Algunas de las pinturas de Benjamín Solari Parravicini, y en particular este óleo que pertenece a la reserva patrimonial del Museo Municipal de Artes Visuales Sor Josefa Díaz y Clucellas, están emparentadas con el arte sacro, con la variante que los seres celestiales tienen en el universo de este controvertido artista, más conocido por sus profecías que por su obra pictórica.
Es sabido que las apariciones "normales" de ángeles, vírgenes y hasta del propio Cristo intentan revelar una verdad e iluminar el camino de un alma que hasta ese momento podría encontrarse desorientada o descarriada. Para poder comprender las variantes del caso Solari Parravicini, debemos adentrarnos en la vida del artista.
Nació el 8 de agosto de 1898 y ya desde su más tierna infancia decía que hablaba con ángeles, hadas y duendes. Su padre, un conocido psiquiatra de la época, preocupado por los amigos invisibles de su hijo, lo sometió a intensivos estudios, que demostraron que no tenía enfermedad alguna. Por entonces el pequeño Benjamín preanunciaba una "guerra que estallaría en el 14", y ésta fue su primera predicción: la Primera Guerra Mundial.
Benjamín era el hijo díscolo de una familia acomodada. Bohemio, mujeriego, amante de la noche y las copas, llevaba una vida disipada e irresponsable, hasta que a los treinta y dos años (según narra Justino, su hermano menor) una noche se le manifestó súbitamente una extraña fuerza. Estuvo recibiendo hasta la mañana siguiente mensajes dictados por esa fuerza que él trascribió desprolijamente en hojas de papel.
Estos estados de trance y de conexión con extraños seres (que tal vez fueran los representados en esta obra) lo llevarían a producir de una manera intensa y casi febril una infinidad de pequeños bocetos que contenían un dibujo a mano alzada que se completaba con abarrotados textos, que él llamaba psicografías.
Sus psicografías hacen referencia a acontecimientos históricos, y están divididas por temas. Las más conocidas, quizás, son la que predijo la caída de las torres gemelas y la del hombre gris que salva a la Argentina. Pero Solari Parravicini tiene otra serie de textos más herméticos y que guardan alguna relación con este óleo titulado "La idea fija".
"El hombre redimido y de propia luz superior en el final de los tiempos, verá al ser del invisible astral, el que rodea y cohabita su casa, protegiendo su destino. Al ángel que con él habló telepáticamente, revelándole los misterios al llegar. Será así el comenzar del amor.
"El ángel vengador matará a la bestia atándola por mil años.
"Llega ya el reino. Clarinadas estrepitosas corren el ámbito sideral. El ángel del peremne bien bajará del cenit sobre la tierra de la nueva florescencia y ordenará: desciendan los mares. Cesen los vientos. Terminen los fuegos. Acabe la muerte y con el brillar del sol en soles el mar descenderá, el viento cesará, el fuego apagará y la muerte callará. Brotarán entonces los campos. El pájaro regresará a la rama. El hombre feliz tornará al canto y la muerte será en su santo deber. Es el reino en vosotros, agregará el ángel... y en la breña de tierra santa, un labio puro exclamará: Amor".
Para realizar sus psicografías Solari Parravicini entraba en estado de trance, se le daban vuelta los ojos y tenía leves convulsiones. Recuerda Pedro Romaniuk, uno de sus discípulos: "Siempre se tomaba su copita de jerez, rezaba varios padrenuestros y avemarías y después los ojos se le daban vuelta para arriba y comenzaba a hablar con voz pausada y gruesa".
En "La idea fija" aparece un símbolo ubicado sobre la cabeza de un ser cíclope que no tiene boca. Este pentagrama representa, en la simbología religiosa universal, los cuatro elementos: la tierra, el viento, el fuego y el agua unidos por una fuerte presencia espiritual.
El ser cíclope tiene sus manos extendidas hacia adelante y encadenadas con un enorme candado, sugiriendo quizás, la existencia de algún mandato superior que le impide participar activamente en los problemas de la tierra, sólo puede limitarse a mirar...
Aparece flanqueado por dos seres alados de raza y sexualidad diferentes, en una clara alusión al bien y al mal.
La ausencia de boca en el cíclope angelical tiene una directa relación con relatos en donde Solari Parravicini dejaba claro que estos seres se comunicaban en forma telepática con él. El ojo que todo lo ve, que nos ve a todos, es el punto central del cuadro y el foco de atracción que nos distrae de lo demás. ¿Acaso es agua lo que está por debajo o sólo son nubes?
La infinidad de extraños acontecimientos en la vida de Solari Parravicini es lo que nutren su obra y la transforma en objeto de reflexión. Un ejemplo válido es el momento en que muere su padre. Ya en su lecho de muerte y luego de toda una vida de no haberlo comprendido le dice: "Hijo mío, tenías razón en todo lo que decías...". Y le describe tan detalladamente el lugar adonde estaba llegando en su agonía que luego Benjamín pinta un cuadro usando esa descripción.
Pueden tejerse muchas conjeturas en torno de la obra de Solari Parravicini. La magia de la ambigüedad y el misterio impregnan tanto sus trazos como sus palabras. ¿Por qué habrá decidido donar este óleo el 19 de setiembre de 1945, a un museo santafesino?
La excelente colección del Museo Municipal Sor Josefa Díaz y Clucellas revela las búsquedas que algunos de los autores más destacados del país se han planteado a lo largo de su vida. De allí, el valor de las obras que atesora.
Luego de un largo período de total desprecio e ignorancia del acervo de nuestros museos por parte de funcionarios políticos con responsabilidades en el área de cultura, quizás sea tiempo de revalorizar, investigar, exhumar, sacar a la luz ese patrimonio que, como este óleo casi desconocido de Parravicini, permanece oculto para la mayoría, pero que continua latiendo, inalterable, invariable, como una "idea fija".
Leo Scheffer