textos de Nancy Calcaterra.
Desde el año en que falleció mi padre me propongo rescatar historias y vivencias de mis antepasados, que se animaron a dejar su tierra italiana para comenzar un nuevo destino en nuestra Argentina.
Movilizada por el deseo de obtener la ciudadanía italiana y entendiendo que -desde aquel entonces- sólo quedamos mi hermana Alicia y yo de lo que era la gran familia Calcaterra, me propuse homenajear a mis antepasados por línea directa, desde mi bisabuelo don Francisco Calcaterra, el inmigrante primero por línea paterna.>
Había nacido en Cuggiono, Milán, el 22 de febrero de 1858, y así comenzó esta inquietante búsqueda de lo que son mis raíces. Según expresa el pasaporte, mi bisabuelo partió desde Génova contando con tan sólo 24 años. Junto a otras tantas personas y familias emprendieron este gran desafío.>
Como presagio del destino viajó en el mismo barco, el Vittorio Emannuelle, junto a quien después sería mi bisabuela, doña Fiorina Carnaghi. Era una pequeña de 16 años que venía muy apegada a su familia y mi bisabuelo -inundado de tristeza por el desapego de los suyos- se aferró a estas personas, que eran sus coterráneos. Para felicidad de los padres, los hijos de inmigrantes italianos contraían enlace con hijos de amigos o parientes, pues el legado era "preservar la especie".>
Cuggiono, el lugar donde nacieron, era un poblado bonito, situado a poco más de 30 kilómetros al noroeste de Milán, rodeado por los Alpes suizos, que lucen nevados aun en la estiva. En aquellos tiempos, 1880, en aquella campiña con unas pocas casas aisladas podía verse que asomaba imponente una gran parroquia: la St. Giorgio Martire. Era el lugar donde había sido bautizado mi bisabuelo y también contraído enlace sus padres, mis tatarabuelos. Lo que restaba de aquel poblado eran olivos, viñedos, nogales y moreras, entre otras.>
Las posibilidades que ofrecía Latinoamérica para los inmigrantes era el comentario permanente en el Viejo Mundo. De allí, la esperanza en ellos pujaba hacia la Argentina.
Luego de casi 30 días de navegar, arribaron al puerto de Buenos Aires. Con la nostalgia a flor de piel y en busca de una vida más digna, estos italianos se juntaron para decidir un destino común.>
San Carlos, de Santa Fe, fue su primer objetivo. Allí contrajeron enlace, el 23 de diciembre de 1882, Francisco Calcaterra y Fiorina Carnaghi. La fe incondicional en Dios y las fervientes creencias ayudaron a sobrellevar las más adversas circunstancias, a pesar de que nunca lograron borrar de su memoria las imágenes de despedida de los que allá quedaron.>
Permanecieron un tiempo breve en estos lugares y luego el destino fue la localidad de Sastre y Ortiz, ubicada a poco más de 100 kilómetros al suroeste de Santa Fe. Transcurrió el viaje en tren: desde las ventanillas se contemplaba cielo y campo y un paisaje tendido de biznaga, espadaña maicillo y otras malezas que estos diestros italianos -con fortaleza- debían desafiar.>
Araron a mancera, desmontaron, sembraron al voleo y libraron batallas extenuantes contra langostas y alimañas. Ellos necesitaban estar unidos para superar el desasosiego y el terruño y la incertidumbre de sentirse siempre al filo del desalojo.>
Y así surgieron las familias: mi bisabuelos tuvieron once hijos, criados en firmes y coherentes principios: fidelidad a la palabra, respeto por los otros, ser honrado. Éstos eran algunos de los valores que predicaron con el ejemplo y también trasmitieron el sentimiento de unión entre sus integrantes para afianzar su identidad y sus costumbres.>
Cuando mi padre falleció dejó pendiente un deseo: conocer Italia, y yo quise cumplir su sueño. Después de llevar a cabo muchas iniciativas, entre ellas estudiar italiano, me propuse organizar un viaje a Cuggiono. Con los contactos que me facilitó Internet, el año pasado llegamos al pueblo de mis antepasados.
Nuestro viaje -ya que fui acompañada por mi esposo- comenzó con el vuelo entre Buenos Aires y Milán, haciendo estadía en esta magnifica ciudad- capital de la región de Lombardía, para -de allí- programar la ida a Cuggiono. No es tan cierto lo dicho habitualmente que en Europa todo queda cerca. En mi caso, hubo que planificar y ordenar los tiempos ya que salir de Milán tiene sus escollos, y más aún cuando debemos hacer combinaciones y cambio de medios de transporte.>
A pesar de que este viaje tenía como premisa Cuggiono, a su vez lo aprovecharíamos para conocer otros países de Europa, aunque los tiempos también eran factores determinantes. Considerando que en Italia -como en todos los países del primer mundo- son estrictamente puntuales con los horarios, un segundo de demora significa perder un viaje.>
Estuvimos tres días en Milán, de los cuales uno de ellos lo destinamos especialmente a Cuggiono. Desde aquí había organizado este día que para mí sería inolvidable. Y así fue: muy temprano por la mañana tomamos el subte que decía "Stazzione fino a lotto"; allí seguí el programa preestablecido que decía "Proseguire in metropolitana, con gli autobus dell atimon, desviazionne per marcallo, mesero, scendere (descender) in Veruno e prende (toma) combinazione, castaño primo, Cuggiono".>
Todo este trayecto demandó casi tres horas. Considerando que la distancia de Milán era tan sólo 32 kilómetros, el tiempo de viaje fue sumamente extenso. Si a ello agrego la ansiedad que había interrumpido mi sueño la noche anterior, más el cambio horario que demandaba al menos un día de adaptación al lugar, esta osadía me simulaba una película, tal vez un cuento imaginario, o bien un sueño.>
Todo se sucedió muy rápido. Advertí que tenía la necesidad permanente de que los lugares, las palabras y rostros se me grabaran a fuego en mi mente y en mi corazón. Ya en el último tramo, conversé con personas cuyo destino de viaje era Cuggiono. Allí empecé a observar la carga genética aún visible después de mucho más de un siglo.
Los rasgos, los modales, los tonos del lenguaje y aquel dialecto de los abuelos un tanto aggiornado al italiano contemporáneo. Yo sabía que sería casi imposible encontrar parientes directos. La búsqueda se remontaba a alguien que había abandonado el lugar hacía más de 120 años. Pero mi sorpresa fue descubrir que muchos pobladores llevan mi apellido.>
Visité la comuna, donde me obsequiaron una revista con la notizie de la cita. No eran necesarios los planos orientativos de los lugares. La gente -muy solidaria y afectuosa, con la idiosincrasia de los poblados pequeños, donde todos se conocen- nos indicaba cómo llegar a tal o cual lugar. Además caminé por la calle que lleva mi apellido, nombre adjudicado a un ilustre fundador de aquellos tiempos.>
También visité la Iglesia St. Giorgio Martire, majestuosa en sus pinturas, sus naves, y su imponente altar. Allí me dio la sensación de remontarme al año 1800 y ver las imágenes de ellos, en ese lugar históricamente sentido para mí por siempre. Otro lugar muy movilizante fue el cementerio: me impresionaron sus tumbas de miles de presuntos antepasados por sus apellidos y nombres homólogos, con fotos casi idénticas a mis familiares argentinos.>
Ese día transcurrió fugazmente. Creí que no iba a darme cuenta de lo vivido. Era la tarde y debía respetar a rajatablas el horario de regreso, ya que era la única oportunidad del día per retornare a Milano.>
Regresé con una inmensa sensación de nostalgia por dejar este lugar tan soñado y con el recuerdo latente de cuánto habrá sido el sufrimiento de los míos por aquel desarraigo. Sin embargo, tenía la firme convicción de la tarea cumplida y con la esperanza de poder regresar alguna vez. Dejé un saludo silencioso, muy para dentro mío, con lágrimas de homenaje a quienes fueron mis reconocidos y muy queridos bisabuelos.>
De los once hijos, mi abuelo Ángel fue el menor. No conoció a su padre ya que éste falleció de una dolencia cardíaca cuando aquel tan sólo contaba con 2 años y su padre, mi bisabuelo, 47. Mi bisabuela Fiorina crió a sus hijos con mucho sacrificio cumpliendo los roles de madre y padre a la vez, si bien ya los mayores estaban adiestrados en las tareas del campo, toda su vida fue muy difícil.
Fiorina fue seguramente la directora de aquella gran orquesta que fue su familia. Mi abuelo Ángel contrajo enlace con Clorinda Garavaglia. Como era costumbre de la época, 1925, y para felicidad de los padres, las muchachas encontraban marido entre los hijos de las familias amigas o parientes.>
En el año 1926 nació mi papá, Artemio, único hijo, como paradoja de aquellos tiempos. Mis abuelos decidieron para él lo que creyeron mejor: que fuera a estudiar a Rosario, en el Colegio Sagrado Corazón y luego en el Colegio San José. En aquella época era un privilegiado el que tuviera esa posibilidad.>
Y así fue como egresó un brillante perito mercantil con la frase que siempre repetía: "Colegio San José, tres palabras que jamás olvidaré".>
En 1948 a mi papá se le presentó la oportunidad de realizar una experiencia de auxiliar bancario en la casa central del Banco Nación, en Buenos Aires. Para aquel entonces era una irrepetible y desafiante misión y allí empezó a transitar su carrera por la vida bancaria. Trasladado por solicitud personal a su pueblo natal, Sastre, contrajo enlace con mi madre, Alida Ana Bertorello, en 1951.>