La rebelión de los hacendados del sur
La rebelión de los hacendados del sur
Rogelio Alaniz
El 29 de octubre de 1839 un grupo de estancieros del sur de la provincia de Buenos Aires se reúne en la localidad de Dolores y lanza una proclama contra el orden rosista. “Viva la libertad. Abajo el tirano Rosas” escriben los rebeldes. Entre los estancieros se destacan Pedro Castelli, hijo del prócer, y el francés Ambrosio Cramer.
El llamado “grito de Dolores” adquirió entidad histórica propia, incluso superior a su real trascendencia, ya que una semana después los sublevados eran derrotado en las inmediaciones de Chascomús y sus principales jefes eran encarcelados o ejecutados. Es probable que el contenido libertario de sus proclamas hayan contribuido a su fama posterior, aunque como se intentará demostrar, los móviles de los dirigentes eran más económicos que libertarios.
La rebelión de los “Libres del Sur” al primero que sorprendió fue a Juan Manuel de Rosas, a quien su edecán despertó de su habitual siesta para comunicarle la mala noticia. En realidad, el Restaurador estaba al tanto de los preparativos de la rebelión gracias a las infidencias de un soldado desertor de Lavalle. Pero cuando la noticia fue confirmada, manifestó su pesar porque no terminaba de entender cómo era posible que los estancieros del sur, muchos de ellos grandes amigos con los que había compartido la colonización de tierras en los años duros, ahora se levantasen en su contra.
De todos modos, Rosas no era un sentimental. Por eso, pasado el mal rato, ordenó a su hermano Prudencio y a los oficiales Vicente González y Nicolás Granado, que procedieran a reprimir a los díscolos. Una semana después, la misión estaba cumplida. Su principal dirigente, Pedro Castelli, había sido capturado y su cabeza colgaba de una pica a la entrada de Dolores para que en el futuro los traidores supieran a qué atenerse.
Los otros cabecillas se exiliaron o pidieron disculpas. Uno de ellos fue el propio hermano de Rosas, Gervasio, quien se había comprometido a último momento con la rebelión. La leyenda cuenta que Juan Manuel dijo públicamente que su hermano era un “hijo de p.”. Lo dijo sin medir las consecuencias, porque al otro día se hizo presente en su despacho la única persona a la que el Restaurador temía y respetaba: Doña Agustina López y Osornio, su madre, Cuentan los testigos, que mudos de asombro vieron cómo el temible Juan Manuel se ponía de rodillas y le pedía perdón a la mujer que lo había educado con afectos y rebencazos.
¿Por qué se alzaron en armas los estancieros del sur? No hay una exclusiva respuesta a este interrogante. En principio, el bloqueo francés iniciado meses atrás los perjudicaba económicamente. Los grandes terratenientes bonaerenses eran muy federales siempre y cuando soplaran buenos vientos. Cuando llegaron los tiempos duros, no demoraron demasiado en cambiarse de bando.
Por su parte, se sabe que Rosas ganaba adhesiones y castigaba infidelidades repartiendo o quitando tierras. Como consecuencia de la crisis promovida por el bloqueo francés, una de las medidas tomadas por el gobierno fue la de empezar a revisar los contratos de las tierras entregadas en enfiteusis, la figura jurídica creada por Rivadavia para promover el desarrollo agrícola y que fue asimilada por los terratenientes porteños, incluido el propio Rosas, para acaparar tierras públicas sin pagar un peso o pagando monedas.
Pues bien, cuando como consecuencia del bloqueo se achicaron los ingresos de esa suerte de prototipo de Estado que erae el régimen rosista, una de las medidas alternativas fue aumentar el canon. Los estancieros, por supuesto, pusieron el grito en el cielo, y los más rebeldes se alzaron en armas.
La rebelión del sur estaba conectada con una serie de levantamientos promovidos ese año bajo la mirada interesada de la diplomacia francesa. Castelli estaba conectado con la Comisión Argentina en Montevideo integrada por unitarios y federales antirrosistas, y por ese camino estaba informado de la movilización de tropas dirigidas por el general Lavalle.
Según se sabe, Lavalle tenía pensado desembarcar con sus hombres en Ensenada. La rebelión de los hacendados se articularía con ese desembarco que a su vez contaría con el apoyo de las tropas que en las afueras de Buenos Aires iba a liderar Ramón Maza. Nada de eso ocurrió. Lavalle no desembarcó en Buenos Aires, y recién en 1840 intentaria avanzar hacia la ciudad porteña desde Entre Ríos. Por su parte, los Maza fueron ejecutados por órdenes directas o indirectas de Rosas.
Los promotores e ideólogos de esta conspiración fueron los jóvenes intelectuales de la Asociación de Mayo. Ellos, con Alberdi a la cabeza, negociaron con los franceses, redactaron el programa, aseguraron el financiamiento de las tropas de Lavalle, apalabraron al coronel Ramón Maza y entusiasmaron a Castelli y a Cramer en una célebre reunión en la estancia de Ezeiza. Como si eso fuera poco, un afiliado de la Asociación, Marco Avellaneda, organizaba en el norte la rebelión contra el orden rosista.
Sin embargo, los hilos de la conspiración fueron desbaratados. En el norte, los generales Lamadrid, Lavalle y Avellaneda mordieron el polvo de la derrota frente a las tropas de Oribe y Pacheco. Dijimos que en la ciudad de Buenos Aires Ramón Maza y su padre Manuel Vicente, fueron ejecutados. El padre fue acuchillado en su despacho de la Sala de Representantes. Hasta el día de hoy no se sabe con exactitud si la orden la dio Rosas, si los mazorqueros actuaron por cuenta propia o si, como dijera Rosas, los unitarios resolvieron asesinar a Maza que, al decir de su amigo Juan Terrero, hundido en un estado depresivo estaba dispuesto a decirle a Rosas quiénes eran los responsables de la gran conspiración. Maza padre fue asesinado la noche del 27 de junio de 1839. Al otro día, en la cárcel era ejecutado su hijo Ramón de 29 años. Con Rosas no se jugaba, mucho menos cuando los responsables del juego pertenecían a su círculo íntimo.
Por último, el bloqueo francés fue perdiendo eficacia. Uno de los grandes triunfos diplomáticos de ese maestro de la maniobra política que era Rosas, fue el que logró contra los franceses, quienes supusieron que lograrían poner de rodillas al gobierno de la Confederación y terminaron pidiéndole disculpas. Algo parecido ocurriría diez años después, pero esa vez la victoria diplomática sería contra la alianza anglo-francesa, motivo por el cual hasta un antirrosista militante como Alberdi admitirá que Rosas era uno de los grandes políticos de América, lisonja que Rosas responderá diciendo que “Alberdi era unitario pero no era salvaje”.
Lo cierto es que para cuando los hacendados del sur se levantaron en armas, su suerte estaba echada hacía rato. En realidad, el levantamiento estaba pensado para el 7 de noviembre, pero los acontecimientos se precipitaron y la fecha se adelantó al 29 de octubre. Castelli era un hombre respetado y, según las crónicas, un buen tipo. Además de hijo del prócer, había sido granadero y en esa condición peleó al lado de San Martín en la batalla de San Lorenzo. Luego había participado en el sitio de Montevideo. Allí finalizaban sus cartulinas militares.
Los rebeldes disponían de cuatro mil hombre mal preparados y peor dirigidos. Las tropas de Prudencio Rosas y Granado no llegaban a dos mil pero todos eran hombres con experiencia militar. La batalla de Chascomús fue un paseo para el rosismo. Empezó a la madrugada y a media mañana los rebeldes se habían rendido entre los pastizales próximos a la costa. Las órdenes de Rosas fueron estrictas: ejecutar a Castelli y perdonarle la vida al resto de los dirigentes, aunque mandó expropiarles los campos, lo cual para muchos fue peor que la muerte. Los soldados fueron perdonados. Rosas sabía que con esa decisión se ganaba para siempre el corazón de las peonadas.
Como se puede apreciar, la rebelión de los libres del sur no fue muy extendida ni duró mucho. Sin embargo, las estaciones de trenes de la provincia de Buenos Aires llevan los nombres de sus principales dirigentes. Para las sociedades rurales de la provincia se trata de héroes fundacionales de lo que hoy se conoce como la “causa del campo”. Adolfo Bioy Casares los recuerda en uno o dos cuentos. Borges los menciona en otro relato. Se dice que la última novela inédita de Manuel Mujica Lainez estaba dedicada a ellos. A la buena literatura le encanta inspirarse en la épica de causas perdidas.
Combate. La caballería de Rosas en acción, en un cuadro de Carlos Morel de 1839.
Foto: Archivo El Litoral