Santa Fe posee varias fuentes que son un reflejo del estado de los sitios en los que se hallan. Abandonos y desidia, agresiones, reubicaciones anodinas, reutilizaciones inadecuadas, las hacen desaparecer del registro visual, sonoro y estético de quienes habitan la ciudad. No parecen ser usadas con los fines de recreación y placer para las que fueron ubicadas originariamente en parques, plazas y jardines de viviendas e instituciones que generosamente brindan al transeúnte su graciosa presencia. Unas se pierden. Otras perduran, a veces escondidas, esperando nuestra complicidad. Algunas se redimen por decisión oficial o particular. Los ornamentos (y las fuentes en nuestro contexto lo son) “... no hacen intrusión, pero devuelven la atención si nos sentimos inclinados a prestársela”. (1)
ESBOZO CLASIFICATORIO
Por un lado, están las fuentes trasladadas, ubicadas en un contexto diferente al original. Por otro, las robadas, las con partes extraídas o con modificaciones de estilo que las tergiversan, y las perdidas. En tercer término, aquellas que reclaman urgente atención, las verdaderamente abandonadas.
Fuente de la Plaza Blandengues (de los sapitos). Archivo Diario El Litoral.
La fuente del Jardín del Líbano. (Foto de la autora)
La fuente frente al Convento Franciscano. Archivo Museo de la Ciudad.
Existen otras conservadas o restauradas con mayor o menor acierto y nuevas. A salvo -se cree-, exigen otro análisis y ameritan que se difunda su presencia en otra nota. Se centra ésta en los primeros puntos, con obras muy distintas por forma, motivos ornamentales, materiales, tamaño, ubicación.
TRASLADOS
En el primer grupo se cita a la hoy llamada “Fuente de la Cordialidad”. Esta obra de Baldomero Banús -ejecutada en Piedra París a principios del siglo XX- constituía el núcleo central del Parque Oroño. En lugar privilegiado, a orillas de la laguna Setúbal, al costado del Puente Colgante, este parque fue arrasado durante la creciente de 1966. La fuente, con algunos deterioros, fue rescatada, trasladada y precariamente apoyada por sobre la zanja existente frente al Jardín Botánico en el norte del ejido, pues no pudo introducirse en él por su tamaño. Se instala luego en el ingreso a la ciudad por el este, más allá de la laguna citada, y se la pinta en matices de verde. Queda entre los rulos de la ruta y su acercamiento se hace casi imposible. De noche suele estar iluminada y al pasar en vehículos se tiene de ella una visión fugaz. Distinto era su mágico descubrimiento allá, en el fondo del parque, hundido bajo el nivel de la vereda. Rodeada de pérgolas, bancos para contemplarla, rosales. Bajar por las amplias escaleras para acercarse y regodearse con sus sapos escupidores y sus saltos de agua era una experiencia que sólo pueden vislumbrar los nuevos santafesinos a través de viejas fotografías.
Otra fuente trasladada es la denominada de “Los niños cazadores”. Según Gustavo Vittori, es réplica de una existente en Versalles. Por años se ubicó en el cantero central de bulevar Pellegrini. Acompañada de grandes maceteros con cactáceas, el conjunto distinguía a esa cuadra y ella era un mero adorno visual en el paseo, pues habitualmente no funcionaba. La zona se convierte en reducto juvenil nocturno -y ante agresiones- se decide su reubicación en el inicio de la peatonal San Martín. Se pone a funcionar. El agua carcome el mármol de Carrara. Ante nuevas agresiones, es restaurada y vallada en afán de protección. No se puede sentar en su borde. El agua sigue su obra, los rostros y las manos se aguzan, pierden detalles. Un joven ebrio se introduce en auto por la peatonal, arrasando, y lo frena la valla que debe recomponerse. Inmersa en la vorágine polucionista del centro, rodeada de sillas y mesas de bares, vendedores ambulantes, cartelería, luminarias, mendigos, caminantes, ella pasa -por costumbre- desapercibida. Al contrario, colabora en el abigarramiento visual y pierde sus propios valores. A pesar de haberse quitado la reja y de una reciente “limpieza” visual del entorno.
Traslado más feliz puede considerarse el de la fuente del Amorcillo que desde uno de los canteros que rodean a la Plaza de Mayo, frente a la Catedral (donde se registra ubicada en fotos de principios del siglo XX), fue llevada primero delante del Convento Franciscano y luego frente al Museo Etnográfico y Colonial.
ROBOS, TERGIVERSACIONES PÉRDIDAS
Del segundo grupo, se señala el hurto de una de las esculturas del par de fuentes de la Plaza Pueyrredón. También de principios del siglo XX, era una pieza de fundición representando una figura de mujer, hoy suplida por otra de menor valía.
Caso notorio en los últimos tiempos fue el robo de parte de la fuente de hierro fundido del jardín delantero de la Escuela IV Centenario, ubicada sobre bulevar Gálvez (otrora casa de Luciano Leiva). Quedan como recuerdo su pedestal y el receptáculo inferior con su agregado de venecitas.
En cuanto a las tergiversadas, la Fuente de los Sapitos de la Plaza Blandengues, que por ella ha sido conocida como Plaza de los Sapitos, fue “modernizada” y se transformó en un intento casi High Tech, también perdido. Conservó algún tiempo los sapitos, que poco a poco desaparecieron. Se extraña la simpleza de la fuente originaria, que actuaba en un contexto de gran afluencia de personas, por estar casi enfrente de la vieja terminal de colectivos, haciendo las delicias de muchas generaciones de niños, con la graciosa fantasía -tal vez kitsch- de sus sapos. A veces, se la ve funcionar con altos chorros que la vivifican; si no, se confunde con el páramo en que a veces se cree ver transformado este céntrico lugar, del que se espera su rescate.
Fotos de época muestran los límpidos juegos de agua de la gran fuente del Parque Garay, transformada hace mucho en piletones públicos, con un agregado de adoquines que la desvirtúan y precarizan. Hoy se le ha quitado -en el rescate general del parque- la valla con que se la había rodeado, pero no recobra su antiguo esplendor: los piletones siguen careciendo de interés estético y se inadecuan al estilo Art Déco del equipamiento del sitio.
La Plaza Colón tiene tres fuentes. La del monumento a Colón, convertida irrisoriamente en cantero, debió respetarse, pues es obra del renombrado escultor José Sedlaceck. En la segunda -con sus pececitos-, los colores intensos de hoy y el cambio de material la rescatan del abandono, pero desmerecen su calidad y su estilo epocal acorde al resto de la plaza, uno de los que no ha perdido su unicidad, centrada en su Palomar. La más pequeña -pedestal alto con una campana invertida de formas Art Déco olvidada tras los juegos infantiles, conservada en su forma-, se ha leído con beneplácito que se pondrá a funcionar.
De la llamada Casa Lupotti I, de bulevar Gálvez y San Luis -transformada en sucesivos bares-, desapareció la fuente ubicada en la esquina del otrora jardín, con su niño con capote de lluvia.
Se ignoran o han caído en el olvido otras fuentes públicas y privadas. Antiguas fotografías permiten conocer la existencia de dos en el llamado entonces Jardín Pringles y otra -de discreto Art Déco- ubicada frente al Convento Franciscano (luego evidentemente suplida por la del Amorcillo). Se dice que hubo una en los jardines posteriores de la hoy Casa de la Cultura. El Archivo General de la Provincia conserva la toma de un grupo familiar ante una fuente en los fondos de un jardín.
ABANDONOS
Pero las que más interesa remarcar son dos en extremo abandonadas: la del Jardín del Líbano y la de la Plaza España. La primera remite a los juegos de agua de la Alhambra y ha sido invadida por construcciones, ermitas y bustos que tapan su decaída magnificencia. Abandonada, sin agua, sin plantas en sus macetones, con su Tritón arrancado, ella asiste a la decadencia general de un parque que fluctuaba entre la delicia y el misterio, llamado comúnmente “El Botánico” por la profusa variedad de flora exótica y nativa que supo tener y que hoy ha sido arrasada.
La bañista de la Plaza España, invisible, por olvidada, también se debate en su estanque seco, sucia, con su pedestal maltratado, que cambia con el tiempo según fotos de época, y que cada día pierde los pocos rastros de una intervención en la que éste se cubre de piedras y valvas de ostras, según moda de principios del siglo XX. Plaza emblemática, asociada con las oleadas inmigratorias por su cercanía con la antigua estación del Ferrocarril Francés, se arregla y se abandona periódicamente, pero la fuente no parece verse. Ella, semidesnuda, se recata ante tanta indiferencia.
No alcanza con la visión romántica de la ruina y el abandono. No alcanza con la nostalgia. Ellas reclaman nuestra atención. Y nosotros se la pedimos a ellas, imposibilitadas de todo cambio. No se acostumbran ni nos acostumbramos al no disfrute, al olvido, a la pérdida paulatina, al vandalismo, al robo. A la casa de remates.
1) Gombrich, Ernst, El sentido del orden. Estudio sobre la psicología de las artes decorativas. Debate. Madrid. 1999, p.116.
* De la Serie Objetos Mágicos
* Licenciada en Artes Visuales - Museóloga