En los últimos días, los concejales discutieron sobre caca de perros, sobre el cuidado y registro para canes de guardia o caza, sobre normas de control y seguridad para ciber. Santa Fe tiene normas más o menos adecuadas para casi todo. Pero la mayoría de estas normas tienen un punto débil que las hace muchas veces impracticables: la delegación del control en el propio Estado municipal. La capacidad de policía, por decirlo así, de nuestro municipio es prácticamente nula, es episódica, ocasional, inconstante, ineficiente. Me gustaría, además, aclarar rápido que ese modo de ser nos representa cabalmente: también así es el santafesino -una abstracción, lo sé- o la construcción social santafesina -otra abstracción-, porque siento que no tenemos esa especie de "control social" -otra abstracción, de sonido lúgubre, además- sobre la mayoría de los temas que la convivencia cotidiana plantea.
Hay ordenanza para la publicidad, hay ordenanza para el funcionamiento de los gimnasios, para boliches y pubs (que es uno de los pocos casos en que el Municipio ejerció un control importante), para el uso de bicicletas, para remises, para canes, para alcoholemia, para venta de alcohol, para kioscos, para... Pero como la mayoría de estas normas reclama un control municipal que nunca se cumplirá, a los pocos días o desde su mismo nacimiento, la reglamentación es letra muerta. Tenemos una hermosa legislación, actual y progresista en muchos casos, pero nonata.
Puede decirse que el Concejo sanciona normas incumplibles, puede decirse que falta un seguimiento de lo que se discute o sanciona, puede argüir el Ejecutivo que no tiene estructura para salir a vigilar y hacer cumplir lo que el pueblo representado sancionó. Lo cierto es que en este hay unas cuantas patas, y todas están raídas o débiles.
Una es la de la capacidad de control estatal.
Otra es la de responsabilidad privada, como en el caso de los ciber: se les bajará a los dueños una batería de medidas -necesarias todas: hoy funcionan en cualquier lado, de cualquier forma, sin ninguna normativa- que deberán seguramente cumplir.
Y hay otra, netamente social, familiar o como quieran: ¿qué hacemos como padres cuando permitimos que nuestro hijo "no moleste" y se quede dos, tres y más horas en el ciber? ¿Qué hace allí? ¿Qué cosas mira o hace, qué cosas le interesan?
No hace falta llenarnos de Foucault para entender que estamos verdes en muchísimas cosas. Y que hay que dar pasos en todos los órdenes. Que hay cosas que nos exceden y no se resuelven por decreto, por ordenanza, por ley. Hoy, lo que nuestros concejales sancionan nos queda lejos -no es una crítica-, sencillamente porque como sociedad no sabemos ni podemos controlar, en el sentido correcto de controlar: tener control.
Dicen que los argentinos somos hijos del rigor. Que buscamos permanentemente la forma de cancherear, de esquivar, de hacernos amigos del juez, de no laburar. Es la asunción plena de nuestra inmadurez. Nos deben controlar para que hagamos bien las cosas. Pero cuando el control se centraliza en una persona o entidad es infinitamente más peligroso. Es también más fácil de neutralizar, es una invitación a ser eludido y esquivado. Sancionar, vigilar, controlar, cumplir. Demasiadas cosas para nosotros, los niñitos santafesinos.