el otro le reclama toda la estructura. Duhalde está débil. El congreso del peronismo felipista en la provincia desnudó el éxodo que padece. ¿Raro? Gran parte de los intendentes peronistas idolatran a Duhalde, comparten con él la comodidad y la complicidad de viejos compinches.
El problema es que los recursos y la gobernabilidad están en manos de Kirchner y de Felipe Solá. Los intendentes son hombres pragmáticos, distantes del corazón y cosidos a las piezas concretas del poder. Solá podría convertirse en el árbitro bonaerense de las disputas electorales nacionales. Es lo que se propuso, cuando nadie le creyó. Ni Kirchner, en verdad.
Así, las condiciones para Duhalde no son buenas. Sin embargo, es más que probable, a sólo diez días del final del plazo para mostrar candidatos partidarios, que Duhalde vaya a las elecciones bonaerense por las suyas y Kirchner por las de él. Cristina Kirchner es mejor candidata que la señora de Duhalde, pero ésta tiene poder electoral como para hacerle daño a la actual senadora santacruceña. Los Duhalde han optado tal vez por suicidarse antes de morir.
Kirchner eligió a López Murphy y a Macri como sus contendientes políticos, ideológicos y electorales. Pero no está dispuesto a hacerles las cosas fáciles. López Murphy carece todavía de los reflejos rápidos de los políticos curtidos. El Presidente lo subió al ring en el acto, pero el ex candidato presidencial ya estaba en los Estados Unidos dictando una conferencia. Debió estar aquí para la réplica urgente. No se abandona el campo cuando comienza el combate.
Kirchner los quiere a López Murphy y a Macri, pero como oposición derrotada. No sólo los golpeó con sus palabras. También le manoteó a López Murphy el intendente radical de la ciudad de Neuquén, Horacio Quiroga, un político joven que ya ganó de manera contundente un par de elecciones en la tierra de los Sapag. Quiroga venía hablando con López Murphy, pero no le gustó su alianza con Macri. Kirchner también se llevó a una minoritaria Sapag para una amplia alianza electoral neuquina. Quiere noquear a Sobisch y eliminarle un potencial aliado a la coalición de centroderecha. Derecha, dice Kirchner, sin más aditamentos.
Macri será un bocado disputado por los colmillos de Kirchner y de Carrió. Tiene popularidad por su paso por Boca, pero la saga familiar no lo ayuda. López Murphy tenía su núcleo duro electoral en el voto radical enojado con su partido (y no le faltan razones para enojarse después del menemismo tardío que el radicalismo está practicando con sus propuestas electorales). ¿Continuará ese voto detrás de él tras la alianza con Macri?
Es el interrogante que no se develará hasta octubre. El ecosistema podría cambiar, aunque nada asegura que el cambio sea inminente. Es extraño, pero tanto Kirchner como López Murphy, o Macri como Carrió, se juegan en las próximas elecciones el proyecto común de cambiar la oferta política. Es lo único que los une.
Kirchner necesita, más que de enjuagues electorales, de los resultados de la buena administración. Ninguna sociedad vota a un presidente sólo por simpatías personales. Si la economía siguiera creciendo como lo ha hecho hasta ahora (y si se reinstalara un necesario clima de inversiones en el país), Kirchner podrá confiar en los resultados.
Por eso Lavagna salió a reclamar la renegociación de los contratos con las empresas de servicios públicos, a las que les han prometido cambios pequeños ahora y un cambio importante después de las elecciones.
Por eso, también, les soltó un dardo mortal a los empresarios de la Unión Industrial, que reclaman un nuevo Banco Nacional de Desarrollo. Puede haber un Banade nuevo, pero nunca podrá ser aquel al que 20 empresarios le quedaron debiendo la mitad de más de cinco mil millones de dólares y nunca pagaron, asestó. En la platea estaban algunos de esos 20 empresarios.
Bolivia se mece entre la secesión y una probable guerra civil. El camino racional es una esperanza, pero nadie sabe encontrarlo aún. Bolivia es un problema interno de la Argentina. La matriz energética nacional no cierra sin el gas boliviano. Y la eventual secesión boliviana podría quebrar el eje de la paz en América del Sur. Es el peor escenario, pero no es improbable.
Kirchner barrunta que el debate ideológico en Bolivia se da en términos previos a Stalin y Trotsky. Hay, también, más de 30 etnias que se disputan un mezquino lugar en el sistema. Tarija quiere volver a ser argentina. Santa Cruz de la Sierra oscila entre Brasil y la Argentina. La fragilidad del presidente Mesa es conmovedora. Su suerte podría definirse en pocas horas.
Kirchner no deja de hacer números electorales. Cuando mira a América latina, les lanza un mensaje a los sectores medios argentinos, más proclives a cierta simpatía por López Murphy o Macri. ¿Y si los Estados Unidos entendieran que el mejor aliado regional es la Argentina?, se pregunta.
Suele explicar: la Argentina sería siempre un aliado poco caro. No le pedirá plata a Washington; no tiene problemas étnicos; no se le pasa por la cabeza competir con los Estados Unidos por el liderazgo hemisférico y está dispuesta a hacer más de lo que hace para contener al populista Chávez.
Sólo le reclamaría a Washington ayuda en el Fondo Monetario Internacional para que el país pudiera enterrar definitivamente el cadáver del default. Con esas ideas, dicen, se fue a pasar el fin de semana en el sur profundo, cerca del hielo.
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