SEÑAL DE AJUSTE
Una causa nacional

Después de años, un canal abierto se animó con los Oscars, ya que existe una historia de papelones, en especial relacionados con la traducción simultánea, una meta casi imposible de cumplir satisfactoriamente.
Foto: ARCHIVO
ROBERTO MAURER
Con los días, llegará el alivio. En los últimos meses, los argentinos fuimos comprometidos por medios porteños a bregar por una meritoria película policial de producción española, como reclutas obligados a pelear por una “causa nacional”, según la expresión usada en varias oportunidades en la transmisión de la entrega de los Oscars realizada por El Trece. Este tipo de campaña exitista provoca reminiscencias de otras, como las relacionadas con guerras y torneos mundiales: el aparato de propaganda es igual, y lo peor es que los propagandistas son sinceros, es decir, todos piensan que “El secreto de sus ojos” es una obra maestra del cine.
Por ejemplo, se es unánime en cuanto a que Guillermo Francella fue una revelación como actor dramático. Ni una voz disidente afirmó que su personaje no es dramático, aunque lo maten en la película. Es un personaje que fue pensado para comedia, y de no ser así, ¿qué cosa es el amigo irresponsable y borrachito del protagonista, sino un personaje de comedia, o “el loco”, como hace medio siglo llamaban los chicos a un infaltable de las películas de acción? Hasta se previó un gag para Francella, la cómica patada al perrito.
Fue un período asfixiante de conjeturas absurdas, cábalas y triunfalismo provinciano de los medios de una metrópolis que se presume cosmopolita. Para colmo, ese día se produjo el doblete con Nalbandian en Estocolmo y Campanella en Hollywood, como se nos recordó todo el tiempo.
Argentinos en Hollywood
La transmisión consistió en un estudio donde Horacio Cabak intentaba vender un concurso telefónico, y la conexión en directo con los enviados Catalina Dlugi e Iván de Pineda, cuyo comportamiento fue el de un par de paisanos al pie del Obelisco. “Aquí el griterío es ensordecedor, estamos en la mismísima alfombra roja, donde van a pasar las grandes estrellas de la cinematografía”, exclamaban. “¡Lo más increíble de la alfombra roja es que nunca se sabe lo que va a pasar una vez que las estrellas están cara a cara!”.
Después de años, un canal abierto se animó con los Oscars, ya que existe una historia de papelones, en especial relacionados con la traducción simultánea, una meta casi imposible de cumplir satisfactoriamente. Esta vez, el compromiso argentino se limitó a la alfombra roja, donde nuestros enviados permanecieron una hora y media en vivo sin ofrecer casi nada, salvó una nota a Almodóvar, interrumpida por el Quini, otra a Banderas y luego a la delegación argentina. Las celebridades pasaban de largo y a lo lejos.
En cambio, se dedicaron a emitir una serie de notas grabadas previamente y fragmentos de incontables películas en competición. El resto, consistió en ver a esas dos criaturas estremecidas por la fiebre cholula, diciendo frases como “la esperanza está en marcha”, “es el mundial cinematográfico, vamos Argentina, vamos a ganar” y otras expresiones de exitismo parroquial.
No sabemos si las estrellas pasaban de largo sin mirarlos, o si no se atrevían a detenerlas, o si nuestros enviados habían sido ubicados en un lugar reservado a los países en vía de desarrollo, a pesar de que exclamaban “estamos entre los 400 privilegiados”, refiriéndose a los medios acreditados de todo el mundo.
Al menos, con los años uno puede recordar con simpatía la experiencia de Catalina y Marley, cuando hicieron el ridículo interpelando a los famosos al grito de “from Argentina”. Esta vez, podían haber estado en la alfombra roja del Kodak Theater de los Angeles, tanto como en la cola de jubilados del Banco Nación.
Olelé, Olalá
Cuanto más divertido fue, el domingo a la misma hora, el zapping con “Fortshow”, en América, y las abundantes imágenes de la fiesta de Ricardo Fort en Mar del Plata, con todos tirándose vestidos a la pileta, y Graciela Alfano enroscada en el agua a un masculino, besándose como amebas a 220 voltios.
Esa era un partuza bien nuestra, con un coro de invitados borrachos que cantaba “olelé, olalá, Alejo se la come, Ricky se la da”, mientras la Alfano masajeaba las tetas de la novia del dueño de casa, para medir el éxito de la última cirugía.
“Así nos van a conocer mejor”, suele alegrarse con ingenuidad la gente cuando una película argentina nos representa en el exterior, sin tener en cuenta a otros embajadores, como el que al mismo tiempo nos mostraban las cámaras de América: Ricardo Fort paseando en Miami con su séquito y esa prepotencia natural de las almas inocentes con mucha plata.