etcétera. toco y me voy
etcétera. toco y me voy
De fuentones, geles y aerosoles
Con ciudades y gente al borde (del lado del adentro) del pánico, salen a la luz una serie de salvavidas mágicos, tablas a las que aferrarse en medio del naufragio. Antes de que estornudes o tosas, desenfundaré primero mi súper aerosol y te rociaré, Ramírez. TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI.
Al final, estoy confundido: tanta propaganda al germen de trigo y ahora todo lo que tenga germen de algo es peligroso. Ya no sé en qué sociedad de consumo confiar, carajo. Antes, para esta época del año, la nona inundaba su cocina y toda la casa con eucaliptos: fuentones de eucaliptos largando su particular vaho. Te regalo el nebulizador.
La nona tenía un fuentón azul enlozado (a su vez pesada e inapelable arma letal contra ladrones o abuelos en pedo) apenas más pequeño que la bañadera -para el diccionario-, bañera -para todo el mundo- de hierro. Y como la bañera, lo llenaba de agua caliente y de hojas, ramas y frutos de eucaliptos, que estaban disponibles y gratis los 365 días del año en los laterales de la cancha de fútbol.
De ese fuentón azul salía una baranda a eucaliptos que destapaba hasta las cañerías. De ahí salías respirando sí o sí oxígeno puro, destapadas para todo el invierno las vías respiratorias porque en tu afán de salvarte de una muerte segura -nadie puede respirar esa cosa mucho tiempo, menos si la abuela te zambullía con mano segura dentro mismo del fuentón-, sentías inmediato alivio y querías salir a correr por el campo. Lo cual era lógico: toda la casa olía a eucalipto y el sistema, más que de mascarilla localizada, funcionaba como un gran sauna del que nadie ni nada, germen incluido, podía escapar.
Desconozco técnicamente hablando las propiedades del eucalipto, pero algo debe tener porque con variaciones todavía te lo ofrecen como la panacea. En cambio, la nona algo de resfríos, gripes y gérmenes sabía porque ninguno de los tres -resfríos, gripes y gérmenes- se asomaba de nuevo por su reino hasta mayo o junio del año próximo.
Ahora, en vez del fuentón azul enlozado, masivo, en todas las casas hay un nebulizador (hijo de Nabucodonosor) y dentro de él se colocan productos que te venden en una farmacia. Y hay una coqueta máscara personalizada y el acto de nebulizarte (hay que ver como estos engripados tiempos generan nuevos verbos) es como casi todo ahora: personal, privado, no común ni compartido.
Y de paso te preparan para el uso de una mascarilla que filtre aire y te separe del mundo contaminado o impide que contamines el mundo. Entre el mundo y vos, no debe existir interacción. Todo muy lindo, mis chiquitos.
Otro remedio brutal era la almohadilla de alcanfor. ¡Pobres criaturas del mundo, oliendo a esa cosa espantosa, sin redención posible! ¡Cómo se te iba a acercar un germen o un virus, si ni tus compañeritos de curso venían a la fiesta de tu cumpleaños con el irremediable olor a alcanfor que te salía del mismísimo pecho! Ahora, como los ungüentos de la nona, también te venden una cremita para el pecho, con un olor a ¡eucalipto! -adivinaron- y está el amoroso gesto de cuidado materno que viene desde el fondo de los tiempos: unos capos estos tipos, los de los laboratorios y multinacionales.
El otro cuidado tenía que ver con la higiene: la nona no tenía ni idea de qué cosa era el socialismo, pero por ella y por su áspero jabón en pan pasaban sin distinción de clases todos los integrantes de la familia incluido el nono -un patriarca que mandaba sobre todo y todos, menos en unas pocas ocasiones especiales, y esta era una, en que no cedía sino que le era arrebatado el poder central por su señora esposa- y a nadie se le ocurría reclamar un gel personal.
Con el té, lo mismo: té con limón para el resfriado, hectolitros de té con limón recién cortado de la planta en el tazón grande, apenas más pequeño que la bañera y el fuentón azul, enlozado. Los laboratorios, que todo lo pueden y saben, también te venden tecitos de algo que huele a miel y limón. Uno de estos días, el nombre de fantasía de estos medicamentos pseudo naturales será “delanonarec”, “abuelac” o algo parecido, para reforzar no tanto tus defensas sino la ligazón con la sabia abuela original.
Por otra parte, nadie iba a detectar que te faltaba vitamina C o que necesitabas por lo mismo refuerzos especiales: por entonces éramos una bullanguera banda que comía -gratis también- una docena de naranjas por día, por lo menos y todo no pasaba de una diarrea. Sobraba vitamina C.
En cambio, vamos hacia esa sociedad en que en la cartera de la dama deben convivir tres aerosoles -el antitranspirante, el de gas paralizante para los choros y el de matar los gérmenes-, geles varios, barbijos y guantes de repuesto. Uno puede entender que son otros tiempos, los gérmenes mutan y se perfeccionan y la nona ahora es una multinacional con sede en algún país del primer mundo y que cuida nuestra salud buenamente. Como siempre, sólo se trata de sumar cuidados personales y del círculo íntimo. Y no delegar en nadie esos cuidados esenciales. Ahora bien: ¿para qué corno servía el alcanfor?