Autor de dos novelas ineludibles: "La tierra purpúrea" y "Allá lejos y hace tiempo"; de por lo menos dos cuentos antológicos: "Marta Riquelme" y "El ombú", y de extraordinarios libros de naturalismo (entre ellos el deslumbrante "Días de ocio en la Patagonia"), William Henry Hudson, o Guillermo Enrique Hudson, es un autor cuyo valor no ha sido acompañado por esa imponderable suma de elementos que construyen ese fenómeno que llamamos "fama" (y que Borges menospreció: "La gloria que acaba por ajar la rosa que venera"). Aún hoy Hudson carece de la difusión que merece, a pesar de las exaltadas páginas que, aparte de Borges, le dedicó, entre otros, Ezequiel Martínez Estrada, aunque al parecer con numerosas inexactitudes en los datos biográficos, entre ellas el lugar común que se estableció sobre un Hudson que al radicarse en Inglaterra se transformaría en un gaucho melancólico y nostálgico.
En 1966, Alicia Jurado obtuvo la beca Guggenheim para escribir una biografía sobre Hudson. Investigó durante un año y realizó cinco viajes a Inglaterra para recorrer "los caminos de Hudson". El resultado es una atrapante "Vida y obra de Hudson" que sigue pormenorizadamente los años de formación, de lucha y de éxito del autor de "El libro de un naturalista".
De su infancia, el propio Hudson habló singularmente en "Allá lejos y hace tiempo". Vale agregar que su familia paterna venía del condado de Devon, en Inglaterra, y que sus abuelos vivieron en Clyst Hyden, cerca de Exeter. El padre de William Henry Hudson nació en Massachusetts; la madre, en Maine, Estados Unidos. No se conocen las razones por las cuales esta pareja, unos años después de casarse emigró a la Argentina. El hecho es que al llegar, y contando con algunos medios, se establecieron en Quilmes, en un campo chico llamado "Los Veinticinco Ombúes". Allí nació William Henry en 1841.
"En el hogar de los Hudson -cuenta Jurado-, bajo la tutela de la madre, puritana y diligente, vivían con costumbres ajenas a las criollas. Se desayunaban con café con leche, huevos, costillas de cordero, tortas de maíz servidas con almíbar; a la hora del almuerzo comían carne, verduras y ensaladas, con tartas y budines de postre; a la tarde bebían té acompañado de pan, scones y dulce; por la noche, la comida era fría y más ligera, a base de cordero, algún ave, ensaladas de papas y cebollas y los célebres pickles de durazno que tanto le gustaron a don Ventura Gutiérrez... Daniel Hudson [el padre] estaba orgulloso de las papas que cultivaba y solía colocar las más grandes sobre la repisa de la chimenea del comedor, una vez lavadas, para comparar su peso con el de las que obtenían sus vecinos ingleses, ya que los criollos de aquel tiempo ni las sembraban ni las comían.
"El alimento espiritual era igualmente europeo y austero en alto grado: en la biblioteca casi no había novelas. La primera de ellas que dice haber leído Hudson es `Tristram Shandy', de Lawrence Sterne, ese laberinto de digresiones, que difícilmente podríamos considerar una novela típica. Las `Confesiones' de San Agustín, la `Revolución Francesa' de Carlyle o el `Decline and Fall of the Roman Empire' de Gibbon, fueron el entretenimiento de aquellos adolescentes atrincherados en el pequeño, patético baluarte de civilización en medio de la pampa bárbara... Pero es preciso tener muy en cuenta esta biblioteca, formada por autores del siglo XVIII y transportada casi por milagro a tierra de indios y de montoneros, porque ella es el vínculo con la cultura occidental que inicia a Hudson y le permitirá ser, más adelante, escritor y naturalista".
Su padre era rosista: "Como muchos ingleses de la época; comerciantes todos ellos, el tirano representaba para la colonia inglesa el gobierno fuerte que imponía orden y permitía el desenvolvimiento de sus negocios al margen de las agitaciones políticas. Los chicos miraban al restaurador con temor y reverencia, sabiendo que `tenía poder ilimitado sobre vida y fortuna de todos los hombres y era terrible en su ira contra los que proceden mal, especialmente aquellos que se rebelaban contra su autoridad"'.
A punto de cumplir quince años, Hudson viaja a Buenos Aires y cae enfermo de tifus. Es el fin del paraíso vivido en la infancia. La debilidad física y la angustia caen sobre él, aparte del fracaso económico del padre y la muerte de la madre. Sobrevienen años oscuros, en los que vagabundea, interesándose especialmente en el estudio de las aves.
Llega a la Patagonia y escribe su "Idle days in Patagonia": "Para mí nada hay en la vida tan deleitable como esa sensación de alivio, evasión y libertad absoluta que uno experimenta en medio de una vasta soledad, donde acaso el hombre no estuvo nunca o al menos no dejó huella alguna de su existencia".
Luego regresa a Buenos Aires, y en los últimos años que pasó en la Argentina, fueron muchas sus andanzas, visitando y trabajando en estancias, siempre atento a la naturaleza, e incluso haciendo excavaciones con fines arqueológicos a orillas del arroyo Conchitas.
A los treinta y tres años parte hacia Inglaterra. También en esta situación, el motivo es un enigma. Se adujo un amor imposible o frustrado, o una situación económica indigente; Jurado prefiere considerar que fue el instinto de volver a la tierra de origen que "es tan poderoso en el inglés hasta la tercera o cuarta generación, que no me parece necesario indagar más para entender este viaje". Pero justamente plantea a la vez: "¿Por qué home es Inglaterra y no los Estados Unidos, país de los padres?". Quizás sus padres no se sentían norteamericanos, "pero supongo que el motivo está en la mayor sugestión que ejercen los viejos países, el prestigio de las antiguas culturas y, sobre todo, la influencia poderosa de la literatura inglesa sobre el niño y el adolescente".
Ya no regresaría a nuestras tierras. Sin embargo, escribiría mucho sobre ellas, y a pesar de hacerlo en inglés (un inglés ajustado y preciso -no en vano Hudson fue amigo de Conrad, Ford Madox Ford y Cunninghame Graham) es innegable el lugar de privilegio que justicieramente le corresponde ocupar en nuestra literatura.
Editado originalmente por el Fondo Nacional de las Artes en 1971, ahora "Vida y obra de W.H. Hudson" ha sido cuidadosamente reeditado por Letemendia.