"Me encontré con un conjunto de escenas del pasado, de fotografías que conservan todo el sabor y la frescura, el sosiego y la naturalidad de un mundo rústico y cotidiano: calles, edificios, bares, negocios, personas, grupos familiares. Todo el mundo de Esperanza, su memoria gringa. Su exquisita sensibilidad para registrar la luz del verano, los claroscuros, los contrastes, la técnica perfecta. Y digo, otra vez, la luz, que se desliza por las ventanas, las puertas, las claraboyas. Piezas de arte que plasman el exacto realismo provinciano". Así explica la escritora santafesina María Guadalupe Allassia el porqué de una elección: tomar la obra del fotógrafo esperancino Fernando Paillet como musa inspiradora para sus poemas.
Rescatar el trabajo de este reconocido artista de principios del siglo XX fue una tarea que realizó junto a Graciela Hornia, especialista en fotografía patrimonial y miembro del Centro Transdisciplinario de Investigación Estética de Santa Fe. Fue ella quien seleccionó diez fotografías del libro "Fernando Paillet-Fotografías. 1894-1940", de Luis Priamo.
"El nombre de Priamo es insoslayable cuando se trata de Paillet; y es así no sólo porque lo aborda con lucidez, sino con nostalgia -explica Allassia. Personalmente, de Paillet me sedujo su armonía para materializar con coherencia global las aspiraciones de una sociedad agrícola, al despuntar el siglo. Por el registro del tiempo libre, el afán clasificatorio, la pasión por el orden y la impecabilidad, evalúo su destreza para grabar el universo inexpreso de su grupo: proyectos y sueños de migrantes".
El nexo entre estas dos santafesinas autoras del trabajo surgió el año pasado cuando encararon, también en conjunto, un proyecto similar pero a partir de fotografías antiguas de niños. Este año, Graciela propuso a Paillet. María Guadalupe miró las fotos y quedó "deslumbrada", como ella misma asegura, ante "el trabajo impecable, con un tratamiento de la luz extraordinario", de este fotógrafo de notable ascendencia suiza.
La selección fotográfica, la creación de los poemas y la difusión de este trabajo no se podrían haber plasmado sin la colaboración de la Subsecretaría de Cultura de la Municipalidad de Esperanza y el Museo de la Colonización, a quienes las autoras agradecen.
Fernando Paillet estudió en el Fotoclub de París. Fue pintor y músico: tocaba el violín. Era un gran artista. Aseguran los expertos que, en el tratamiento de la luz, se parece un poco a Rembrandt. Sus conocimientos de pintura lo ayudaban a armar las fotos en las que registró las personas, los comercios y la cultura de su colonia gringa.
"En todas sus fotos hay serenidad. Él no tomaba imágenes de golpe, ni irrumpía, ni obturaba. Su trabajo era muy preciso. Armaba. Si había un saco tirado en el suelo, lo levantaba; buscaba que se viera el reloj, el calendario. Tenía un gran tratamiento de la luz, de la circunstancia... era un artista. Logra fotografías que parecen naturales y espontáneas pero son armadas", explica María Guadalupe Allassia. Ella pensó entonces, que su acercamiento como escritora tenía que ser desde lo invisible, lo subjetivo y lo imaginario. Con esta idea, algunos de los poemas fueron enfocados desde el humor o lo fantástico; otros presentan una comunicación entre el poeta y el personaje.
María Guadalupe cuenta que su trabajo no es objetivo ni pretende serlo, sino que se trata de un acercamiento a la fotografía de Paillet desde su propia mirada. "Era imposible competir con el realismo de las fotos -agrega. El pueblo, el campo, lo cotidiano, lo rústico... todo eso ya está dicho en la fotografía. No podía describirla sino escribir sobre ella, imaginar circunstancias y personajes. Desconozco la vida de las personas retratadas, lo cual me favoreció muchísimo para hacer una construcción diferente".
Vida y obra
Fernando Paillet nació el 27 de octubre de 1980 en Esperanza, la primera colonia agrícola afincada en el país que mil doscientos inmigrantes suizos contratados por Aarón Castellanos fundaron en 1856.
Desde muy joven se dedicó a la fotografía y continuó en la profesión hasta 1950. Llevó una activa vida cultural como músico y autor teatral. Fundó clubes con actividad literaria, musical y deportiva.
Se convirtió en el fotógrafo más conocido y destacado de su ciudad. Formó colecciones perfectamente organizadas de retratos de intendentes, jefes de policía, jueces de paz, damas de beneficencia y todo tipo de personalidades y gente anónima.
Como cuenta la escritora santafesina María Guadalupe Allasia, "en sus fotografías revela la vida de Esperanza a principios de siglo, testimonio artístico y cultural impecable que guardará en la memoria la minuciosidad del fotógrafo, cuya búsqueda de la luz y los claroscuros, y de los temas y climas que perpetuó en sus registros habla bien a las claras de su espíritu suizo y de su interés por conservar los ideales estéticos y tradicionales de la sociedad esperancina". Murió en 1942, a los 79 años.
"Muchacha con su máquina de coser", 1905.
Eres un roce,
un eco,
un destello,
un misterio.
Apoyas tu ternura
sobre la mano derecha.
Paloma de la luz
y de la tela.
Tu máquina de coser
cose la luz.
Música de puntadas se revela
en el Tiempo
sobre tu huella.
El hilo de las voces.
Los alfileres que traman tus heridas.
Tal vez el dolor
en tu piel de rosa nueva.
No obstante,
hay una gracia leve
que resplandece y arde,
costurera.
Con Nicolás Guillén, te digo:
"Entre todas tus gracias
señalo tu sonrisa
con que al arder escondes
la llama de ti misma".
"Plaza de Esperanza", 1905.
Casi a las cinco de la tarde
le crece un ángel
al campanario.
Ángel casi hilacha
de la tarde soleada.
Una luz opalina
custodia la aldea,
leve agua mansa.
Un pequeño silencio
se mece en las campanas.
La gente que camina
lleva un ensueño lánguido.
Recuerdos de recuerdos
de una patria lejana.
El domingo -¿es domingo?-
hace flotar al pueblo,
lo desancla.
Los árboles se mojan
con perfumes agrarios.
El mar quedó tan lejos...
El barco ya descansa.
El ángel de la torre
vela sobre la plaza.
Sobre la orilla de la luz
-cielo de cal-
sólo Paillet trabaja.
"Viejo sentado frente a su puerta", 1905.
Esta tarde, alma,
¿qué ruinas del ayer
se adueñan
de esta calle sola,
de este sol débil,
de este nostálgico pueblo,
ahora, en este instante
de pájaros dormidos?
No hay viento
que estremezca las ventanas.
La verdad
es un latido de hojas.
Me acuerdo del campo
que siempre aguarda
la luna rosada o amarilla.
Sé que no vuelvo.
Quedo en el oído
de la avena.
En esta calle sola,
antigua,
la memoria del arado
es una abeja amarga.
Aunque veo
un florecer de lumbres
en los árboles redondos
de mi olvido.
Sentado en esta silla
espero
una continuidad de claridades,
una lluvia de abril,
y algo de cielo.
"Carpintería de Primo Paravano", 1922.
En 1922
un hombre sueña.
¿Sueña?
Perdido en aroma de viruta,
sonámbulo,
sin peso,
entra en la carpintería.
Hay olor a cedro azul,
a lágrima de roble,
a pinotea.
Hay lamento de tablas
que recuerdan la sierra.
Vetas heridas
que guardan el viento,
los cantos de los druidas,
el hacha que golpea.
Sin pies,
sólo guiado por luciérnagas,
descubre el fantasma de Pinocho,
allí, sobre una mesa.
También a los baúles que añoran
el mar que no navegan.
El hombre se despierta y dice:
-Soy Primo Paravano,
carpintero-
Su mano no vacila
cuando corta madera
y construye la silla,
la ventana, el armario,
la cuna,
tal vez, la biblioteca.
Para que entre la luz,
siempre la puerta abierta.
Por la noche, otra vez,
el hombre sueña.
Y se repite el círculo infinito
de las cosas eternas.
"Panadería de Bernardo de Giambattista", 1922.
Allí está el pan, Bernardo,
el pan de cada día,
gota a gota
germinando en la luz
naciendo de la harina
como una estrella de fuego
consumación inocente de la espiga.
Lo amasas, Bernardo,
y el agua lo modela
sin alfabeto como guía.
Lo horneas
cual una palabra dormida.
Caliente lo muerdes, Bernardo,
con dulce corazón
de ternura y ceniza
Lo repartes,
pan evangélico,
nuevo y milenario,
crujiente tambor de la alegría.
Con tu trabajo,
tu sudor,
tu saliva.
En las bandejas pones
aroma y oro.
Cumples con lo que sabes
lo que viniste a hacer
atando y desatando
la rosa de la harina.
La harina es más hermosa
con el sabor del pan
en la fotografía.
Ah, Bernardo, esperas
que tus manos lo toquen,
dorada y tibia esfera,
salvación del planeta,
simple y profunda vida.
Se te ve en la cabeza,
invisible, infinita,
la corona de espigas.
"Louis Valoud y Hans Hurter", 1920
Para ellos,
Luis y Han,
historiadores de la carne,
vislumbradores de los jugos,
carniceros,
te desbordas cerveza,
sin sonido.
Desde la tierra cereal vienes
con tu aroma suspendido
para besar los párpados de la carne
despertando al rocío.
Las vacas ya son fantasmas,
fosforescente memoria de la alfalfa
que sembraron los gringos.
Tu espuma cae sobre Luis
que beberá tu oro oscuro,
o tu líquido amarillo,
la unidad del agua y de la tierra
en el estío.
Tu transparencia viertes,
tu olor profundo,
sobre Hans,
músico de la chaira y el cuchillo.
Buscas la extensión de pradera
toda adentro del vaso,
para ellos, húmedos campesinos.
Sobre la luz de Paillet,
luz de delantales blancos,
camina el claroscuro
como un pez,
un vaivén de comarca
sobre el río.
"José Gallino", 1920.
El reloj cristalino que en la hierba
señala tus sueños
es una lámpara peregrina que te lleva.
Para eso subes a tu bicicleta,
circular y acuática,
para latir en la luz que pedaleas
y llevarte por senderos de cielo,
constelación del Sur que te navega.
Bicicleta luminosa
lleva una cuerda
de memoria de lino
que golpea.
¿Qué olores?
¿Qué alegría secreta
te transforma
en lunauta del Tiempo
y de la estrella?
¿Qué magnético signo
te conduce
a pedalear sin tregua?
Navíos frágiles de comarca
te nombran,
ciclista de nubes y de niebla.
La luz roba las sombras
de la amarilla llanura que te espera.
"Almacén de Adolfo Gauchat", 1922.
íYa viene, viene!
con la lluvia de marzo
se aproxima
un almacén antiguo
en la arboleda.
Viene con hojas secas.
Tiene aromas secretos
de frascos navegantes:
clavo de olor, vainilla,
fragancia de comino
o de canela.
Los licores añejos
se despiertan.
Las escobas aguardan
una historia cualquiera.
Indeleble, Gauchat,
recuerda cómo era
su almacén en el sol
sembrado en la vereda.
Tan leve era la luz
y tan ligera...
El almacén de Adolfo
no se irá.
Se queda.
Plantado en una esquina,
en calle de Esperanza,
con su mar de semillas,
su corazón errante
crujiendo
pimienta de Cayena.
"Boliche", 1922.
Quizá, mañana,
recordemos...
el vino ardiente y púrpura
que nunca cambia,
los viñedos invisibles del boliche
que hablan en voz baja
y designan etimologías de botellas,
copas transparentes con historias,
anís estrellado en las palabras.
El olor de una estantería
que ya nadie extraña,
la sangre verde del ajenjo,
el destino en números que buscábamos
en el gris calendario
de la luna que pasa.
Quizá, mañana,
no olvidemos
que dos hombres esperan
que el pulso del aguardiente
los anime como un sol en la casa
y les queme el dolor que llevan dentro
-sed que no apaga el agua-
hasta que la luz del poniente se los lleve
por las orillas del tiempo y la metáfora.
Entonces quedará otra luz de memorias
en cualquier vaso de grapa
o en la botella que arrojemos al mar
en algún mapa.
"Peluquería de Armando Goudard", 1922.
Mañana,
flor solar,
llegas.
Traes una carta para el señor Goudard
y su tijera.
Tijera,
no cortes la historia
ni la llanura,
ni la noche
ni el trigal
ni el lino azul
ni el aire constelado
sobre la primavera.
Corta sólo cabelleras.
¿No ves?
El agua de colonia
se despierta
y se desliza
como un húmedo beso
por la ventana abierta.
Tijera,
no cortes los sombreros
que en los percheros de Viena
esperan.
Ellos volarán a las cabezas
de los hombres que sueñan.
Corta sólo cabelleras.
Corta el cabello
del hombre sentado en el sillón,
pues alguien,
la mujer con que sueña,
en una fiesta lo espera.
Tijera,
no cortes nada más.
Deja escrito
en su hermosura intacta
los nombres de la tierra.
Tijera...
tijera de Esperanza,
conviértete
en labriega.