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El inventor argentino Eduardo Fernández, junto a sus alumnos de la Escuela Argentina de Inventores.
Inventores del futuro
La Escuela Argentina de Inventores es un proyecto pedagógico único en el mundo, que estimula a niños y adolescentes a desarrollar un pensamiento inventivo. De sus aulas han surgido curiosos inventos, muchos de los cuales se comercializan con gran éxito. TEXTOS. CARLOS WERD. FOTOS. EFE REPORTAJES.
No se trata de un personaje extravagante ni despistado, calificativos que el imaginario colectivo bien podría atribuir a un inventor, aunque lleve “el laboratorio puesto”, como suele decir, por su innata capacidad para detectar y convertir problemas técnicos en oportunidades comerciales. Eduardo Fernández nació en Buenos Aires en 1954 y desde hace 20 años dirige la Escuela Argentina de Inventores, un proyecto único en el mundo y por cuyas aulas han desfilado más de 700 alumnos.
Desde hace tiempo empresario de sus propios inventos, Fernández se empeña en aclarar que su iniciativa no está relacionada con un club de ciencias ni con un taller de manualidades, artes u oficios, sino que la propuesta apunta a convertirse en un nuevo paradigma pedagógico que desafía y cuestiona a muchos de los supuestos y modelos creativos vigentes en el mundo.
PENSAMIENTO INVENTIVO
Eduardo Fernández explica que la intención no es “enseñar a inventar”, sino estimular a los alumnos a que desarrollen un “pensamiento inventivo”, al que define como el “corazón del mecanismo de supervivencia” que ha permitido a la humanidad evolucionar y desarrollarse hasta estos días.
“Todo se originó en 1980, cuando organicé un taller de Heurística (el arte de la invención) fuera del horario de clases en el colegio secundario de la provincia de Buenos Aires en el que trabajaba”, recuerda Fernández.
“Durante las clases se planteaban problemas técnicos específicos y se discutían las estrategias y opciones para resolverlos. Se dibujaba, se modelaba y se probaban los resultados. Casi diez años después sistematicé este modelo pedagógico y así le di forma a la iniciativa”, añade.
En ese momento ingresó en el proyecto Mariana Biro, hija del húngaro nacionalizado argentino Ladislao Biro, el creador del bolígrafo, quien ofreció las aulas de su institución para que los sábados comenzaran las clases de la Escuela Argentina de Inventores.
Desde entonces, niños y adolescentes de entre 6 y 16 años, un 80 por ciento de varones y un 20 por ciento de mujeres, han seguido las consignas planteadas por Fernández y su equipo de colaboradores. “Los más destacados han demostrado ser altamente curiosos y creativos, independientes, sensibles e inconformistas con lo ya establecido, además de tener facilidad para dibujar y expresarse de forma oral y escrita, aunque al mismo tiempo han evidenciado dificultades para adaptarse a la escuela tradicional”, precisa el inventor a la hora de detallar el perfil de sus alumnos.
DESARMAR NO ES ROMPER
En la escuela de los inventos, las clases comienzan con una ronda en la que el “facilitador”, que coordina las actividades, establece durante 20 minutos un puñado de consignas básicas: “donde hay un problema hay una oportunidad de cambio positivo”, “el mejor invento es el próximo”, “inventar es resolverle problemas a la gente”, “los inventores generan trabajo” y “desarmar no es romper”, entre otras.
En las siguientes dos horas se estimula a los alumnos a que desarmen aparatos tan distintos como televisores, ventiladores, impresoras u ordenadores, con una simple explicación previa -cuando preguntan- de cómo funcionan y para qué sirven sus mecanismos. “Ahí se invita a que los mejoren o a que inventen a partir de ellos”, comenta Fernández antes de explicar que las clases no concluyen hasta que los alumnos presentan y discuten con sus pares lo que han ideado.
Si bien la metodología y el ambiente es el mismo para todos los jóvenes, los más avanzados tienen la posibilidad de usar ordenadores para diseñar sus proyectos, de entrevistarse con inventores profesionales, o bien de visitar la Oficina Nacional de Patentes.
Los alumnos no reciben títulos ni certificados al concluir el curso, pero en el “Día Nacional del Inventor”, que se celebra cada 29 de septiembre en homenaje al nacimiento de Ladislao Biro, se les entregan libros, diplomas y trofeos.
“En esa jornada también reciben menciones de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI, con sede en Ginebra), que nos brinda su apoyo”, cuenta quien además presidió durante once años la Asociación Argentina de Inventores.
Orgullo nacional
Eduardo Fernández no se cansa de hablar de sus alumnos y su rostro se impregna de orgullo cuando se hace una puntualización sobre alguno de ellos o al enumerar los inventos que han surgido en las aulas de la institución.
Esforzándose para no olvidar alguno, menciona un alicate que guarda las uñas una vez cortadas, zapatillas lumínicas, una tijera sin punta que corta hacia atrás, un paraguas inflable, un soporte magnético para micrófonos, una puerta de seguridad para ambulancias, un prolongador para aerosoles y un parachoques hidráulico para automóviles.
Claro que él no les va en zaga a sus alumnos en materia de inventos, muchos de los cuales comercializa con gran suceso, como un aparato para descorchar bebidas espumosas, un tensor de alambre de uso rural y urbano, una máquina para pelar cebollas y otra para cosechar turba, un cesto papelero anti-vandalismo, un instrumento múltiple de geometría, un sistema para micro-dosis de medicamentos y un proceso para partir nueces a escala industrial.
“Aunque desde hace tiempo se reconoce que está en la naturaleza humana el aprender creativamente, en las escuelas tradicionales se insiste con la enseñanza a través de la autoridad, las jerarquías, la memorización, los programas, los contenidos y las divisiones por género y edad” -opina Fernández-. Ahora sabemos que ésa no es la mejor manera de aprender; que se aprende mucho más y de manera más perdurable a través del desarrollo de la propia creatividad, haciendo preguntas, experimentando, explorando y probando nuevas ideas”.
Ya lo decía el matemático, físico, astrónomo e inventor italiano Galileo Galilei: “No puedes enseñar nada a una persona; sólo puedes ayudarla a que lo encuentre dentro de sí misma”.
ARGENTINOS CREATIVOS
Si bien se niega a asegurar que los argentinos tengan una creatividad superior al promedio de los ciudadanos de otros países, Eduardo Fernández subraya que la evidencia histórica demuestra que en Argentina hay un número “desproporcionado” de grandes inventores.
“Pese a ser un país joven y con graves problemas socioeconómicos, Argentina está en el decimocuarto puesto a nivel mundial en relación a la cantidad de inventores por número de habitantes. En la actualidad, y por mucha diferencia, el país genera muchas más patentes que otros con mayor población y economías más grandes, como Brasil, México o España”, detalla.
“Incluso, en Argentina, el 40 por ciento de las patentes locales corresponde a inventores independientes, contra el 15 por ciento en España, el 5 por ciento en Brasil y el 2 por ciento en México”, concluye con rigor estadístico.
El descorchador de cava, invento de Eduardo Fernández, director de la Escuela Argentina de Inventores.
“Los más destacados han demostrado ser altamente curiosos y creativos, independientes, sensibles e inconformistas con lo ya establecido, además de tener facilidad para dibujar y expresarse de forma oral y escrita, aunque al mismo tiempo han evidenciado dificultades para adaptarse a la escuela tradicional”.
Eduardo Fernández, inventor
ENTRELÍNEAS
Detalle del invento del sujetador de cordeles.
HECHO EN ARGENTINA
Además del sabroso dulce de leche, cuya autoría argentina algunos discuten, del ya mencionado bolígrafo y de la técnica quirúrgica conocida como “bypass”, creada por el fallecido cardiocirujano René Favaloro, éstos son otros de los inventos “made in Argentina”:
- Nuevo control de navegación para aeróstatos (Miguel Colombise, 1810).
- Máquina hiladora (Andrés Tejada, 1813).
- Herramientas metalúrgicas, arneses y batanes para el Ejército de San Martín (Fray Luis Beltrán, 1813).
- Nuevo tipo de aerostato (Elías O’Donell, 1876).
- Sistema de identificación de huellas digitales (Juan Vucetich, 1891).
- Instrumentos para la transfusión sanguínea (Luis Agote, 1914).
- Primer helicóptero eficaz en la historia de la aviación (Raúl Pateras de Pescara, 1916).
- Tecnología para los dibujos animados (Quirino Cristiani, 1917).
- Sistema de navegación nocturno de aviones y guías para bombarderos (Vicente Almandos Almonacid, 1925).
- Ómnibus (Angel Di Césare y Alejandro Castelvi, 1928).
- Amortiguador hidroneumático (Francisco Avolio, 1929).
- Separador intercostal a cremallera (Enrique Finochietto, 1930).
- Secador de pisos de una sola pieza (José Fandi, 1953).
- Tapa a rosca degollable (Jorge Weber, 1968).
- Motor pendular de combustión interna (Eduardo Taurozzi, 1970).
- Plano sonoro (Juan Bertagni, 1970).
- Soporte fijo para marcapasos (Francisco De Pedro, 1979).
- Semáforo para ciegos (Mario Dávila, 1983).
- Jeringa auto-descartable y capuchón de seguridad para agujas hipodérmicas (Carlos Arcusín, 1989).
- Camilla automática para emergencias (Claudio Blotta, 1994).
Otro invento de Fernández: el cesto papelero anti-vandalismo.