Preludio de tango
Ada Falcon, la emperatriz del tango
Preludio de tango
Ada Falcon, la emperatriz del tango
Manuel Adet
Siempre se dijo que Libertad Lamarque era una estrella y Ada Falcon una diva. La distinción pretendía enfatizar el singular perfil de Ada, sus excentricidades y caprichos, algunos de los cuales fueron exclusivos. Contratada por Radio El Mundo exige una sala especial donde pueda cantar sin músicos y público que la molesten. Una cortina la separa de la orquesta y el público debe esperar en la calle más que para saludarla para verla pasar, porque rechazaba el contacto directo con la gente.
En sus años de esplendor -que no fueron pocos- vivía en un palacete en Palermo chico, tenía una “vuature” roja manejada por ella y los chismes decían que luego de sus sensuales baños de espuma salía a pasear por avenida Libertador con el exquisito afán de que el viento le secara los cabellos. Sus sombreros y turbantes, sus sandalias hechas a pedido, sus tapados de visón, sus joyas, su deslumbrante anillo de diamantes regalado por el marajá de Kapurtala, contribuían a encarnar la leyenda de la diva, leyenda que las tapas de las revistas de moda actualizaban todas las semanas.
Su belleza era tan comentada como sus excentricidades y su talento como cancionista. Enrique Santos Discépolo decía que era tan linda que hacía mal mirarla. Sus ojos verdes eran encantadores y fueron la fantasía de todos los hombres de su generación. También lo era su sonrisa distante y su cuerpo. Francisco Canaro la descubrió en un concurso de canto en 1929 y se enamoró en el acto. El amor no le alcanzó para separarse de su esposa -sobre todo cuando su contador le informó que si se divorciaba tenía que repartir su fortuna- pero sin lugar a dudas que quedó prendada de aquella belleza que según él, que algo sabía de ese tema, cantaba como los dioses.
Ada Falcon había nacido el 17 de agosto de 1905, en Buenos Aires. El apellido era Falcone, pero ella lo redujo al nombre que para ese entonces no tenía nada que ver con la marca de un auto. También en este punto -el de su origen- la leyenda se confundía con la realidad gracias a su deliberada intervención. Según declaraciones de la propia Ada, ella era hija de Nazar Anchorena, un amante de su madre que murió en París como correspondía a los héroes románticos de aquellos años.
Desde niña la prepararon para diva. Algo parecido intentaron hacer con sus hermanas Amanda y Adelfa, pero sin resultados satisfactorios. Ada no se inició en el canto con el tango, sino con la música española. Algún renombre debe haber obtenido entonces porque en 1918, con apenas quince años, la convocan para filmar la película “El festín de los caranchos”. Ya para entonces se dice que era desprejuiciada, caprichosa y, por supuesto, muy linda.
Los historiadores coinciden en señalar que es en la década del veinte que las mujeres empiezan a cantar tangos en los escenarios y algunas de ellas son convocadas por las principales orquestas de su tiempo. Los nombres de Rosita Quiroga, Azucena Maizani, Libertad Lamarque, Tita Merello y Tania son representativos de esa movida femenina. En ese lote se destacó con luces propias Ada Falcon. Sus primeras intervenciones las hizo con Osvaldo Fresedo, lo que quiere decir que se inició jugando en primera porque en esos años -y en los sucesivos- la orquesta de Fresedo fue la más importante, o una de las más importantes. Con Fresedo graba en la RCA Víctor y luego con Enrique Delfino grabará en el sello Odeón catorce temas acompañada por el guitarrista Manuel Parada.
Carlos Gardel y Charlo la consideran tan bella como talentosa. El estilo es inconfundible. Su voz de soprano adquiere tonos de messosoprano en las notas altas. Pero el encuentro que habrá de marcar un antes y un después en su carrera artística y en su propia vida, se produce el 24 de septiembre de 1929, cuando conoce a Canaro o cuando Canaro queda deslumbrado por ella, no se sabe bien si por el talento que despliega para cantar “La morocha” o por la belleza.
Los amores de Falcon con Canaro fueron tan públicos como escandalosos. El sexo no impidió una relación profesional exigente y eficaz. Desde 1929 hasta casi 1942 Ada Falcon grabó alrededor de 217 temas con el director de orquesta más popular de su tiempo. Se dice que en los primeros años, Falcon llegó a grabar quince discos por mes. Allí está lo mejor de su obra. Temas como “Tus besos fueron míos”, “Destellos”, “Madreselva” pertenecen a ese período. También en homenaje a su amigo Discépolo -y para darle tal vez un poco de celos a Tania- graba “Confesión”, “Secretos” y “ Soy un arlequín”. Como la mayoría de las cantantes de su época el registro de temas incluye valses y aires camperos.
En 1934 filma con Ignacio Corsini su penúltima película. Se trata de “Idolos de la radio”. La última será dirigida por Sergio Woolf . Se trata de “Yo no sé que me han hecho tus ojos”, denominación que recupera el título del vals que, según se dijera en su momento, Francisco Canaro -con el corazón destrozado- le dedicó a ella cuando fue abandonado. La letra es de Ivo Pelay y, atendiendo a su contenido, es posible pensar que, por una vez en la vida, Canaro haya puesto en primer lugar sus afectos.
En 1942 Ada Falcon se retiró del mundo del espectáculo. Los últimos temas que grabó fueron “Corazón encadenado” y “Vivir con tu recuerdo”. Pertenecen a la dupla Canaro-Pelay y son, de alguna manera, una despedida. Los amores a la hora de la siesta con Canaro ya no daban para más. A los escándalos le seguían ahora las humillaciones. Ada no marchó a su destierro voluntario de un día para el otro. Sus períodos de retraimiento, sus ataques místicos, eran cada vez más frecuentes. Las penas de amor o el cansancio por una vida que consideraba vacía, fueron precipitando el desenlace. La leyenda se regodea contando el día que ingresó a una iglesia vestida de blanco y de rodillas.
Como Greta Garbo -con las diferencias del caso- la cantante que expresaba mejor que nadie el mundo de la farándula, se retira a una humilde casa en la aldea cordobesa de Salsipuedes. Allí se va con su madre después de vender sus bienes y repartirlos entre las sociedades de beneficencia. Nunca más volverá a cantar en público y, salvo dos ocasiones, nunca más dará entrevistas a los periodistas.
Precisamente es en una de ellas que dirá: “En plena juventud tuve riqueza y belleza, pero tuve una visión maravillosa del Señor y no vacilé un instante en dejarlo todo y recluirme en las sierras con mamita y después en un convento franciscano a vivir con humildad”. Una revista de la época tituló su decisión con una consigna que probablemente ella no leyó: “Puta a los veinte, monja a los cuarenta”.
Hasta el día de hoy se siguen tejiendo leyendas acerca de su retiro. Se habló de sus penas de amor, de delirios místicos, de un escándalo con la esposa de Canaro. Lo seguro es que cuando se fue, lo hizo para siempre. Más de un empresario le hizo ofertas para que regresara, pero todas fueron rechazadas. La pobreza y las necesidades la obligaron a reclamar por sus derechos como cantante. No le fue fácil conseguir que se los reconozcan.
Cuando en 1981 murió su madre, -según sus propias palabras, “todas las noches de mi vida dormí con ella”-, declaró que la vida lejos de su madre no tenía sentido. No obstante la sobrevivió hasta el año 2002. Para entonces tenía 97 años y las nuevas generaciones la recordaban más por la película de Woolf que por sus tangos.