"Disparo contra el sol con la fuerza del ocaso. Mi ametralladora está llena de magia. Pero soy sólo un hombre más, cansado de correr en la dirección contraria, sin podio de llegada y mi amor me corta la cara, porque soy sólo un hombre más. Pero si pensás que estoy derrotado, quiero que sepas que me la sigo jugando porque el tiempo... el tiempo no para".
Cinco años que, a la luz de lo que se ve y se escucha, parecen veinte. Un 25 de agosto de 2001 Colón presentaba al país y al mundo su "otra" cancha. Se la bautizó, respetuosamente, desde estas páginas de El Litoral como el "Nuevo Cementerio de Elefantes". Fue el adiós total y definitivo a los viejos y gloriosos tablones del Brigadier. Un estadio modelo desde el interior de la República Argentina, coloreado desde el folclore con la calentura pasional del hincha de Colón, pero presentado con una organización perfectamente fría y "europeizada", donde todo estuvo calculado, nada salió mal, todo salió bien.
Cada uno de los mortales que estuvimos ese día histórico en la cancha de Colón nos quedaremos con lo que las retinas eligieron. Y con el correr de los años pasará como con las grandes epopeyas, como pasa ahora, por ejemplo. Si uno escucha contar de labios ajenos el gol de "Ploto" Gómez al Santos de Pelé, las anécdotas se multiplican y pareciera que ese 10 de mayo de 1964 hubo en la cancha 150.000 tipos. Ese día sangre y luto fue inolvidable de principio a fin. Para quien escribe, entre muchas emociones, el estadio a oscuras, con la multitud enfurecida, iluminando las tribunas con sus encendedores y gritando "Dale Negro" fue lo más.
"Unos días sí, otros no, estoy sobreviviendo sin un rasguñón, por la caridad de quien me detesta. Y tu cabeza está llena de ratas. Te compraste las acciones de esta farsa y el tiempo no para. Yo veo el futuro repetir el pasado, veo un museo de grandes novedades y el tiempo no para, no para".Cinco años, con un tiempo que -es cierto, "Pelado"- no para. Antes de aquella noche inolvidable hubo ascenso, permanencia, subcampeonato y copas de la mano de Vignatti. Pero el estadio parecía una obsesión de José y lo consiguió: 255 palcos VIP y súper VIP; 330 palcos balcón; 14.081 ubicaciones en plateas; 100 artefactos de 2.000 w., 50 en cada lado y una capacidad "teórica" de espectadores sentados de 28.251. Así, la obra que soñó Otto Papis fue hecha realidad por su hija Maureen y por el Arq. Francisco "Pancho" González.Fueron aquellos días, previos al 25 de agosto de 2001, tan agitados como los del jubileo por los 100 años. Porque arrancó el viernes con una cena para 3.000 sabaleros en una carpa montada en el campo auxiliar, donde estuvieron gobernador e intendente, el mismo plantel de Fossati y Los Palmeras. Al otro día, los fanáticos se autoconvocaron pasado el mediodía en el Puente Colgante, armaron una caravana de más de 15 cuadras, desempolvaron la bandera gigante de "La leyenda continúa" y peregrinaron rumbo al Templo. El pie a pie en las calles de la ciudad fue tan emotivo como lo que pasó en la cancha, porque las familias sabaleras salían a la puerta de su casa, copaban los balcones y hacían sonar las bocinas de sus autos saludando a las hormigas sangre y luto que iban derecho al gran hormiguero del Sur.
"Yo no tengo fechas para recordar, mis días se gastan de par en par buscando un sentido a todo esto. Las noches de frío es mejor ni nacer, las de calor se escoge matar o morir y así nos hacemos... íargentinos! Nos tildan de ladrones, maricas, faloperos, y ellos destruyeron un país entero, pues así se roba más dinero". Cinco años, que puede ser mucho o poco tiempo. Recuerdo mi título en "El Litoral" de aquel día, un domingo como hoy: "De la fiesta...al drama", porque "fue un sábado increíble para Colón: su pueblo pasó del griterío al silencio". La fiesta previa, además de amontonar un sabalero arriba del otro como nunca, arrancó temprano con Los Lamas, Mario Pereyra, Cali y Los Palmeras. Hubo torneo de penales con ex jugadores que fueron ovacionados. El padre Axel Arguinchona, de Santa Rosa de Lima, celebró la bendición: "En nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo y... de Colón". Un tal Alberto Bergonachi se clavó en el césped con la excusa de un paracaídas y despertó aplausos. Hubo láseres, música tecno y fuegos artificiales a granel que iluminaron el cielo del sur de la ciudad de Garay y parecían no tener final. No hace falta -o sí- recordar una obviedad: la gente coreaba el nombre de Vignatti a cada rato.Después, llegó el momento del partido. Y apareció Nueva Chicago, rival caprichosamente vinculado a las jornadas más gloriosas de Colón, ya que contra los de Mataderos se festejó el ascenso en el '65. El estadio se mostró esa noche, por los puntos por un torneo de AFA, como nunca hasta ahora. Ni siquiera cuando llegaron después los grandes a Santa Fe la cancha se vio como esa noche. Una postal inconfundible era ver los pasillos desfigurados, ya que hasta ahí mismo había hinchas sentados, uno al lado del otro, en las plateas de los dos sectores.La imagen de Migliónico cabeceando el centro perfecto del uruguayo Delgado y el golpe semi-mortal del paraguayo Velásquez en la cabeza de "Gaviota" tampoco se podrán olvidar. Oscar Sequeira, el siempre cuestionado juez cuando dirigía a Colón, ni marcó el centro del campo y hasta hubo hinchas que se quedaron mudos, sin gritar el gol, por el miedo escénico que implicó el choque. El partido, criteriosamente, fue suspendido. Migliónico, además de perder el conocimiento, sufrió la despolarización de la membrana y su mente quedó en blanco. "No me acuerdo del gol", dijo después.Entonces, bien a tono con su propia historia y como no podía ser de otra manera, Colón le puso a su fiesta inolvidable el toque de sufrimiento. Ya pasaron cinco años de aquella noche en que el Cementerio colapsó por la furia sabalera. Quizás, por toda el agua que corrió debajo del puente, hoy parezcan más. Porque el "Pelado" Cordera y su Bersuit tienen razón: "El tiempo no para". Colón lo sabe más que nadie.
Darío Pignatadpignata@ellitoral