El libro “Recuerdos y algo más...”, de Reinares, cuenta las historias de vida de muchos de sus primeros pobladores.
El libro “Recuerdos y algo más...”, de Reinares, cuenta las historias de vida de muchos de sus primeros pobladores.
Historias de valientes inmigrantes y caballos
Elio Reinares, un lector de casi 90 años, escribió en su libro “Recuerdos y algo más, una reseña de la Colonia Botto”, la historia de la familia Buchini-Manassero, que incluye un original relato de la huida de cuatro caballos por la zona.
TEXTOS. ELIO REINARES/NOSOTROS. FOTOS. EL LITORAL.
Esta historia refiere a dos inmigrantes italianos radicados en Calchaquí como tantos extranjeros que optaron por la explotación del monte para producir leña, carbón y postes de quebracho colorado.
Antonio Manassero y su esposa María Cavallo peleaban la vida a brazo partido con las esperanzas al hombro. Con cada golpe de hacha que daban en esos montes impenetrables confiaban acercarse a la luz de sus destinos y así alentaban la lucha que se renovaba cada día al empezar la mañana.
En 1889 los llenó de ilusión la llegada de su hijo Antonio, con quien en adelante esperaba contar para multiplicar los esfuerzos; sin embargo el destino le jugó a ella una mala y muy triste jugada cuando el vástago contaba con tan solo dos años.
Su marido enfermó y falleció, barriendo fatídicamente las ilusiones y convirtiéndolas en desesperanzas. Deambulando del monte de Calchaquí, como buscando un bastón donde apoyar su porvenir, quiso el destino lo encontrara en 1897, cuando un joven paisano recién llegado de Italia se cruzó en su camino. Tan feliz resultó ese encuentro entre la viuda de Manassero y Valentín Buchini, que a fines de 1897 contrajeron matrimonio y decidieron cambiar sus rumbos, dejando aquellos montes en el olvido.
Se dirigieron entonces hacia el sur, haciendo su primera parada en la colonia Sol de Mayo, distrito de Videla, donde trabajaron durante algunos años. Luego fueron a Guadalupe y, estando allí, Antonio /ya contaba con 25 años) decidió regresar a Calchaquí en busca de María Farioli, la noviecita que había dejado antes de su partida.
Allá concretó su boda y para 1915 el flamante matrimonio daba la bienvenida a su primer hijo: Primo. El clan Buchini-Manassero, continuó su marcha hasta Recreo, donde María Farioli dio a luz a Faustino, en 1916 y a Rosa, en 1918. Cuando la niña era aún muy pequeña, oyeron hablar de una colonia que disponía de chacras para siembra de lino y maíz. Levantaron nuevamente su campamento y fueron en busca de aquellas tierras.
ARADOS Y PARCELAS
En 1919, estas buenas familias llegaron a Llambi Campbell y -como era su deseo- recibieron albergue y trabajo en la Colonia Botto. Antonio recibió en arrendamiento la parcela de 130 has. que pertenecían a don Roberto Botto y en la chacra lindante se estableció la familia de Valentín Buchini.
Rosa relataba que tanto su padre Antonio como su hermano Luis Buchini empezaron arando con bueyes, con un arado de una reja, hasta que los ahorros de las cosechas les permitieron adquirir caballos y unos arados de dos rejas. Así, con el ágil tranco de la caballada, el trabajo rendía.
En medio de esa infructuosa lucha, en 1932, cuando el campo se veía verde cargado de esperanzas, los visita la langosta voladora.
Cada uno de los hijos montaba un caballo para espantarlas pero todo era en vano; cuando remontaban su vuelo era porque nada verde había quedado. En 1944, los hermanos lograron contar con unos ahorros y -en sociedad- decidieron adquirir un campo de 140 has. en Fives Lille, poblado de montes como los que conocieron de niños en Calchaquí, por lo que tuvieron que contratar hacheros, que les facilitaron una chata con 4 yeguarizos para el rodeo de la leña.
Cuando fueron a visitarlos luego de unos meses, se encontraron con que la caballada no estaba más, se les había escapado y el desmonte suspendido por la falta de acarreo. Los hermanos lamentablemente dieron por perdida la tropilla.
Valentín Buchini falleció en Llambi Campbell en 1935 pero continuó la explotación su hijo Luis Marcos Buchini. Antonio Manassero falleció el 4 de enero de 1975.
CUATRO FUGITIVOS
“El hijo de Luis Marcos me recordó que la tropilla de los cuatro fugitivos apareció en la Colonia Botto al año y medio, en mejor estado del que salieron de ella. ¿Que había pasado?. Para historiar sus desconocidas andanzas no tuve mejor idea que dejar hablar a los cuatro fugitivos para que fueran ellos los que relataran lo acontecido”, plantea Reinares.
A continuación, transcribimos algunos párrafos del extenso relato que Elio Reinares incluye en su libro referido a esta historia de los cuatro caballos fugitivos: la Chiche, el Malacara, el Moro y el Zaino.
[...] Luego de vagar perdidos durante más de 15 lunas, cuando los cuatro viajeros se reencuentran con los viejos residentes de la mañana no sabían cómo empezar a relatarles lo acontecido. Tras haberse entretenido en olfatearse, los primeros momentos fueron de escarceos y relinchos. [...] Los viejos compañeros de la tropilla comenzaron a analizarles las intimidades; les lamían el cogote desde el pecho al morro, donde por su insistencia, parecían recibir el beso del reencuentro. [...]
El determinante de tal rebeldía fue el desconsiderado trato recibido en el monte, durante días atados a la chata con que partieron de la colonia. El Moro y el Zaino -ambos con 15 años- habían salido de la chacra de Luis; la Chiche con 6 años y el Malacara con 8, habían partido de la de Antonio. Pero permítanme cederle la palabra al propio Zaino, que mejor sabrá explicarnos lo ocurrido.
De acuerdo a lo que hablaban los hermanos Antonio y Luis, estaríamos unos dos años rodeando la leña que unos hacheros estaban haciendo en el campo que habían comprado en Fives Lille, arriba de La Criolla. Si lo hacían bien, quedaría como para las siembras de maíz; algo así era la esperanza puesta en esa empresa. Nosotros íbamos contentos durante el viaje; era un bien para la familia y conoceríamos otros pagos. Tanto el Luis como el Antonio fueron muy buenos. [...]
TAREAS PESADAS
[...] Llegando al destino, el camino nos hacía saber que iríamos a extrañar el trato: nos rodeaba un monte cerrado. La recepción fue una de saludos ligeros a nosotros como de reojo, apenas si entraron a mirarnos; calcularon que éramos 4 por las 2 yuntas que formamos delante y detrás de la chata. [...]
Regresando al monte sin los patrones, como fantaseando, este hachero empezó a hacer chasquear el látigo para hacerse ver que sabía usarlo, comenzó a sacudirlo en mis ancas sin ninguna necesidad. El trato iba desmejorando. Pasamos días enteros atados a la chata esperando para ser cargada mientras ellos hachaban. Luego teníamos que rodear la leña en el mísero campamento donde el agua de un pequeño pozo que habían cavado nos era negada. [...]
Al mediodía pasábamos atados a la chata esperando completar los tres viajes hacia el rodeo. Comer sin el freno era solo por la noche, entonces buscábamos los mejores pastos, mientras el Malacara lo hacía con la lonja al cogote, atado de un árbol a otro como boyero. [...]
¡Cuanto mejor eran las aradas en la colonia! Luego de una buena sudada nos daban un baño y podíamos tomar un descanso hasta la próxima jornada. Siempre con una buena ración de comida y agua limpia y fresquita. Con los hacheros aunque sudábamos a diario no conocimos agua de bebedero ni mucho menos un baño con una caricia humana. [...]
LA OPORTUNIDAD
[...] Cansados de nuestros infortunios, después de cuatro lunas, un día de llovizna en que nos soltaron por considerarlo ellos mal tiempo, vimos la oportunidad: cuando el bolichero fue por la cuenta dejó los alambres de la puerta en el suelo y a nosotros, vislumbrando la libertad.
Con una rapidez a lo humano, tomamos la del regreso. [...]
Para el momento en que nos cruzaron (la tropilla), ya aparecimos formando parte de la manada. Recién nos dimos cuenta del desatino cuando llegamos a destino. [...] Parece que todo caballo que sale del callejón va parar al pisadero sin preguntar de quién somos ni hacia donde vamos, nos designa la tarea.
No se gastaban en frenos, riendas ni monturas, y ni siquiera por cordura dejan de gritarle: ¡al pisadero, vamos matungo, vamos mañeros! Este cuarteto desconoce este instrumento -le quisimos explicar- pero empujado por los viejos, caímos en la cuenta del barrial en que habíamos caído. [...] Nuestros pechos parecían tener un corpiño por el barro reseco; salimos con las patas y la cola endurecida. [...]
Hábilmente en la cuneta al fondo de la ensenada quedamos con las patas en ablande mientras tomábamos de la misma agua. Fue un alivio, las patas por cierto se ablandaron y pudimos dominarlas. [...] Y así la íbamos pasando del callejón al pisadero y viceversa sin tener que razonar el rumbo a tomar. ¡Qué trampa surgió en nuestro camino! [...]
en 1932, el campo en Colonia Botto se vio visitado por la langosta voladora.
El autor también relata la huida de cuatro caballos de aquellos campos y sus contratiempos.
De vuelta a los pagos
Y la historia de los cuatro caballos fugitivos de Elio Reinares termina diciendo que “[...] Resultó ser que después de habernos perdido, vendieron el campo de Fives Lille por falta de elementos. Así fue compañeros cómo -luego de tanto aprieto- volvimos para retomar nuestra misión de seguir arando como ayer. De este modo termina el relato de los caballos criollos que se rebelaron y finalmente decidieron regresar a su querencia.
“El Moro, el Zaino, el Malacara y la Chiche pasaron a vivir nuevamente en la Colonia Botto y continuaron arando y sembrando como era su orgullo, recibiendo el merecido baño después de cada sudada, hasta que en la década del 50 sus amos se trasladaron al pueblo y ellos con nuevos dueños”. “Confiamos hayan dado en suerte con manos que los traten con respeto hasta terminar sus días, como recompensa por haber servido al suelo patrio; por el esfuerzo y bizarría con que surcaron la tierra para sembrar grandeza y porvenir; por haber ayudado a libertar los pueblos, que en agradecimiento tallaron su figura en bronce. Como cantara Belisario Roldán: “Caballito criollo del aliento largo y el instinto fiel (...) caballito criollo que pasó y se fue’”.