“Al fin” en la Sala Marechal
Almas desnudas buscan afecto
La exquisita puesta en escena del Grupo Abima se puede apreciar los sábados, en la Sala Marechal del Teatro Municipal.
Foto: Archivo El Litoral
“Al fin” en la Sala Marechal
Almas desnudas buscan afecto
La exquisita puesta en escena del Grupo Abima se puede apreciar los sábados, en la Sala Marechal del Teatro Municipal.
Foto: Archivo El Litoral
Roberto Schneider
Cinco personajes se reúnen en la casa de uno de ellos, en Paraná. Sobre la base de sus diálogos el tema más fuerte que aparece es el de la amistad, el mismo que el teatro -y la literatura- ha abordado innumerables veces desde tiempos inmemoriales. No está precisamente en la originalidad de su tema el valor de “Al fin” -la adaptación teatral de la novela homónima de Sergio Delgado estrenada en la Sala Marechal del Teatro Municipal por el Grupo Abima-: es el tono que ha encontrado la directora de la propuesta, Mari Delgado, para recrearlo. Y seduce la delicadeza con que sugiere todo lo que los personajes dicen en palabras y con sus cuerpos, la fina sensibilidad con que traduce los complejos estados de ánimo en términos teatrales, la sutileza con que descubre la sustancia dramática contenida en un relato en el que, aparentemente, no hay conflictos manifiestos. La exquisita directora concreta, en fin, la historia de la que hablan sus personajes: un grupo de seres humanos que están ahí, unos junto a los otros, cada cual con sus propios pensamientos. Lo arduo era, precisamente, aproximarse a esos mundos interiores, hacerlos transparentes para el espectador, descartar explicaciones. Los personajes se definen en sus gestos y en sus palabras, cobran vida y espesor en las entrañables composiciones del elenco de actores y así despiertan, por sí mismos, por sus rasgos humanos y por los sentimientos que pueden adivinarse en ellos, el interés del espectador.
En el programa de mano se lee que hay “un llamado telefónico, un velorio, un cumpleaños, un barril de cerveza, un gramo de clohidrato de cocaína, unos poemas, un beso, un fin. Éstos y algunos ingredientes más, para contar, simplemente, una noche”. Pero están también las referencias literarias, los haikus, Borges, T.S. Elliot, Juanele Ortiz, Goethe, Estanislao del Campo. Con expresiones como “el tiempo es un niño que no sabe jugar” o “los fabuladores no son buenos amantes”. Los lazos afectivos que se entablan se traducen en gestos menores, en el tono de alguna palabra, en el clima de intimidad que se vive en ese ámbito o en la inocultable tirantez de otras escenas, donde todo lo callado parece a punto de subir a los labios.
A la adaptadora y directora no le hace falta subrayar de dónde viene el ensimismamiento y la vaga desazón de esos seres, ni por qué una nostalgia anticipada puede leerse en los ojos de alguna de las mujeres, cuando reconoce que el amor puede ser efímero y extemporáneo. Con una estética de fuerte carácter realista y una puesta en escena que parece funcionar como una extensión del estado de ánimo de los protagonistas, Mari Delgado construye un vínculo fuerte entre esos personajes, en el que las diferencias existenciales nunca llegan a ser un obstáculo para que las emociones, el afecto y la amistad afloren sin prejuicios.
Los cinco personajes buscan reconciliarse con la vida. Y el otro gran tema que los golpea es el sida. A todos ellos, la vida les brinda un motivo genuino para reencontrarse con ellos mismos. Además de la emotividad y la delicadeza con la que Delgado va delineando esas relaciones de entrega incondicional entre esos seres solitarios, llama la atención la homogeneidad de un elenco sin fisuras en el que sobresale por su excelencia la labor de Juan Bressán, brillantemente secundado por Lucas Ranzani, Carolina Cano, Selma López y Matías Arce. Cada uno de ellos desnuda su alma en una totalidad que ofrece la posibilidad de observar la naturaleza humana a partir del comportamiento de personajes entrañables contenidos en una novela no concebida para el teatro, perfectamente adaptada, sin esas revelaciones progresivas de las que abusan los dramaturgos contemporáneos. La escenografía y la iluminación de Mario Pascullo coadyuban en los indiscutibles logros de un espectáculo que tiene a la palabra como vehículo esencial y destinada a quienes aman al teatro como un hecho vital.