CON LA MUERTE DE JORGE PRELORÁN

El cine documental se quedó huérfano

Entendió al cine como un arte para atrapar la esencia de las personas, un rasgo que definió la obra del documentalista que falleció el sábado pasado.

DE LA REDACCIÓN DE EL LITORAL

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TÉLAM

La reciente muerte de Jorge Prelorán significa una gran pérdida para el cine documental argentino, ya que lo deja huérfano de uno de sus grandes maestros y precursores, un artista que legó una valiosa obra marcada por el carácter humanitario y antropológico de lo que él mismo denominaba “etnografías” o “documentos humanos”.

Realizador solitario, con residencia en los Estados Unidos, donde falleció el último sábado y era docente universitario, Prelorán pensaba que al documentar la vida de ciertas personas podía lograr “un testimonio de ese acercamiento y ese cruce de dos humanidades, donde queden claros el amor y el cariño por el otro”.

Justamente, el encuentro íntimo y enriquecedor entre seres humanos -más allá de su raza, religión o condición social- y el uso del cine como un arte para atrapar la esencia de las personas que entrevistaba son los rasgos que mejor definen a la obra de Prelorán.

“Hermógenes Cayo” (1965-1968), “Medardo Pantoja” (1969), “Cochengo Miranda” (1973) y “Mi tía Nora” (1982) son algunas de sus obras más importantes, que poseen “el sabor de un documento unipersonal que tiene que ver con conocer íntima y profundamente a alguien y, a través de él, descubrir su realidad cultural, social y regional”, afirmó hace unos años en una entrevista con Télam.

“Se trata de documentos humanos que no se proponen demostrar nada. Es como si el personaje y yo fuéramos hermanos, seres que comparten una misma humanidad, y eso es lo único que muestro: el acercamiento de dos personas para entender mejor al ser humano”, había explicado.

VOCACIÓN

Nacido en Buenos Aires en 1933, y autor de más de 60 cortos, medios y largometrajes documentales y de ficción, Prelorán descubrió su pasión por el cine en 1952, de manera fortuita, cuando realizó un viaje a Río Negro y conoció a un joven que hacía películas.

Con la intención de estudiar arquitectura, Prelorán viajó en 1955 a los Estados Unidos, pero al terminar el primer semestre de sus estudios, dejó la carrera y ese mismo día partió hacia San Francisco, donde gastó todo su dinero -unos 300 dólares- en la compra de una pequeña cámara a cuerda de 16 milímetros. “El cine es para mí una especie de vocación desmedida, una pasión casi obsesiva”, señaló el realizador, que en 1958 fue reclutado por el ejército estadounidense y enviado a Berlín, en plena Guerra Fría.

“Durante mi estadía en Alemania filmé una nueva película con un bailarín y al regresar a Estados Unidos me metí en la Universidad de California para estudiar cine, donde aprendí las técnicas y empecé a filmar con cierta dedicación”, había recordado el autor, cuya tesis fue un corto llamado “Muerte no seas orgullosa”.

Esa película, que mostraba a un soldado que huía de una batalla y luego moría alcanzado por un disparo, lo ayudó a darse cuenta del estilo cinematográfico que, desde entonces, iba a comenzar a transitar en sus demás filmes.

“La verdad del cine documental es innegable y a través de él podés llegar a revelar la intimidad de un personaje. Lo ideal es transformar la narración en algo invisible, transparente, que establezca una comunicación directa entre el personaje y el espectador”, había dicho.

Luego de hacer su tesis universitaria, Prelorán viajó a Nueva York para entrevistarse con un millonario que le encargó hacer una película sobre el gaucho argentino: “Recorrí el país un año y medio y fue un descubrimiento maravilloso. Filmé mucho y al final terminé haciendo tres películas de una hora”, señaló.

El vínculo con la universidad le fue muy provechoso, ya que filmó 36 películas cortas que le sirvieron como entrenamiento para desacartonar al documental, que “antes era frío, distante, con un guión escrito de antemano y con una locución muy afectada que no tenía nada que ver con lo que se veía”.

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Autor de más de 60 cortos, medio y largometrajes documentales y de ficción.

Foto: Agencia Télam