Señal de ajuste
Tapones y tampones
Roberto Maurer
Cuentan los más viejos que hace muchos, muchos años, la coronación de un jugador de fútbol consistía en salir en la tapa de El Gráfico, cuando los mejores eran llamados “cracks”. Tampoco era necesario serlo para aparecer en blanco y negro en un reportaje de la revista “Goles”, posando junto a la nueva heladera Siam, en una casita suburbana recién pintada, luego de casarse con su novia del barrio. Más adelante, el fútbol evolucionaría hacia los negocios majestuosos y a veces delictuales, para formar parte del mundo del gran dinero y la easy living. La imagen del jugador se fue alejando del joven Armando Bó en el film “Pelota de trapo”, y sus cuentas bancarias y billeteras abultadas, más una apariencia metrosexual, lo convirtieron en presa voluntaria de chicas que, desde hace un tiempo, son llamadas “botineras” y ocupan un espacio en los medios que no las avergüenza, hasta que, no siempre, se convierten en señoras y con un bebé en brazos. Tal el prestigio de la nueva raza, que la propia Mirtha Legrand, ahora se sabe, habría sido una botinera de la línea fundadora por su relación con Daniel Willington (1), en tanto que Susana Giménez, por no ser menos, acaba de revelar que en su prontuario amoroso también hay un futbolista, cuyo nombre, aún incógnito, se inscribiría en el Libro de Oro, en el cual figuran las visitas de la diva a distintas disciplinas deportivas.
En este orden, uno de los antecedentes más difundidos fue la noche que Silvia Süller pasó con el equipo titular de San Lorenzo de Almagro, pero se trata de un fenómeno distinto que, sin embargo, explica que, aún hoy, en el programa de Petinatto, esta semana, para referirse a las botineras, se haya utilizado indistintamente la palabra “putitas”; pero ocurre en los programas pobres, de un solo punto de rating, donde predomina el resentimiento (2).
LA NUEVA TIRA
Con el título de “Botineras”, Telefé lanzó la tira diaria largamente anunciada con la cual espera batir a sus peores enemigos, y que pretende representar ese universo con un enfoque artificial y poco realista, a pesar de la presencia episódica en el primer capítulo de personajes verdaderos, entre ellos algunos que pasaron por el presidio, y no como voluntarios de la Pastoral Carcelaria, como Cóppola y el Bambino Veira.
Nicolás Cabré hizo un estilo de la vacilación y el tartamudeo, y no lo abandona para animar a Chiqui Flores, un jugador célebre que vuelve de España con su novia imbécil que, sin esfuerzo visible, compone Isabel Macedo. Es sospechado del asesinato de un jugador español, su rival en la cancha, y para investigarlo es infiltrada Laura (Romina Gaetani), una mujer policía que, a pesar de su profesionalismo, ya se desmoronó ante la mirada de Nicolás Cabré, tan intensa como la de un pollo al cual acaban de retorcerle el pescuezo.
Para vincularse a ese paraíso fiestero de jugadores y botineras, la mujer policía es transformada y presentada por Giselle (Florencia Peña, en su estilo re-sacado), una suerte de madama que maneja, conecta y financia una troupe de chicas ambiciosas, a las cuales explota: “Yo cobro un porcentaje por noviazgo, otro por enlace y otro más si tienen hijos”, dice Giselle, que se peleará durante una fiesta con la novia de Chiqui, cuando le reclama deudas impagas. “Me debés la plata del Chiqui, te mandé a Europa, te pagué todo”, demanda, antes de forcejar y enviar a su deudora a la pileta. “¿Te acordás cuando vino a la agencia con la madre, tengo la fotito, era un cuis”, comenta la secretaria de Giselle.
A SIMEONE NO LE PASÓ
Chiqui ya consiguió una mansión para vivir con su estúpida prometida, quién, recién llegados a la Argentina, se quejó porque se alojaron en un hotel: “A Simeone no le pasó, cuando él vino le dieron una casa, con servicio doméstico y todo”. Laura se resiste a su papel de agente encubierta, en especial cuando, en la fiesta del segundo capítulo la presionan para que haga el baile del caño, una habilidad que no formó parte del programa de estudios de la Escuela de Policía Ramón Falcón. Quiere zafar, pero su corazón ya fue atrapado por el hombre con la mirada de pollo, justo a quien debe investigar por la orden que ha llegado de Interpol. En tanto, el manager y el abogado de Chiqui, un par de manipuladores sin moral, parecen haber administrado mal la fortuna del jugador, ya que, dicen, solamente le quedan 15 millones después de los últimos problemas de Wall Street. Son interpretados por Damián de Santo, muy exacto en su personaje inescrupuloso, duro y superficialmente simpático, y Gonzalo Valenzuela, el lado siniestro de esa sociedad, los que mejor funcionan en materia actoral.
Burbujas de champán, espuma de yacuzzi, grandes marcas, peinados altos, autos importados y algunas píldoras que Tato administra a sus pupilos, eso es la tira, más chicas que, curiosamente, resultan menos lindas y apetitosas que las botineras de la realidad: ni siquiera en ese aspecto la tira es testimonial.
(1) Uno de los mejores enganches del fútbol argentino de los 60’ y ‘70. Jugó en Talleres de Córdoba y en Vélez Sarsfield. Su gol más recordado fue de tiro libre en la final de 1974, cuando clavó la pelota en el ángulo.
(2) En el panel de Petinatto participa María Granata, botinera auténtica, que abandonó las grabaciones de la tira de Telefé disgustada por el vestuario de prostituta. En “Botineras” se registró un diálogo entre Florencia Peña y Polino, donde hacen una referencia despectiva a “una tal Amalia”. Al día siguiente, Petinatto le quitó el bozal a la Granata, que tuvo la revancha y, entre otras burlas, dijo que los cirujanos dejaron a Florencia Peña con la cara del Guasón.