Comenta Eduardo R. Bernal que a pocos días de la primavera del año 1931, Carlos Gardel grabó el tango de Rial y Barbieri "Preparate pa'l domingo" en el que asoma el término "yeta" (mala suerte), expresión que no aparece registrada en ninguno de los primeros léxicos sobre el habla popular de Buenos Aires que se publicaron a fines del siglo XIX, ni en la literatura popular de esa época. Se registra recién en 1915 en algunas publicaciones costumbristas, v.gr., en "Los diálogos de compadritos" escritos por Ángel Villoldo en la revista Fray Mocho. Pudiendo suponerse que tal término pudo haber entrado en la parla arrabalera en los primeros años del siglo XX, y que "Jettatore", el título de una obra de Gregorio de Laferrere Äestrenada por la compañía de Jerónimo Podestá en el Teatro de la Comedia el 30 de mayo de 1904 (con la asistencia del presidente de la Nación, general Julio Argentino Roca, y un público que no era asiduo concurrente a las funciones de compañías nacionales)Ä, haya colaborado a su difusión, dada la importancia que tuvo el teatro popular en la divulgación de los términos propios del lunfardo.
Afirmando que se originó como una suerte de aféresis de la voz dialectal meridional italiana incorporada ya al italiano general "jettatura" (mal de ojo; influjo maléfico). En tanto que un "jettatore" sería una persona de mal agüero que con su presencia, aún sin saberlo, produce daño a los demás (hoy diríamos, un tipo de "mala onda"). De allí, concluye, que fueron esas voces de la lengua italiana las que originaron a la voz "yeta" y todos sus derivados: enyetar, yetadura, etc., éstos sí auténticos lunfardismos.
Pero volvamos a esta obra de Laferrere. Se la suele caracterizar como un vodevil en el que se ridiculiza a aquellos que daban crédito a una creencia supersticiosa muy arraigada en el Buenos Aires de entonces: que algunos individuos podrían ser portadores Äy difusoresÄ de la jettatura, afectando a los demás. Pero a la vez constituye una convincente demostración de los efectos contundentes de un plan maquiavélico traducido en una calumnia bien orquestada. Su éxito fue rotundo, es considerada como un clásico literario y continúa siendo representada.
Todo lo cual no es de extrañar, pues en verdad su atractivo no reside en su pretendida comicidad (por cierto patética), sino en su morbosidad, pues si bien su trama parece ingenua, "muestra" algunos de los temperamentos más deleznables del hombre y ciertas psicopatologías. Lo cual es fácil de advertir.
Don Lucas, un tonto inofensivo que se creía "casadero" por su posición económica (y que, merced a las malas artes de sus rivales, termina ingenuamente creyéndose dotado de dones especiales: "fluidos" y "poderes telepáticos"), pretende a Lucía por esposa. Esta última y su primo Carlos, con la complicidad de Enrique (un farsante muy convincente que finge ser médico "telepático"), urden hacer pasar a Don Lucas por "jettatore" para desbaratar sus intentos matrimoniales, desprestigiándolo maliciosamente a tal fin. Y mediante tal conspiración, lo logran con creces. Convencen (sugestionan) a todos de ello, generando con su complot una suerte de neurosis familiar delirante, de la cual los más afectados son doña Carmen (la madre de Lucía), Ángela Änovia tonta del supersticioso PepitoÄ y Benito, un criado gallego a quien, con un claro matiz peyorativo y discriminatorio, se lo presenta como un inmigrante "torpe" Ädel orden de los "organismos groseros"Ä que vive en una "pocilga de conventillo". El único personaje que aparenta mantener algo de cordura (escepticismo) es don Juan, el padre de Lucía, pero más allá de sus enojos, no sabe apelar a un diálogo racional para intentar poner orden a este desquicio.
Finalmente, víctima de esta intriga, don Lucas abdica de su pretensión y se retira confuso. Sin beneficio cierto para nadie. Ni siquiera para Carlos, pues su intención no era ayudar a Lucía, sino lograr su deseo voraz de poseerla. Lucía, en medio de la inicial extorsión afectiva de Carlos, destinada a expulsar a don Lucas, había dicho quererlo. Pero cuando más adelante Carlos intenta besarla, Lucía se niega rotundamente ("íNo, Carlos, no! íDéjame! íMe haces daño"). Carlos la besa a la fuerza Ähoy lo denominaríamos como un típico caso de acoso o abuso sexualÄ, y la aparición de Leonor evita un mayor dramatismo.
Pero con un beneficio psicopatológico para Lucía: Don Lucas, no; Carlos, tampoco. En el pleno sentido técnico del término (neurosis de carácter en la que priman elementos de angustia de castración, siendo la represión de la libido su característica esencial: la insatisfacción de la pulsión de vida es su deseo y su goce), su histeria queda a salvo. ¿Y el amor? En esta obra y en todo su contenido, ausente. Pero tal vez lo más lamentable sea que, a diario y en la vida real, muchas personas se comporten como Carlos, Enrique y/o Lucía.